ᴄᴀᴛᴏʀᴄᴇ.

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Ignacio se preparó, acomodando su gorra de los Yankees.
Bajo de su habitación, dando pequeños saltos en los escalones, acercándose a la mesa del living donde se encontraba el regalo que le iba a llevar a la pelinegra.
Una vez listo, subió a su auto, saliendo rumbo a la dirección que la jujeña dejo en la guantera la noche anterior.

Llegó al debido barrio, que quedaba a unas dos horas del suyo. Funcio su ceño al ver que el lugar no era tan poblado, y la única casa que resaltaba era la de Julieta. Freno en la esquina del lugar, esperando a que Tomás salga de su casa.

[...]

Pasaron algunas horas en las que Ignacio se baso en estar con su celular, comiendo lo que compro en el camino y pendiente a su investigación. Un grito y un portazo alarmaron al pelinegro, haciendo que se enderece en su asiento, bajando un poco su cabeza, buscando con la mirada de dónde provenían los ruidos, hasta que miro a Julieta en el patio de su casa, llorando, mientras Tomás la miraba con sus ojos llenos de... ¿Irá?, ¿Amor?, ¿Enojo?, Ignacio no sabía diferenciarlo, con una botella de Hennessy en su mano.
El porteño apretó el volante con sus manos, clavando su mirada en la situación.

—Andate adentro, Julieta, no me rompas más las pelotas si no querés que esto termine peor que anoche.—Hablo el cara tatuada con una expresión de enojo, caminando hacia la camioneta negra que lo esperaba en la puerta de la casa.

—¡Tomás, todos los días es lo mismo, loco, basta, déjame en paz, déjame ser libre!.—Por otro lado, la Jujeña gritaba desde la puerta blanca que adornaba la entrada de la gran casa, con un llanto desconsolado el cual le daba escalofríos a Ignacio.

—¡Chúpame la chota, después vuelvo!.—Respondio, el peliverde, soltando un suspiro de frustración, cerrando el portón de la casa con llave, para subir al auto;—¡Métete adentro Julieta, si me entero de algo vas a ver!.—Alzo su ceja izquierda, mirando a la pelinegra, mientras el auto arrancaba rápidamente, desapareciendo de la calle.

—¡Siempre lo mismo, siempre!.—Bufo, la chica, apoyandose en el marco de la puerta, deslizándose hasta quedar sentada, abrazando a sus propias piernas, en medio de llanto.

Ignacio mordió su labio inferior, enojado. Agarro la mochila en la cual traía las pertenencias que iban a ser de la Jujeña. Acomodó su gorra, bajando un poco la parte de adelante, poniéndose la capucha de su buzo, tapando el tatuaje de su cuello, junto con unos anteojos de sol, negros.
Bajo del auto, cabizbajo, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón, caminando a paso lento hacia el portón de la casa de Julieta, mientras los sollozos dolorosos de la Jujeña envolvían en escalofríos al cuerpo del menor.
El porteño, soltó un suspiro, acomodando la mochila en sus hombros. Alzo un poco su vista, para comenzar a escalar la reja, pasando a la casa. Miro hacia todos lados, corriendo hacia la Jujeña, agarrandola por los gemelos y espalda, metiéndose a ambos dentro de la casa, cerrando la puerta con su pie;—Si, lo logré.—Suspiró, bajando a la chica, sacandose rápida las gorras, evitando mal entendidos.

—¡Ign...—el pelinegro negó, tapandole rápidamente la boca con su mano, evitando que gritará;—perdon, es que es una sorpresa verte acá—murmuro, saliendo de su agarré.

—Te dije que iba a venir Ju.—Sonrió levemente, secandole las lágrimas que corrían por sus mejillas con sus dedos pulgares;—¿Cómo estás?, ¿Te hizo algo?.—Preguntó, algo preocupado.

—Es que no creí que era tan literal.—Respondió, cerrando sus párpados bajo el tacto de su amigo, evitando sus preguntas;—Te estás arriesgando, Nacho. Mejor volve a tu casa.

—No me evites las preguntas, Juli.—Fruncio su nariz, mientras la morocha volvía a mirarlo;—¿Estás bien?, ¿Te hizo algo?.—Repitió.

Julieta tomo aire, mordiendo sus mejillas internamente, para comenzar a hablar;—Me dejaste ahí y todo se volvió peor.—Elevo una de sus manos bajando el cuello de la polera que tenía puesta, dejando a la vista las marcas moradas de dedos en su piel, mientras una lágrima rodaba por la mejilla de ella. Ignacio quedó estático, mirándola con atención, llevando su mano derecha hacia la zona afectada, pasando levemente las yemas de sus dedos con delicadeza;—Y eso no fue todo.—Volvio a hablar, levantando la prenda, dejando a la vista su abdomen, dónde adornaba un gran moretón que cubría parte de sus costillas.

𝒞𝒶𝓂𝒶𝓇𝒶 𝒟ℯ𝓁 𝒯𝒾ℯ𝓂𝓅ℴ | 𝐸𝑐𝑘𝑎𝑧𝑧𝑢.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora