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La música salía escopetada de los altavoces del coche. Las ventanillas estaban abajo del todo y el aire me daba en las mejillas haciéndome muy feliz. Había decidido salir de la autovía y desviarme hasta Burgos para comer algo. Mis tripas habían rugido y ya no les iba a privar más de comer lo que quisiesen. Así que cuando me comí esa hamburguesa con bacon y queso la disfruté como si fuera una niña pequeña.

Paré a repostar en una gasolinera cerca de Torrelavega, y ya entrada la noche, llegué hasta la casa de mi abuela en Somo. Sentí como mi corazón volvía a latir al ver el coche familiar de mi padre en la entrada de la casa de remates de piedra, y pronto las ansias por entrar y ver a mi familia después de años me recorrieron por completo.

Bajé del coche muy rápido y cerré dejando que el sonido de un portazo llenara el ambiente. Las luces del porche se encendieron y me apresuré a llegar a la puerta principal, recorriendo el camino resguardado por las flores que mi abuela se empeñaba en plantar para parecerse a esas casas que salían en las películas.

— ¿Quién está ahí?— la voz de mi padre medio adormilado hizo que las lágrimas volvieran a mis ojos.

Joder, lo había echado de menos.

— Papá...— mi tono de voz fue descendiendo a medida que mi cuerpo aparecía en su campo de visión.

—  ¡¿Jana?!— sus ojos  verdes se agrandaron y una sonrisa se extendió por su rostro. La barba de un par de días remarcaba su mandíbula y su pelo castaño caía sobre su frente despeinado.— Por dios mi niña, ¿por qué no me dijiste que venías?— de dos grandes zancadas vino hacia mi y me rodeó entre sus brazos.

Mis lágrimas ya caían por mis mejillas de nuevo.

— Hey princesa— se separó un poco de mí posicionando su mano en mi mejilla. Un quejido salió de mi boca haciendo que la apartara como si fuera fuego— ¿Qué ha pasado?

— Yo...— la voz se me cortó antes de poder empezar— Discutí con mamá— su ceño se frunció y volvió a abrazarme, porque sentía que sabía que esa era la versión abreviada de todo.

Pasos resonaron a nuestras espaldas y sentí como alguien cargaba un arma.

— ¡David!, ¡¿Dónde estás?!, ¡¿Quién es ese pájaro* que se ha atrevido a pisar mi tierruca*?!— la voz de la abuela me hizo reir.

— ¡Ay, abuela! ¡Baja la escopeta, que te vas a hacer daño!— me separé un poco de los brazos de mi padre para ver la escena de Irune regañando a mi abuela.

Mis manos sobaron mis mejillas, haciendo que otro quejido saliera de mi boca, pero retiré todo rastro posible de lágrimas, y aunque sabía que preocuparme por mi aspecto servía de poco en estos momentos, traté de verme feliz para mi familia.

Hoy los veía a todos por primera vez en años.

Cuando los ojos de la abuela dieron con mi cuerpo juro que sus ojos se agrandaron con las más gratas de las sorpresas. La escopeta cayó sin preocupación al suelo, haciendo que Irune diera un saltó hacia atrás soltando unas cuantas malas palabras por su boca. Mis dientes atraparon mi labio inferior observándo la reacción incrédula de la abuela, y tratando de dar el primer paso hablé.

— Hola abuela, ¿te acuerdas de mí?— Irune dejó de insultar al aire para mirar hacia mi dirección con la boca abierta.

— ¡La hostia, Jana!— Irune pasó de largo de la abuela y me envolvió entre sus brazos en el abrazo más sincero que me habían dado en mucho tiempo.

Con pesar llevé mis manos hacia los brazos de Irune para soltarlos de mi cuerpo. La di una sonrisa cuando ella me miró entrecerrando sus ojos, y ahí supe que ella ya sabía que algo andaba muy mal.

EL ARTE DE SABER AMAR: PERFECCIÓN - RMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora