29. Deseos del corazón (I)

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Sin duda, estar a sesenta y tantos kilómetros de la ciudad, era lo mejor que le había pasado a Miranda esos días

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Sin duda, estar a sesenta y tantos kilómetros de la ciudad, era lo mejor que le había pasado a Miranda esos días. El clima fresco era tranquilizante, la brisa decembrina le movía el cabello y le enfriaba la punta de la nariz.

Estaba envuelta en una chaqueta negra de cuero que hacía juego con la que Parker tenía puesta, la que ella por fin le había devuelto. Lo miró por un momento, detallándolo con lentitud: la brisa le movía los rizos rubios como el día que se habían conocido, solo que su cabello estaba un poco más largo, la sombra de la barba clara le enmarcaba los labios y sus ojos brillaban mientras admiraba la decoración navideña del lugar.

El pueblo estaba decorado por completo. No había un espacio donde faltaran guirnaldas, colgaban de las barandas de los restaurantes en color verde, rojo y dorado, brillando bajo la luz del mediodía. Había figuras de Santa, acompañado por sus renos, adornando las cabañas y los negocios que flanqueaban las aceras.

Le gustaba mucho ese lugar. La decoración navideña le recordaba a su madre, quien extrañamente no había decorado la casa aún. Miranda aprovecharía impregnarse del espíritu navideño del lugar para contagiárselo a su madre cuando regresara.

Miranda sonrió, observando la arquitectura que la rodeaba. No podía evitarlo. Las casas del pueblo alemán eran preciosas, el estilo había sido inspirado en aldeas de cierta región montañosa en Alemania llamada Selva Negra, según había leído. La armonía de los colores regía en las cabañas del pueblo, siendo estas todas blancas y cafés; el techo de madera a dos aguas combinaba con los acabados de madera que decoraban la fachada y, junto con los muros de piedra que daban cierto estilo rústico al lugar, Miranda sentía una sensación agradable de estar en un lugar mágico y lejano que inducía calidez.

Y, hablando de calidez, la mano de Parker buscó la de ella y sus dedos se entrelazaron, provocándole a la chica la sensación de cosquilleo que siempre le recorría el cuerpo cuando él la tocaba; no importaba cuantas veces lo hiciera, la sensación era la misma.

—¿Sabías que te traje aquí justo hoy a propósito? —la voz de Parker la sacó de sus pensamientos y ella lo miró para encontrarse con él sonriéndole desde su altura.

Ella le devolvió la sonrisa y alzó las cejas de forma interrogativa.

—¿Ah, sí? ¿Y que tiene este día de especial?

Parker asintió en dirección a la plaza, donde un enorme árbol de navidad se alzaba desde el suelo. Era tan grande e imponente que a ella le cortó el aliento por unos segundos. Estaba decorado con un montón de bolas de navidad que iban del rojo al dorado, cintas llenas de brillo y escarcha caían de él como el agua de una cascada y los lazos rojos estaban puestos en lugares estratégicos para que destacaran del resto de los adornos.

—Hay una tradición aquí —comentó Parker, mientras caminaban por la acera y pasaban al lado de un puesto de recuerdos—. Más bien, un evento especial. Todos los diciembres, en la mitad del mes, encienden el árbol y es un gran espectáculo —él la miró divertido por un momento—. No quiero decirte gran cosa porque créeme que vale la pena verlo en persona.

Algo hermoso |Amar de nuevo 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora