Capitulum XVIII

146 20 10
                                    

Antes de comenzar a contarles sobre mi experiencia y todas las cosas que suceden en mi vida, déjenme aconsejarles que nunca, jamás, en sus vidas practiquen deporte. ¿Por qué? se preguntarán. Bueno, la respuesta es simple, ¡Porque luego te duele el cuerpo entero y no puedes moverte sin gemir adolorido!

La semana consiguiente a aquel día todo en mi dolía a mares y las lágrimas salían de mis ojos al sentir como si mis huesos crujían con cada movimiento. Deseé haber muerto aquel día en el gimnasio porque me hubiese ahorrado todo el dolor y sufrimiento que pasé por una semana entera. ¡Una semana!

Pero dejando eso a un lado –solo quería quejarme un rato del dolor que soporté por un puro capricho de ejercitarme– el tiempo siguió su curso, creía yo que algo rápido porque, sin darme cuenta, la primavera se esfumó y el abrasador calor de la nueva estación inundó las calles de Busan.

¿En qué momento las plantas dieron a entender que sus frutos ya estaban listos o los estudiantes contaban sus días para las vacaciones de verano? No lo sabía, el tiempo al lado del mayor pasaba como si fuese un suspiro y apenas tuve el tiempo de reaccionar a la holeada de calor que estaba azotando en la ciudad. Juraría que los arboles se derretirían y el suelo se volvería liquido por las altas temperaturas. Hacía un calor infernal y para mi desgracia, mi departamento no tenía aire acondicionado.

Tal vez tengan algunas preguntas como dónde estaba yo ahora o dónde se encontraba el mayor. Bien, las responderé a su tiempo.

Primero, déjenme informarles que hacía tres días que no veía al más bajo. ¿Por qué? Bueno, básicamente porque aquel no se encontraba en el país. Si, como lo oyen, Jimin había partido hacía tres días en un vuelo a Francia en busca de mejorar su nivel laboral obteniendo un título de profesor para que lo dejasen ejercer en la universidad como maestro. Por supuesto, mi confusión fue la misma que la vuestra cuando me enteré de eso apenas desperté la tarde del problema con el Sr.Cho. Jimin me explicó con clama que hacía unos días, la oficina central de psicología de París lo había invitado a unas practicas para obtener el título necesario y poder dar clase sobre su trabajo. Me dijo que estaba pensando en si aceptar o no y que le gustaría saber de mi opinión. Claramente, yo estaba triste por pensar que se iría por ni más ni menos un periodo eterno de cinco meses, nos encontrábamos a principios de junio y el mayor regresaría a finales de octubre si decidía partir hacia aquel país. Pero tuve que dejar mis sentimientos a un lado y aconsejarle que aceptase ir. Aparté todos los malos pensamientos que rondaron mi mente al saberlo, el pensar que podría encontrar a alguien más estando allí o que se olvidaría de mí si no nos veíamos seguido. Dejé todo eso en lo más profundo de mi corazón y le sonreí, dándole fuerzas para que aceptase y mejorase en su carrera. Me hizo caso. Después de hablar un poco sobre el tema y enterarme de que al parecer, Jimin hablaba el ingles y el francés con fluidez a demás del coreano –cosa que desconocía– el mayor hizo una llamada informando que si asistiría al curso y le tomó unos minutos reunir toda la información necesaria para partir, siendo esta la fecha y hora de partida del vuelo a diez días de aquel.

Le acompañe al aeropuerto y nos despedimos, yo con el corazón en la mano y sintiendo como si una parte de mi alma se fuese en aquel avión con el mayor para darle fuerza. Después de su partida me tiré en el sillón de la sala de estar observando la planta de aloe vera que con el paso del tiempo había comenzado a dejar ver la pequeña yema de una flor. Era hermosa. Parecía frágil y delicada pero a la vez, mantenía con un toque vivo al resto de la mata. Sonreí al simbolizar aquella planta que el mayor me entregó en un estado seco y enfermizo con mis sentimientos por el mismo. Si me paraba a pensar, podía ver que, a medida que aquella flor crecía y las hojas de las maceta cogían un color verdoso y brillante, mi corazón se sentía de la misma forma. Tal vez sea algún tipo de planta mágica que sabe como me siento, pensé. Pero aquello era imposible por mucho que intentase buscarle una explicación. Por eso decidí prestarle más atención a aquel ser vivo verdoso y observar como iba cambiando.

Misophobie • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora