Capítulo 4

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Pasa una semana en la que voy todos los días a trabajar y mi jefe no dice nada. 
Me encuentro entre la espada y la pared: ¿he de decir lo que sé o no? 
Finalmente, decido callar. ¿Y si el hombre lo ha solucionado y al final todo ha quedado en un mal susto?
Pero al martes siguiente, mientras preparo la cobertura de una de mis tartas, mi ayudante, choji, me mira y  pregunta:
—¿Se puede saber qué te ocurre?
—Nada —respondo con una sonrisa.
—¿Seguro? Mira que te conozco y sé que cuando estás tan calladita y no bromeas es porque algo te atormenta.
Intento sonreír. Intento quitarle hierro al asunto, pero lo que Choji me dice me hace saber que me conoce más de lo que yo creo y, cuando no puedo más, dejo lo que estoy haciendo, lo cojo de la mano y salgo con él a la trasera del restaurante.
Por suerte, no hay nadie y puedo contarle entre cuchicheos lo que sé. Su cara se descompone. Él es el cabeza de su familia, como yo lo soy de la mía, y se lleva las manos a la cara. Una vez veo que se tranquiliza, le pido que no diga nada —quizá el tema esté solucionado— y ambos regresamos al trabajo. Eso sí, las ganas que tenemos los dos son nulas. Terriblemente nulas.
En la cocina, no muy lejos de mí, mis compañeros se afanan en cortar verduras, limpiar pescado y filetear carne mientras sonríen y bromean.
¡Si ellos supieran lo que yo sé, quizá sus sonrisas no serían tan amplias!
Sobre las once llega el jefe. Lo miro. Uyyy, qué mala cara tiene y, tras intercambiar una significativa mirada con Ricardo, el vello se me pone de punta. Malo..., malo... Después de unos minutos nos hace pasar a todos a su despacho y, ¡zaparrás!, suelta el notición: cierran el restaurante para finales de mes.
La cara de mis compañeros es de alucine total. Vamos, como la mía cuando me lo contó Sasori o la de Choji cuando se lo he contado yo.
Pero ahora es real. Es cierto. No es una suposición. ¡Me quedo sin trabajo! 
Pero, vamos a ver, ¿cómo alguien puede ser tan descerebrado como para jugarse lo que le da de comer al póquer?
Tras la noticia, mis compañeros lloran, se desesperan, gruñen y se enfadan, mientras que yo, por increíble que parezca, permanezco callada junto a Ricardo y ambos solamente resoplamos.
Veinte minutos después, agotada de resoplar, envío un Whatsapp a mis amigas
Ino, Hinata, Temari y Azumi, en el que pongo: «Me cago en mi jefe. Me quedo sin trabajo».
Durante el resto del día, el ambiente en la cocina del restaurante es raro.
Todos estamos afectados por el cese del negocio y cuando, a las nueve, cuelgo mi delantal, miro al pobre de Choji. Él me sonríe apenado y me voy.
Al llegar a casa, Alicia, que es quien cuida a Sarada mientras yo trabajo, me indica que la pequeña ya está dormidita en su habitación.
Una vez Alicia se marcha, entro a ver a mi Gordincesa y, tras darle un besito en la frente y comprobar que todo está bien, salgo de la habitación con cuidado de no despertarla.
Veinte minutos después, cuando me he puesto cómoda y con el mando de la tele busco algo que atraiga mi atención, suena el timbre de la puerta. Miro el reloj: son las diez y cinco. ¿Quién será a estas horas?
Sin muchas ganas, me levanto del sillón y sonrío al abrir la puerta: mis locas amigas están aquí. Ino se quita la peluca negra, que se pone para que nadie la reconozca, y dice enseñándome una botellita de vino:
—¡Ya está aquí el equipo de rescate!
Entre risas, y sin levantar la voz para no despertar a Sarada, Ino, Temari y Hinata entran en mi salón mientras yo murmuro:
—Sin trabajo, ¡me voy a quedar sin trabajo!
Me desespero. Cada vez que lo pienso, ¡me desespero más!
—No te preocupes, cuqui —me consuela Temari—. Seguro que encuentras algo infinitamente mejor para ti.
Nos sentamos en el sofá mientras Hinata saca unas copas de mi mueblecito. 
Una vez las deja sobre la mesita baja, Ino abre el vino y las llena al tiempo que me cuentan que Azumi se ha ido unos días con su amor a Canadá y Temari me pone un audio en el que mi loca amiga me envía besos y todo su apoyo. 
Lo escucho encantada. ¡Azumi es la leche!
Cuando termino de escucharlo, emocionada les cuento lo ocurrido y siento que la situación puede conmigo. 
—Ah, no..., eso no —me anima la incombustible Hinata—. Si algo he aprendido es que en la vida, ante las adversidades, siempre hay que ser positiva. Además, mientras nosotras y nuestros maridos estemos en este mundo, ni a ti ni a tu pequeña os va a faltar de nada, ¿entendido, Sakura?
—Lo sé —susurro agradecida.
Sé que todos ellos me quieren tanto como yo los quiero a ellos, pero no me gusta abusar.
Ino, que me conoce muy bien, sonríe, y Temari me abraza y dice: 
—Aisss, tontusita, sonríe, que si tú no sonríes, ninguna de nosotras es feliz.
Oír eso hace que vuelva a emocionarme. Tengo a las mejores amigas/hermanas que nadie podría tener.
Entonces Ino, que es doña planes, dice, haciéndonos reír a todas:
—Tal y como yo veo las cosas, tu nueva situación requiere un buen plan.
—Tú y tus planes... —me mofo secándome las lágrimas.
—Plan A: encontrar otro trabajo mejor. Plan B: tShikamaruse un descanso de
unos meses, que te vendrá de lujo para recuperar fuerzas. Plan C (éste es muy
interesante): abrir tu propio negocio de repostería como siempre has querido. Y
plan D: volver a trabajar con Sasori y el mal hablado de su socio y...
—O plan E —añade Temari—: conocer a un cuquísimo a la par que increíblemente caballero que bese por donde pises y te haga locamente feliz.
Al oír eso, todas la miramos. ¡Me parto con la Cuqui! Y, divertida, pregunto:
—¿Hay algún hermano Uzumaki libre? Porque, si es así, dadme las coordenadas, que voy a cazarlo a toda leche.
Hinata, Ino y Temari, que están felizmente casadas con los románticos y protectores Uzumaki, sonríen y yo cuchicheo divertida:
—De acuerdo..., no hay ninguno libre, por tanto, ¡plan E, descartado!
—De los planes que ha dicho Ino —señala Hinata—, los que me parecen mejores son el B y el C. Te tomas un tiempo libre, descansas, te deshaces de esas ojeras y, una vez con fuerzas, buscamos un local en el mejor sitio de Los Ángeles y abres tu propio negocio de repostería.
—Me superencantaaaaaaaaaaaa — aplaude Temari—, y podría llamarse Las Delicias de Sakura. ¡Qué buena idea!
—¿Las Delicias de Sakura? — pregunta Ino, muerta de risa.
—O mejor —insiste Temari—: Los Placeres de Sakura.
—Suena un poco guarrete, ¿no? — me mofo.
Todas reímos, y luego Temari insiste: —Con nuestros contactos, podríamos conseguir que tus divinas tartas y tus increíbles dulces se sirvieran en los mejores restaurantes de Los Ángeles. ¡Cuqui, piénsalo!
—Yo lo veo —afirma Ino.
—Y yo —añade Hinata.
No digo nada. No puedo, mientras las tres me miran a la espera de que diga algo.
No es la primera vez que mantenemos esa conversación. Me han ofrecido el dinero que necesito para comenzar esa aventura, pero no lo he aceptado. Tengo miedo de fracasar, aunque sé que ellas lo hacen de todo corazón y nunca me lo reclamarán.
—Chicas..., ya sabéis lo que pienso.
—Y tú ya sabes lo que pensamos nosotras —protesta Ino—. Mira, cabezota, lo mío es tuyo.
—Dios, ¿el buenorro de Sai es también mío? —pregunto divertida para quitarle hierro al asunto al recordar a su marido.
Ino me tira un cojín y cuchichea: —Comecienta, mi marido es mío y sólo mío, pero el resto es de las dos, y sabes que sin ningún problema puedo invertir en...
—Lo sé..., lo sé... —la corto—. Pero ¿cuándo vais a entender que no quiero jugar con vuestro dinero? Si sale mal..., yo... yo... ¡me muero!
Mis tres amigas ponen los ojos en blanco y sacuden la cabeza.
—Mira, Sakura —dice Hinata a continuación—, no va a salir mal porque eres muy buena en lo tuyo. Haz el favor de ser positiva y no olvides que la positividad llama a la positividad.
—Lo intento..., pero es que sería vuestro dinero el que invertiría en un principio y...
—Una vez me dijiste que admirabas mi fuerza —me corta Hinata—. Pues bien, esa fuerza la tienes tú también. Tienes una hija por la que luchar como yo tenía a mis hijos antes de conocer a Naruto.
Entiendo tus miedos y tus inseguridades, yo también los tenía, pero cuando la vida te echa un cable, como el que te estamos tendiendo nosotras, debes aceptarlo. Y debes aceptarlo por ti y por Sarada. Olvídate de remilgos y déjanos ayudarte como tú nos ayudas a nosotras siempre con tu cariño y tus sonrisas.
—Muy bien dicho, cuñada. —Veo que Ino sonríe.
—¡Qué bien hablas, cuqui! —afirma Temari.
Sonrío. No lo puedo remediar. 
Las tres, junto a Azumi, son una preciosa y maravillosa parte de mi vida, y mi familia, por lo que al final, encogiéndome de hombros y dispuesta a replantearme el tema, digo con seriedad:
—De acuerdo. Lo pensaré y lo pensaré en serio.
Mis locas sonríen y, cuando levantamos la copa para brindar, miro a mi amiga Ino y le pregunto con complicidad:
—¿Me la cantas?
Ella se ríe. Hinata también. Nunca olvidaré el día que esta última nos contó que Naruto le había cantado esa canción al piano, y yo, al escucharla, me enamoré de ella. Temari y Hinata insisten en que lo haga.
Se titula No existen límites, de mi romántico Luis Miguel, y Ino, tras aclararse la garganta, comienza a interpretarla.
Como una tonta, la escucho mientras la canta con un arte impresionante y, como siempre, mi amiga consigue que el vello de todo mi cuerpo se erice según avanza el tema y su torrente de voz me inunda. Temari, Hinata y yo la escuchamos con atención; ¡qué bien canta y qué increíble y romántica canción!
Cierro los ojos. Me derrito con lo que la letra me provoca. Vale. No tengo novio. No tengo a ese alguien especial para bailarla, pero me gusta. Adoro esa canción.
Cuando acaba, las tres aplaudimos como locas, mientras mi rubia amiga ríe y se acerca a mí, me abraza y dice:
—Te quiero, tonta..., te quiero mucho.
Repuestas de nuestro romántico momento musical, comenzamos a hablar de Sasori y de su inminente boda con Konan en Japon y, entre pucheros, les comento que me preocupa el mes y medio que voy a estar separada de Sarada.
Mis amigas rápidamente me hacen ver que he hecho bien dejando que mi pequeña se vaya con su padre. Sasori nunca ha puesto objeción a que yo me lleve a mi Gordincesa a Puerto Rico cuando todas vamos a casa de Minato Uzumaki o a España para ver a mi familia.
Tras mucho hablar, me doy cuenta de que he hecho bien. Sarada tiene un padre y, como tal, es normal que él quiera disfrutar de ella.
Esa madrugada, cuando se marchan las chicas y me meto en la cama, me duermo como un ceporro. Eso sí, como un ceporro feliz.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora