La guarida de las sirenas

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Narra Mérida

Tardé algunas horas en conciliar el sueño. El constante recuerdo de mi velada en la Tierra de las hadas me impedía relajarme cómodamente entre las sábanas de mi habitación.

Por fin, después de muchos años siendo la sombra de mi madre, me había sentido importante. En mi clan nadie me tomaba en serio, no era más que un medio para asegurar la paz del reino con mi futuro matrimonio, pero todas esas hadas sonriéndome agradecidas y Legolas sosteniendo mi cintura orgulloso, me hacían creer todo lo contrario.

Había sido fácil escabullirme hacia mi habitación, el castillo estaba en calma, con todos dormidos y un relajante silencio, demasiado quieto en mi opinión, pero de cierta manera, eso me alegraba, pues no tendría que lidiar con más interrogatorios de mis padres.

No podía esperar para otra aventura, me emocionaba recorrer algún otro reino y explorar la mágica tierra de Altera en compañía de Legolas. Mis sueños me llevaron de nuevo a él, a la manera en la que me miraba y a su manos acariciando mi rostro lentamente. Poco a poco me quedé dormida, arrullada por el recuerdo de su voz.

Desperté al sentir un ligero ardor en mi hombro, producto del rasguño de aquella criatura fuat. No sabía cuantas horas había dormido pero enseguida me puse de pie.

Tomé mis cosas, me vestí y bajé la escalera hasta el salón principal, esperando no ser vista por nadie.
Aún era temprano, la servidumbre todavía no se había puesto de pie y no percibí señales de mis padres o de mis hermanos.

Una parte de mí continuaba sintiéndose culpable por ocultarle mi misión a todo el mundo, pero sabía que era crucial mantener el secreto, lo había prometido a los elfos y no podía fallarles.

-Mérida...- una voz interrumpió todos mis pensamientos.

-Ah, hola Jason- saludé. El joven Macintosh me miró de arriba a abajo.

-Que pena que ya no pudimos vernos ayer, pero estoy seguro de que no podrás negarte a pasar la mañana conmigo hoy- murmuró el arrogante sujeto.

-Querrás decir con nosotros- interrumpió el joven Dinwall acercándose en compañía del joven MacGuffin.

-¿De qué están hablando?- pregunté sorprendida de que los tres estuvieran ahí tan temprano, bloqueando mi paso a la salida.

-La reina nos dijo que antes de que te cases, debes pasar tiempo con nosotros, para que te decidas ¿Lo Olvidaste "Su majestad"?-puntualizó.

-No tengo nada que decidir, saben cual es mi opinión respecto a todo esto- alegué evitando hacer contacto visual con alguno de los tres.

-Pues al menos a mí si me gustaría conocer a mi futura esposa- replicó el pelinegro.

-Esposa futura la mía puede ser ¿No?- intervino Ben MacGuffin con aquel acento que lo caracteriza.

-Talvez yo pueda...- tartamudeó el pequeño Dinwall con un hilo de voz.

-No, no puedes, ninguno puede, solo ¡Déjenme en paz!- levanté la voz más de lo que en realidad hubiera querido. No deseaba continuar lidiando con ellos, después de todo, había acordado que la decisión no sería mía y fingir que sí solo hacía más grande mi enfado y me alejaba más de Legolas...

-¡Mérida, esa no es forma de dirigirte a tus pretendientes!- La voz de mi madre era un estruendo entre las paredes. Al verla caminando directo hacia nosotros, supe cuales eran sus intenciones.

-Lo siento...- dije por lo bajo.

-Majestad usted dijo que debíamos pasar tiempo con la princesa, no sé ustedes pero al menos mi padre me lo ha estado insistiendo- replicó Jason Macintosh. Los otros dos jóvenes Lords asintieron.

El último suspiro "Legolas & Mérida"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora