Capítulo cuatro.

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El droide le acompañó al inmenso comedor a través de los laberinticos pasillos blancos del palacio. Las vistas desde los ventanales eran espectaculares, los vehículos voladores se deslizaban graciosamente entre los hermosos edificios y los habitantes recorrían las vías bajo la luz del crepúsculo.

Ya en el comedor, Kayos le dio la bienvenida de nuevo a él y al bebé. Frente a él se encontraba una larga mesa repleta de platos exóticos de los que el anfitrión se sentía muy orgulloso.

En un lado de la habitación había un retrato del emperador Palpatine en los tiempos de la Antigua República, lo que daba a entender las inclinaciones políticas de las que Kayos pecaba.

Le sentaron junto a Galya, algo que a Madhi no le hizo mucha gracia. Mando se preguntaba la naturaleza de su relación, ¿eran amigos? ¿Amantes, quizás?

Desde luego la princesa y futura senadora era una mujer de lo más deslumbrante, quizás la más deslumbrante en varios sistemas. Ni tan siquiera las prostitutas de Juj-kaleh eran tan hermosas.

Mando sonrió detrás de su casco, imaginándose una escena de sexo entre la senadora y él. No la dejaría dormir en toda la noche. Claro está, se dijo así mismo, no es más que una fantasía. Ella no querría estar contigo. Si supiera los crímenes que has cometido no te dejaría ni sentarte a su lado.

El pequeño jugaba con la comida.

—Espero que te gusten nuestros platos, estamos muy orgullosos. ¿Cuál vas a probar primero? –preguntó Kayos.

A pesar de ser un hombre que simpatizaba con la antigua dictadura imperial se notaba que le estaba agradecido al cazarrecompensas y que intentaba que las clases sociales que los separaban no se notasen.

Mando cogió aire pues sabía lo que vendría.

—No tengo mucha hambre –repuso.

El rey parecía contrariado.

—No puede quitarse el casco, papá —le advirtió la suave voz de Galya a su lado—, es parte de un juramento.

Aquello captó el interés científico de Madhi, que mantenía una cuchara en la mano mientras se debatía internamente si comenzar a cenar o no.

—Tiene que ser muy duro tener que vivir escondido –masculló.

—Para los débiles podría llegar a serlo, pero un verdadero mandaloriano puede resistir cualquier cosa —le respondió el cazarrecompensas.

El rey Kayos se encogió de hombros para luego comenzar a devorar la carne. Galya sacudió la cabeza con una sonrisa y luego se inclinó hacia Mando.

—Debe usted disculpar nuestra ignorancia, pero no recibimos muchas visitas aquí en Cagdal y menos de un hombre tan singular —le susurró, con la gracia que cabría esperarse de la próxima senadora arkaniana— a la par que misterioso.

Por primera vez en mucho tiempo, Mando no sabía que contestar. Se preguntó si la senadora sólo estaba siendo tan amable por ser un ejemplar de hombre exótico al que quería inspeccionar.

Estaba seguro de que Galya no estaba acostumbradas a tratar hombres tan viriles y violentos como él.

Decidió que, ya que no podía cenar, vigilaría que el pequeño no se metiese en problemas.

Un par de minutos después apareció la hija menor de Kayos con unos guantes nuevos, el pelo suelto y rizado, una diadema colocada horizontalmente en su cabeza y el porte más orgulloso que Mando había visto en varios sistemas.

—¡Ywein! ¿Dónde estabas?

—En el invernadero, padre, recogiendo los restos de una cristalera rota. No comprendo cómo ha podido romperse...—respondió serenamente, mirando de reojo al cazarrecompensas mientras se sentaba junto al pequeño.

Kayos reflexionó sus palabras.

—Sí, sí que es raro. Los pájaros no vuelan a tanta altura —meditó unos instantes— Bueno, mandaloriano, te presento a Ywein. Es la hija más dulce de toda la galaxia.

—Tan dulce como un sarlacc —murmuró el cazarrecompensas.

—¿Qué decías? —preguntó Galya.

—Que me alegro de conocerla.

La familia comenzó a charlar entre si durante un buen rato y Mando pudo observar que Madhi era un amigo bastante cercano de ellos.

Galya era extremadamente educada y sus juicios eran de categorías severas, sin vacilaciones y siempre amables como podría esperarse de alguien que trabajaba en política.

—Madhi, hoy he conseguido plantar con éxito un bulbo rizomioso de Torex IV —le sonrió la pelirroja, aunque lo verdaderamente interesante estaba en sus ojos negros, pues al mirar al científico brillaban de una manera muy única.

—Me alegro, pequeña. Espero que germine.

—Aunque me he hecho un corte en el dedo gordo, mira —dijo con la intención de enseñarle la herida.

Galya la interrumpió casi en un jadeo.

—¡Ywein! Te he dicho muchas veces que no puedes quitarte los guantes y menos delante de un extranjero —la riñó.

Su hermana pequeña se desanimó al no poder enseñarle a Madhi su herida de guerra y volvió a degustar la sopa con una decepción más que evidente.

Pero aquel breve intercambio no hizo que se perdiese el ambiente de la fiesta pues el rey Kayos tenía ganas de hablar con el mandaloriano.

—Es una pena que se haya llevado una impresión tan penosa de nuestra ciudad. Los insurrectos ponen a prueba nuestra paciencia mucho últimamente.

—He visto cosas mucho peores —respondió Mando.

Ywein se apresuró a preguntar.

—¿Cómo cuáles, señor mío?

—No me sorprendería que intentasen buscar aliados en otras partes de la galaxia —tembló la senadora Galya— como a los piratas del Crimson Dawn. Eso si logran salir de la superficie.

De modo que si hay gente habitando en la superficie, se dijo Mando.

—Creía que todos los arkanianos vivían en las ciudades de las nubes —enunció el cazarrecompensas, intentando desentrañar aquel misterio.

A veces no podía evitar seguir las pistas de cualquier cosa que se le pusiese por delante, él lo llamaba deformación profesional.

—Los habitantes de la superficie trabajan para mi empresa extrayendo los materiales de las cuevas –expuso el rey Kayos—. Son unos seres de poco coeficiente intelectual y que no pueden vivir en sociedad. Por eso son los trabajadores perfectos para mis minas.

Ywein se apresuró a demostrar sus vastos conocimientos.

—Yo he leído en los periódicos que los terroristas construyen allí sus bombas y armas. Si el Imperio siguiese en pie...

La hermana mayor se apresuró a zanjar el tema tan poco apropiado para una velada con un invitado.

—Cállate Ywein, tú no sabes nada –la riñó al verla tan pasional, provocando que esta agachase la cabeza avergonzada. Galya dirigió sus siguientes palabras a Mando—. Lo cierto es que los habitantes de la superficie solo entienden de violencia, por eso llevan más de cinco años intentando acabar con Cagdal. Creen que sembrando el terror van a conseguir que el consejo acepte sus demandas.

El mandaloriano frunció el ceño, aunque nadie pudo verlo.

—¿Demandas? ¿Qué demandas son esas?

Galya quiso responder, pero de repente se oyó en los pasillos el eco de unos disparos.

𝐋𝐨𝐬 𝐟𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬𝐦𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐝𝐞𝐫𝐚𝐚𝐧 | Din Djarin x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora