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Cuando supe que mi hermana ya había organizado este viaje nunca pensé que lo tuviera tan bien organizado. Y sí, con organizado me refiero a todo, absolutamente todo, planeado.

La mañana siguiente a mi gran aceptación por este viaje, me encontré rodeada de un montón de folletos y planfetos de diferentes ciudades, con sus mapas respectivos y un sin fin de rutas marcadas con rotulador morado sobre las impresiones. Irune se había encargado especialmente de seleccionar cada ítem y lugar tan minuciosamente, que solo me tendría que limitar a seguirla a donde quiera que nos dirigiéramos, y en parte me alegraba su entusiasmo por todo esto. Si ella estaba feliz, yo estaba feliz.

Y así fue como comencé a tener ganas de que llegara el día en que partiéramos.

Se podría decir que las ganas y las conversaciones constantes sobre qué haríamos y qué no haríamos me habían atraído como una abeja hacia las flores en plena polinización, y no voy a engañar a nadie, cuando me mostró varias entradas para ver un par de exposiciones en museos de unos cuantos artistas de arte contemporáneo, me emocioné bastante.

Podría decir que me sorprendí bastante cuando me dijo que el día en que cogeríamos un avión destino a Italia era a principios de agosto. Más exactamente un 5 de agosto, siendo nuestro primer destino Milán, donde permaneceríamos un par de días antes de coger un tren a Venecia. Por eso, y a vistas de que quedaba a penas una semana para marcharnos, dos días después de hacer oficial este viaje fuimos de compras.

Irune compró de todo, creo que no se dejó nada en ninguna tienda, y yo, disfrutándo de su emoción, la seguía a todos lados viendo como se probaba multitud de prendas que le quedaban todas como un guante.

En referencia a mí, todavía no tenía esa seguridad en mí misma como para probarme ropa delante de ella, pero obligada a dar un paso hacia delante, y a pesar de que me costó una batalla interna de una larga hora, decidí probarme un vestido. No era nada estrafalario ni elegante, tan solo un bonito vestido veraniego rojo con estampado de florecillas blancas de tirantes. Mi hermana me silbó cuando salí del probador, y se quedó un buen rato observando mis piernas, quedándose embobada de lo bien que me sentaba esa prenda.

Lo compré.

Y esa había sido mi única compra, aunque cuando llegué a casa descubrí que entre la abuela y Anne, habían decidido hacer una renovación de mi armario, por lo que todas esas ropas anchas y sin gracia que usaba para que nadie observase mi cuerpo habían desaparecido.

Esa noche lloré un montón, pero no de tristeza, al contrario. La alegría que me había invadido en ese momento contagió a todas las mujeres de la casa. Asi que, en el momento que hicimos aparición en el salón, mi padre nos miró preocupado, pero cuando le conté lo que la abuela y Anne habían hecho me abrazó muy fuerte, y después, fui testigo del profundo beso que él le dio a Anne para agradecerle lo que había hecho por mí.

Estaba feliz por mi padre. Estaba feliz por todos.

En ese momento fui consciente de que lo mejor que pude haber hecho era volver a casa. Ahora me sentía como una nueva Jana, como la Jana que siempre me había merecido, y era imparable, completamente imparable. Y aunque, a pesar de todo, el camino todavía era largo, sentía que cada paso que daba iba en la dirección correcta.

Iba a volver a ser yo.

— ¿Llevas inhaladores, las pastillas del hierro, protector solar y la tarjeta para emergencias?— yo asentí hacia mi padre con una sonrisa mientras envolvía mis brazos en su torso.

— Si papa, lo llevo todo— me separé de él y me dirigí hacia Anne— Volved bien y disfrutar de estos días sin hijas— la abracé de igual modo que a mi padre y la sonreí con labios cerrados.

EL ARTE DE SABER AMAR: PERFECCIÓN - RMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora