Ian, Ramsey y Harry rumbo a Inglaterra...

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Capitulo 42

Gillian necesitaba con urgencia que Harry la rodeara con sus brazos y la sostuviera contra su pecho. Se dijo que el matrimonio la había cambiado, porque antes de conocer a Harry y enamorarse de él siempre había considerado que tenía que resolver por sí sola sus problemas. Ahora que tenía marido, quería compartir con él todas sus preocupaciones y todas las penas de su corazón. Hasta ese momento no le había preocupado saber por qué no le había dicho aún que la amaba. Dentro de lo más profundo de su corazón sabía que era así, y en verdad no creía que hubiera asumido su compromiso para toda la vida por ninguna otra razón.

Ningún hombre llegaría a tales extremos sólo para vengarse de un enemigo, y Harry no se habría casado con ella sólo para conseguir los nombres de los ingleses. Simplemente, Ramsey había sacado una conclusión errónea, y Harry, reacio a expresar sus verdaderos sentimientos, no se había molestado en corregirlo.

Harry era terco hasta lo indecible, y tan plagado de defectos que le habría costado más de una hora hacer una relación de todos ellos. A pesar de ello, lo amaba, y en ese momento necesitaba desesperadamente su consuelo y sus anchos hombros para llorar sobre ellos mientras le confiaba lo que le pesaba en el corazón. ¿Cómo podía ser su hermana tan fría e insensible? Le había dejado más que claro que no deseaba ver a Gillian nunca más. Había soñado con ese reencuentro durante toda su vida, y ni una sola vez se le había ocurrido pensar que Christen pudiera rechazarla.

Gillian se sentía avergonzada y humillada, y no acertaba a comprender por qué. Sabía que no había hecho nada malo, pero no podía evitar sentirse como si lo hubiera hecho.

Conmovida por la entrevista, con el único pensamiento de reunirse con su esposo y contarle lo que había pasado, acomodó al caballo en el establo y, a pesar de la molestia que sentía  en la pierna, corrió todo el camino hasta el castillo de Ramsey con la esperanza de encontrar allí a Harry.

Proster fue quien salió a su encuentro, y le dio las novedades.

-Vuestro esposo se ha ido, milady –le explicó-. Todos se han marchado.

-¿Todos? ¿Quiénes?

-Los lairds –respondió-. Ian Maitland, y mi laird, Ramsey, laird Styles.

-¿Ian estaba aquí?

-Sí, llegó esta mañana, poco después del amanecer.

-¿Adónde ha ido mi esposo?

-Se ha marchado con Ian y Ramsey.

-Sí –asintió ella, tratando de controlar su exasperación-. Pero, ¿adónde exactamente?

Proster pareció sorprenderse de que no lo supiera.

-Hacia la cumbre, a reunirse con sus tropas. Seguramente sabéis que hace varios días que se llamó a las armas.

-No, no lo sabía –reconoció ella.

-Los lairds han convocado a sus guerreros, y en estos momentos deben de haberse reunido todos.

-En la cumbre.

-Así es –asintió él, con un gesto.

-¿Y dónde está esa cumbre?

-Al sur, a una buena distancia a caballo.

-Entonces no regresarán hasta muy tarde, ¿verdad?

-¿Tarde? Milady, no regresarán hasta dentro de bastante tiempo.

Gillian seguía sin comprender. Proster, al advertir su desconcierto, se apresuró a explicárselo.

-Se van a Inglaterra, y sin duda vos conocéis con qué propósito.

-Sé que planean ir a Inglaterra, pero estás equivocados si crees que se van ahora. Si me disculpas, regresaré a la cabaña a esperar el regreso de mi esposo.

-Pues vais a tener que esperar mucho tiempo –replicó Proster-. No va a regresar, y mañana vos también deberéis partir.

-¿Partir? ¿Adónde?

-A casa –respondió Proster-. Escuché que vuestro esposo daba órdenes de que así lo hicierais. Varios soldados Styles se presentarán por la mañana para escoltaros hasta vuestro nuevo hogar. Graeme y Lochlan se harán cargo de vuestra seguridad hasta entonces.

Gillian sintió que la cabeza le daba vueltas, y que  tenía un nudo en el estómago.

-¿Y quiénes son Graeme y Lochlan?

-Graeme es un MacPherson –respondió el joven soldado, con visible orgullo-. Y Lochlan es un Sinclair. Tienen las mismas obligaciones y jerarquía. Ahora son iguales, como lo ha declarado nuestro laird, y también ha dicho que podemos conservar el nombre de nuestro clan y vivir todos en armonía como uno solo.

-Entiendo –musitó Gillian.

-¿Os  encontráis mal, milady? Os habéis puesto pálida.

Gillian ignoró la pregunta.

-No es posible que hayas oído bien Proster –insistió-. Cuando vayan a Inglaterra, me llevarán con ellos. Me prometió… No faltaría su palabra conmigo. Sabe… todos ellos saben que mi tío moriría en cuanto los ingleses los vieran. No, tienes que estar equivocado. Harry vendrá a buscarme.

Su agitación alarmó al soldado, que no sabía qué hacer. Pensó en mentirle y decirle que, en efecto, se había equivocado. Pero sabía que Gillian no tendría más remedio que aceptar la verdad, de modo que preparó para su reacción y rogó para que no se desmayara delante de él.

-Pongo a Dios por testigo que oí perfectamente bien. Todos lo saben…  menos vos… -tartamudeó-. Se van a Inglaterra, y vos seréis conducida a las tierras de los Styles. Vuestro esposo estaba preocupado por vuestra herida y quería que descansarais al menos un día antes de cabalgar tan largo trecho. Muy considerado por su parte, ¿no creéis?

Gillian no respondió. Se volvió y comenzó a alejarse, pero se detuvo bruscamente.

-Gracias por explicármelo, Proster.

-Milady, si todavía no me creéis, hablad con Graeme y con Lochlan. Os confirmarán lo que os acabo de decir.

-No es preciso que hable con ellos. Te creo. Ahora, si me disculpas, me gustaría volver a la cabaña.

-Con vuestro permiso, os acompañaré –se ofreció él-. No tenéis buen aspecto –añadió-. ¿Os duele la pierna?

-No, no es eso –repuso Gillian con voz neutra.

No dijo una sola palabra más hasta que llegaron a la cabaña. Proster acababa de despedirse con una inclinación, y se giraba para marcharse, cuando lo llamo.

-¿Sabes dónde viven Annie y Kevin Drummond?

-Todos conocemos a los Drummond. Cuando alguien se hace daño, siempre recurrimos a ellos. Si no muere en el trayecto, Annie lo cura. Por lo menos, la mayoría de las veces ¿Por qué me lo preguntas?

-Mera curiosidad –mintió ella-. Dentro de un rato, me gustaría volver a la casa de mi hermana. ¿Podrías acompañarme, por favor?

Orgulloso de que la mujer de laird Styles lo eligiera a él como escolta, Proster se irguió con presunción.

-Me complacería mucho cabalgar junto a vos… Pero ¿no acabáis de regresar de casa de vuestra hermana?

-Sí, pero olvidé darle los obsequios que traje de Inglaterra para ella, y estará ansiosa por verlos. Cuando esté lista para partir, enviaré por ti.

-Cómo gustéis –dijo él.

Gillian cerró la puerta con suavidad, fue hasta la cama, se sentó y, hundiendo la cara entre las manos, se echó a llorar.

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