El Monstruo...

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Capitulo 2

-No te olvides de tu papá- le murmuró-. No te olvides de mí.

Luego, fue hasta Gillian. Ella se arrojo en sus brazos y lo besó sonoramente en la mejilla.

-Papá, ¿no tienes otra bonita caja para mí?

-No, cariño mío. Ahora tienes que marcharte con William. Dale la mano…

-Pero, papá, yo también quiero tener una caja. ¿No tienes una que pueda llevarme?

-Te quiero- la interrumpió, pestañeando para contener las lágrimas mientras la abrazaba fuertemente contra su cota de malla-. Que Dios te proteja.

-Vas a ahogarme, papá. ¿Puedo turnarme con Christen para llevar la caja? ¡Por favor, papá!

Héctor, el administrador de su padre, irrumpió en la habitación gritando. Su entrada sobresaltó tanto a Christen que dejó caer el tesoro. La caja se salió de la túnica que la envolvía y rodó por las piedras del suelo con gran estrépito. A la temblorosa luz de las antorchas, los rubíes, zafiros y esmeraldas que la cubrían cobraron vida, lanzando cegadores destellos, como brillantes estrellas que hubieran caído del cielo.

Héctor se paró en seco, deslumbrado por la belleza que yacía a sus pies.

-¿Qué pasa, Héctor?- preguntó el barón.

Héctor había venido a transmitirle al barón un mensaje de Bryant, el comandante en jefe de sus fuerzas, pero parecía haberse olvidado de su misión mientras recogía la caja y se la extendía a Lawrence. Entonces, recordando de su súbito el propósito que lo había llevado hasta allí, se volvió hacia su señor.

-Milord-dijo-, Bryant me ha ordenado presentarme ante vos, para deciros que el joven Alford el Rojo y sus soldados han logrado abrir una brecha en el muro de defensa interior.

-¿Ha sido visto el barón Alford?- inquirió bruscamente William-. ¿O sigue ocultándose de nosotros?

Héctor se volvió hacía el soldado y lo miró.

-No lo sé- confesó, antes de volver su atención nuevamente hacia el barón-. Bryant también me ha ordenado deciros que vuestros hombres reclaman vuestra presencia, milord.

-Iré inmediatamente- anunció el barón, poniéndose en pie.

Hizo una seña a Héctor para que saliera de la habitación, y luego fue tras él, deteniéndose un instante en la puerta para contemplar a sus hermosas hijas por última vez. Christen, con sus bucles dorados y sus mejillas de querubín, y la pequeña Gillian, con brillantes ojos verdes de su madre y su blanco cutis, parecían a punto de romper a llorar.

-¡Iros ahora, y que Dios os guarde!- ordenó ásperamente el barón.

Se marchó. Los soldados se apresuraron a internarse en el pasadizo. Tom tomó la delantera para abrir la puerta final del túnel y asegurarse de que la zona no hubiera sido ocupada por el enemigo. Lawrence cogió a Christen de la mano e inicio la marcha por el sombrío corredor con su antorcha llameante en alto. Gillian iba detrás de su hermana, colgada de a mano de William. Cerraba la marcha Spencer, que volvió a colocar el arcón frente a la disimulada entrada del pasadizo antes de cerrar la puerta tras él.

-Papá nunca me dijo que tuviera una puerta secreta- susurró Gillian a su hermana.

-A mí tampoco- respondió Christen en el mismo tono-. Puede que se le olvidara.

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