Gillian va a Inglaterra...

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Capitulo 44

Era una desesperada carrera contra el tiempo. Gillian sabía que llegaría a Dunhanshire bastante antes del festival de otoño, pero temía que Harry, Ian y Ramsey se le adelantaran. Por enfadada que siguiera con su esposo después de que éste la hubiera defraudado, y por decidida que estuviera a no regresar nunca más a las Highlands, se sentía aterrada ante la posibilidad de que le pasara algo. Harry le había destrozado el corazón, pero no podía dejar de amarlo. Si él y sus amigos trataban de tomar la fortaleza de Alford, se iniciaría una batalla en la que todos ellos morirían.

Estaba segura de que el barón Alford habría dividido sus tropas y tendría soldados apostados en sus tierras y en las de su tío Morgan. Siempre se había jactado de contar con más de ochocientos hombres bajo su mando, y aunque Gillian dudaba de que ninguno de ellos fuera realmente leal al barón o se sintiera obligado hacia él, sabía que rodos le tenían miedo. Alford controlaba sus tropas con actitud despótica, utilizando la tortura como método ejemplar para los hombres que osaban desafiar su autoridad.

A Gillian se le helaba la sangre al recordar los sádicos castigos de Alford, y en lo único que podía pensar era en hallar la manera de proteger al hombre que amaba.

Gillian se encontraba a un día de viaje de Dunhanshire cuando se vio obligada a detenerse. La fatiga estaba rindiéndole cuentas, y se sentía mareada por la falta de sueño y alimento.

Proster, Ker, Alan y Bridgid seguían a su lado. Gillian había tratado repetidas ocasiones de conseguiré que regresaran a casa, pero ninguno de ellos le había hecho caso. Bridgid no había dejado de repetir que tenía un plan, pero se negaba a decirle a Gillian en qué consistía, y aunque Gillian insistiera y le suplicara que regresara, Bridgid se resistía con tozudez. Los jóvenes soldados eran igualmente enloquecedores. Proster le había explicado una y otra vez que como ella no pensaba regresar a las tierras Sinclair con él, sus amigos y él habían tomado la decisión de permanecer a su lado y hacer todo lo que pudieran para protegerla.

Oscurecía cuando Bridgid sugirió que se detuvieran a pasar la noche. Gillian divisó un techo de paja en la distancia, e insistió en obtener permiso de pos propietarios para atravesar las tierras de la granja antes de descansar. Ignorando las vehementes protestas de Proster, desmontó al llegar a la puerta de la cabaña.

En la pequeña vivienda moraba una familia de cinco miembros. El padre era un anciano, con la piel tan curtida por la intemperie que su rostro parecía el lecho seco de un río. Al principio no se había fiado de ellos, porque había visto que los hombres de las Highlands llevaban las manos a sus espadas, pero en cuanto Gillian se presentó y pidió formalmente permiso para pasar la noche en sus tierras, relajó su actitud.

El viejo saludó a Gillian con una profunda reverencia.

-Me llamo Randall, y la mujer que se esconde detrás de mí es Sarah. La tierra no es mía, pero supongo que eso ya lo sabéis. Y a pesar de eso solicitáis mi permiso. Trabajo la tierra par mi señor, el barón Hardington, y sé que a él no le importará que descanséis sobre su hierba. Conocí a vuestro padre, milady. Era un gran hombre, y me siento honrado de poder seros de utilidad. Vos y vuestros acompañantes sois bienvenidos a compartir nuestra cena. Entrad y calentaos al lado del fuego mientras mis muchachos se ocupan de vuestros caballos.

Aunque era poco lo que tenían para compartir, los granjeros insistieron en que Gillian, Bridgid y los soldados cenaran con ellos. Durante la velada, Bridgid permaneció en un inusual silencio. Se sentó al lado de Gillian, y las dos quedaron encajonadas entre dos los fornidos hijos de Randall.

Cuando ya se marchaban, Sarah le dio mantas de su propio lecho.

-Refresca mucho por la noche –les explicó-. Cuando os marchéis, mañana por la mañana, dejadlas en el campo. Randall irá a recogerlas.

-¿Podemos hacer algo más por vos? –preguntó Randall.

Gillian llevó aparte al hombre, y la habló en voz baja.

-Necesitaría que hicieras algo que me sería de excepcional ayuda. Pero debo asegurarme de que si me das tu palabra de que lo harás, la mantendrás pase lo que pase. Hay vidas en juego, Randall, de modo que si no te ves capaz de cumplir con esta misión debes ser honesto y decírmelo ahora. No tengo ninguna intención de ofenderte, pero la importancia…

-Si puedo hacerlo, lo haré –prometió Randall-. Decidme lo que necesitáis, y de eso modo podré decidir.

-Has de trasmitir un mensaje en mi nombre –susurró-. Debes repetir con exactitud estas palabras: <<Lady Gillian ha encontrado el tesoro de Arianna>>.

Randall repitió dos veces el mensaje, y luego asintió.

-Ahora decidme quién es el destinatario del mensaje, milady.

Acercándose aún más, Gillian le susurró el nombre al oído. A Randall se le aflojaron las rodillas.

-¿Estáis… segura?

-Sí, estoy segura.

El viejo se persignó.

-Pero son unos desalmados, milady… todos ellos.

-Lo que estoy pidiéndote requiere coraje. ¿Llevarás mi mensaje?

Randall asintió lentamente.

-Partiré al amanecer.

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