Pesadillas y protección de la dignidad de Gillian..

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                                                                                Capitulo 23

 

Los gritos comenzaron en mitad de la noche. Judith Maitland se despertó sobresaltada, y de inmediato advirtió que lo que estaba oyendo eran los alaridos de Alec, capaces de helar la sangre en las venas, y arrojó a un lado las mantas. Pero antes que hubiera saltado de la cama, Ian había llegado ya al cuarto de los niños-

Graham y Michael estaban sentados en sus camas, con los ojos dilatados por el pánico. Alec se resistió al abrazo de su padre en su pesadilla, y ninguna caricia ni sacudida conseguía arrancarlo de ella. Los atormentados gritos de su hijo le resultaban insoportables, pero Ian no sabía qué hacer para que cesaran.

Judith se sentó al lado de su hijo, lo tomó en sus brazos y lo meció. Tras varios minutos, el niño comenzó a calmarse. Su madre sintió cómo su cuerpecito se relajaba, y poco a poco Alec se sumió en un plácido sueño.

-¡Santo Dios! –Murmuró Ian-. ¿Qué clase de infierno debió atravesar mi hijo?

Las lágrimas bañaron el rostro de Judith. Sacudió la cabeza, presa de una pena tan abrumadora que le impedía hablar. Ian tomó a Alec de su regazo, lo besó en la frente y volvió a acostarlo en su cama. Judith lo tapó con las mantas.

En las siguientes horas, dos veces más fueron despertados por los gritos de su hijo, y en ambas ocasiones corrieron a su lado. Judith quiso llevarlo con ellos a su cama, e Ian le prometió que accedería si Alec volvía a gritar.

A Judith y a Ian les costó bastante volver a conciliar el sueño, pero cuando finalmente lo lograron su descanso no fue interrumpido de nuevo. Ambos durmieron hasta tarde y no despertaron hasta pasado el amanecer, cuando su hijo mayor entró corriendo a su alcoba. Graham fue hasta donde dormía su padre y le tocó el hombro.

-Papá, Alec se ha ido –susurró.

Ian no se dejó llevar por el pánico. Pensando que su hijo se habría levantado temprano y estaría en algún lugar de la casa, le indicó a Graham con un gesto que no hiciera ruido para no molestar a su madre. Se levantó y, tras asearse y vestirse, salió al vestíbulo, donde lo aguardaban Graham y Michael.

-Probablemente esté abajo –apuntó Ian en un susurro, cerrando la puerta tras él.

-No iría solo abajo, papá –objeto Graham.

-Deja de preocuparte –le ordenó su padre-. Alec no ha desaparecido.

-No sería la primera vez, papá –insistió Graham, con un desasosiego que crecía minuto a minuto.

-Vosotros dos, id abajo, buscad a Helen y desayunad. Dejad que yo me preocupe por Alec.

Ninguno de los dos muchachos se movió. Michael tenía la cabeza gacha, pero Graham miró a su padre directamente a los ojos.

-Abajo está todo oscuro –señalo.

-Y a ti no te gusta la oscuridad –dijo Ian, tratando de contener su irritación.

-A mí tampoco –reconoció Michael, con la vista aún clavada en el suelo.

En ese momento se abrió la puerta principal, y entraron Harry y Ramsey. Habían dormido al aire libre, bajo las estrellas, pues así lo preferían. No les gustaba sentirse encerrados entre cuatro paredes, y estaban habituados a dormirse arrullados por la fragancia de los pinos y el viento soplando entre las ramas. A decir verdad, tan sólo se sentían a gusto en una cama cuando la compartían con alguna mujer, pero nunca pasaban toda la noche con ninguna.

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