Capítulo cinco.

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Fuera de la sala se escucharon unos golpes secos que acabaron convirtiéndose en un gran estruendo.

Para cuando las puertas corredoras se abrieron, Mando había saltado hacia el niño para protegerlo del pequeño escuadrón armado que había entrado en el comedor: vestían todos ropas oscuras, harapientas, desgastadas; y su rostro estaba oculto por una careta blanca con un símbolo rojo de tres puntas. Los terroristas habían entrado al palacio y él tenía su arma descargada.

—¿Pero quienes os creéis que sois? –se irguió la pelirroja indignada.

El individuo que la tenía más de cerca la golpeó en el rostro con la culata de su bláster y la jovencita cayó al suelo, dolorida, pero no se quejó.

—Silencio Ywein —la reprendió Galya, que estaba sentada elegantemente en la silla—. Estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo.

—¿Acuerdo...? –se sorprendió el rey Kayos con la cara púrpura de rabia.

Una de las enmascaradas se puso en primera línea con dos blásteres en las manos. El cazarrecompensas mientras tanto guardó al niño en su bolsa, temiendo que los terroristas le hicieran daño.

—La futura senadora Galya, supongo –señaló la enmascarada mientras apuntaba a su cabeza con uno de sus blásteres—. Acompáñenos sin oponer resistencia o nos obligará a abrir fuego contra su familia.

El científico, que se había quedado petrificado desde su silla, contempló como Galya avanzaba seria y serena hacia los terroristas.

—Pero... ¡Galya!

—¡¿Qué pretenden?! –preguntó un enfurecido Kayos.

Mientras tanto y sin que nadie se hubiese percatado de ello, el bebé había sacado su frágil bracito de la bolsa.

—Rey Kayos esto es un secuestro. Queremos que el consejo acepte nuestras demandas o mañana a mediodía encontrará los restos de su hija entre las fauces de un lagarto de las nieves –en su voz no había ni un resto de debilidad.

Aquello prometía meter a Mando en un embrollo y más cuando había hecho todo lo posible por mantenerse alejado de la política Arkaniana. Uno de los enmascarados dio un paso hacia atrás mientras señalaba la mesa con su arma.

—¿Qué... qué es eso? –tembló.

Uno de los cuchillos estaba florando sobre los exóticos platos a medio devorar apuntando en su dirección, en un silencio amenazante. Todos en la mesa se quedaron atónitos, incluso la joven Ywein.

—¿Quién está haciendo esto? –preguntó uno de los terroristas, y por primera vez, su voz había cambiado— ¿¡Quien!? ¡El del casco!

Todas las pistolas apuntaron hacia él.

—Si fuese yo, el cuchillo ya estaría perforando tu arteria —resumió.

Madhi el científico aprovechó la confusión para tomar el cuchillo en el aire y lanzárselo al grupo; el arma atravesó la habitación y se clavó con fuerza en el brazo de la que parecía ser su líder.

Esta gritó y rápidamente la sala se convirtió en una jaula de gritos y unos cuantos agujeros de láseres. Los comensales se agacharon bajo la mesa mientras los atacantes se llevaban a Galya a la fuerza.

—¡Hija, no! —gritó el rey Kayos mientras se acurrucaba entre sus piernas.

El pequeñín verde parecía ajeno a la contienda y le sonrió a Mando. Este suspiró.

—No me gusta que hagas esas cosas por tu cuenta.

El bebé se rio de él.

Mientras, los terroristas habían abandonado la sala y ahora se disponían a escapar del palacio. Madhi gritaba de dolor pues un láser le había alcanzado la pierna y se estaba desangrando así que fue socorrido por Ywein.

𝐋𝐨𝐬 𝐟𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬𝐦𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐝𝐞𝐫𝐚𝐚𝐧 | Din Djarin x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora