Capítulo diecisiete

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Seguro de sí mismo, Din brincó de la nave. Fuera le esperaba la aterradora imagen de al menos veinte seres con armas apuntándoles. La bahía de carga de sus captores era oscura, roñosa y olía oxido; las piezas de otras naves decoraban la angosta habitación y manchas sospechosamente rojas por el suelo les indicaba cual era el trato que habían recibido sus tripulaciones.

Aquella gran nave había conocido tiempos mejores, pero sin duda era de Olev.

—Queremos hablar con vuestro capitán –anunció Din sin contemplaciones, mientras sus compañeros bajaban de la Razor.

Intentaban no hacer mucho ruido ya que cualquier movimiento brusco desataría una tormenta de láseres. El capitán Da'ren ayudó a bajar a sus compañeras y a Madhi, indicándoles que permanecieran en silencio.

—Sí, por supuesto que queréis verle. Todos quieren –respondió un Mon Calamari azul de ojos saltones.

Ante aquella declaración, todos los demás piratas se rieron y el cazarrecompensas tuvo que pensar una estrategia para llegar hasta Olev. Una vez delante de él tendría que arreglársela para seguir vivo junto al pequeño. Los demás... bueno, tampoco iba a dejar que los asesinasen, pero no eran su prioridad. Siempre podría venderle a Olev a Ywein.

—Veníamos de camino para verle a él –respondió el capitán Da'ren de improvisto.

—No hemos recibido ninguna señal –añadió el Mon Calamari— así que creo que mentís.

Entonces Din tuvo una idea.

—¿Oyes esto? –preguntó mientras se golpeaba el pecho— Es beskar puro. Soy un mandaloriano, vengo a comerciar con Olev. Si no me crees, habla con él antes de matarnos.

Los piratas hablaron entre si antes de que uno de ellos se esfumara por los pasillos. En lo que les pareció una eternidad, los tripulantes de la Razor Crest quedaron a la espera de la decisión de los piratas, sabiendo que su vida terminaría tan rápido que no les daría tiempo ni a lamentarse.

De pronto vino el mismo sujeto y le susurró algo al calamari donde debía de tener su conducto auditivo. Este asintió.

—Tenéis suerte. De momento permaneceréis vivos –les hizo una señal con su bláster—. Seguidme.

La nave era grande, pero estaba destartalada y no era muy acogedora. En el trayecto pudieron ver ratas del espacio cruzarse, varias peleas a navajazos y gritos que se escapaban desde los conductos de ventilación. Asustada por todo lo que les acontecía, Ywein se acercó al científico y le tomó de la mano. Temió que este la rechazara, pero no lo hizo. Sintió su calor a través de su guante.

—Intentad no mirarle directamente a los ojos –les recomendó Din mientras se colocaba la capa para esconder al pequeño—, es un hombre bastante inestable. Sobre todo, no le llevéis la contraria abiertamente. Es conocido por dedicarse al desmembramiento de sus víctimas.

A Talas le fallaron las piernas al oír aquello e intentó buscar consuelo en el rostro de su nueva compañera Miña, pero esta caminaba a la par que su capitán, sin duda intentando impresionarle. Debía de ser un hombre muy importante en la Nueva República, quizás incluso participó en la rebelión, pensó la mujer de Alderaan, que sabía nada o muy poco de la situación política de la galaxia. Tan solo se enteraron de que el Imperio había caído porque los soldados dejaron de pasearse por las minas.

El calamari les llevó hasta una habitación redonda con un hombre sentado en una especie de trono, algo que a Madhi le pareció absurdo. La sala era tan oscura y siniestra como el resto de la nave solo que en el suelo se podían ver los restos sangrantes de algún desgraciado que había tenido la mala suerte de toparse con Olev. A su alrededor había algunas mujeres con ropa más que provocativas, algo que hizo que Talas rodase los ojos.

𝐋𝐨𝐬 𝐟𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬𝐦𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐝𝐞𝐫𝐚𝐚𝐧 | Din Djarin x OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora