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Hoy está lloviendo fuera.

Miro por mi ventana como las gotas de lluvia caen fuertemente al suelo. El ruido del agua es ensordecedor y se entremezcla con el tráfico de la calle. Madrid siempre fue horrible para tener coche. Todas las carreteras siempre estaban atestadas y no había ni un día que no hubiera un atasco kilométrico hacia la M-30, donde todos los coches esperaban ansiosos para salir de esta cárcel.

No me importaría estar en uno de esos atascos ahora mismo.

Sobo mi mejilla antes de apoyarla sobre mi rodilla. Estoy otra vez sentada en la repisa de mi ventana viendo hacia el exterior. Es lo único que puedo hacer mientras Marta me mantiene encerrada aquí.

Mi cuerpo todavía se siente adolorido de la golpiza que me dio nada más volver de otra de esas absurdas fiestas a las que insistía en asistir desesperadamente. Los costados me duelen horrorosamente, y aunque ya me he aplicado la crema para los moratones mi piel no me da tregua. A simple vista soy un verdadero despojo humano que ha recaído en todo lo que pensó que había dejado atrás. He dejado de mirarme en el espejo porque no me gusta lo que veo, he vuelto a recaer en el mutismo y la culpabilidad de ser quien soy.

He vuelto a la vieja yo.

Hundo mi rostro entre el hueco de mis rodillas. Mi cabeza trabaja en mi contra y lo odio a más no poder. Marta me controla todos los días a su antojo, me tiene acorralada y yo no sé que hacer para salir de aquí. Las lágrimas caen por mis mejillas haciendo que mi piel arda, aunque trato de no provocar el llanto que quiere salir desesperadamente de mí, porque mi cuerpo se resiente con cada movimiento que hago y temo romperme en pedazos si me hecho a llorar como quiero.

Las temperaturas han caído fuera y se nota en el ambiente de mi habitación. He tenido que envolverme con una de las mantas de mi cama para no morirme de frío. Mis extremidades se han vuelto huesudas otra vez, dando una imagen de mí que creía que había olvidado, y la falta de grasa en mi cuerpo estaba haciendo demasiada mella en mi temperatura corporal. Puede que por eso esté acurrucada al lado del cristal observando la lluvia de fuera, porque no puedo hacer otra cosa, porque no tengo fuerzas para otra cosa.

He dejado de contar el tiempo que ha pasado desde que estoy aquí, no le veo el caso de hacerlo porque sé que no voy a salir pronto. Sin embargo, aunque haya dejado de sumar los días que paso aquí, mi cabeza se encarga de restar cada hora a mi tiempo de vida. Parece que me he establecido un contador que se aproxima vertiginosamente al cero, y aunque no quiero que llegue a su fin, una parte de mí desea que todo termine de una maldita vez para poder descansar.

Los golpes, las amenazas, las vejaciones, el maltrato....que termine todo de una vez...solo quería eso.

Cierro los ojos con fuerza cuando un flechazo de dolor atraviesa mi cabeza. Mi cuerpo me pide que lo alimente, pero no puedo hacerlo. Estoy encerrada con llave aquí dentro, esperando a que Marta abra la puerta y me diga cual es el nuevo lugar al que tengo que ir con ella esta vez. No hace más que llevarme a reuniones de ricos para presentarme a todos los empresarios que conoce, y a sus hijos también, y odiaba eso como no creí que lo haría nunca. Lloro más al recordar por todas las asquerosas fiestas a las que ella me ha llevado, esperando que por fin uno de sus conocidos ceda ante sus pretensiones y la hiciera lograr su propósito. Me siento como un pedazo de carne en venta, un objeto sin vida que se deja llevar a todos lados como un bonito accesorio.

Desde que me encontré con Luisa no hago más que arrepentirme por no haberla pedido ayuda cuando tuve la oportunidad. Marta ha sido muy cuidadosa de las reuniones a las que me llevaba desde entonces, asegurándose de que solo gente de su interés asistiera a las mismas. Había intentado investigar el interés de Marta por tenerme aquí, porque estaba segura de que tenía que ver con la muerte de mi abuelo, y no me faltaba razón.

EL ARTE DE SABER AMAR: PERFECCIÓN - RMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora