Capitulum XIV

154 27 12
                                    

Cómo llevaba esperando toda la semana, el jueves llegó después de un largo tiempo, pero, finalmente, estaba aquí.

La mañana había sido tediosa, cargada de trabajo y rodeado de papeleo nuevo. No hubiese tenido ningún inconveniente en cumplir con mi cometido laboral si no fuese por las pocas horas de sueño que fui capaz de conciliar.

El nerviosismo se apoderó de mi mente la noche anterior pensando en como debería actuar con el rubio o que debería decir al respecto. Esa misma razón era la que me había traído a las grandes veredas de Busan donde me encontraba paseando a unas horas de mi sesión con el psicólogo.

Cavilaciones sobre lo ocurrido, el cómo le explicaría al mayor del ataque aquella noche lluviosa y el por qué de mi alejamiento a su contacto. Todo aquello estaba en mi cabeza a pesar de que esta se encontrase baja, observando las puntas de mis zapatos casuales avanzar sin rumbo.

¿Y si Jimin resultaba estar molesto conmigo? Si fuese así, no creía que aguantase las lágrimas y tendría que salir corriendo para llorar una vez más. Aunque, si ese fuese el caso, el castaño hubiese cancelado nuestra cita hoy, ¿No? ¡Agh! Esto era tan confuso y estresante.

Bufé molesto por el repentino malestar que ya tenía asimilado días atrás en mi estómago, revolviendo este y, levanté la cabeza observando el firmamento nuboso. La estación de invierno estaba llegando a su final, con ella, los cerezos en Japón tenían creciente las yemas de la flora. Junto a la llegada de una temperatura más alta, las aves migratorias comenzaban a regresar, las melodías de la mañana lo confirmaban. El color verde resaltando en las áreas de césped y el aroma dulce de las flores primaverales. Mi estación favorita del año no se encontraba a más de una semana de instalarse en el calendario y aquello me subió el ánimo estos cuatro días consecuentes al problema con Jimin.

Sentir la brisa fresca de una nueva época me estaba ayudando, mirar el cielo despejado después de varios días de tormenta también agradaba a mi sistema e instalaba una sensación llevadera en mi órgano vital. Le sonreí triste al azul pintado, ni siquiera tuve el valor de coger el teléfono y marcarle al castaño para aclarar las cosas cuando pude intentar arreglarlo. Era lamentable como me estaba torturando lentamente y no hacía nada al respecto.

Todos mis pensamientos fueron interrumpidos cuando sentí un fuerte tirón en la parte baja de mi pantalón y mis orbes se abrieron en demasía asustado por el repentino tirón. Extrañado y desviando la visita del cielo hacia el lugar donde provenía aquella molestia, mi ceño se frunció al apreciar un pequeño niño, de no más de cinco años seguramente, y portando un peluche de un perezoso, con sus ojitos llorosos y una expresión asustada.

El pequeño humano fruncían sus finos labios en un puchero y sus delgadas cejas se juntaban dando lugar a un rostro triste. El niño mantenía el contacto visual conmigo, sin soltar la prenda inferior de tela y mirándome como si implorase de mi ayuda.

Pero, oh no, yo no podía buscarme más problemas de los que ya poseía. Enredarme en lo que fuera que ese niño conllevase me llevaría bastante tiempo, de eso estaba seguro, y yo no poseía de este. Debía seguir pensando, encontrar una respuesta a mis preguntas de cómo actuar más tarde y, si el pequeño estaba conmigo, no sería capaz de lograrlo a tiempo. No podía y no debía.

Pero el mundo parecía no quererme y, como Dios solo sabía, mi debilidad por los niños era inevitable desde que tenía memoria. Los bebés fueron los únicos seres humanos con los que podía mantener contacto directo. Poder realizar aquello me ayudó en ahorrar dinero con trabajos de cuidador en la secundaria. Me encargué de varios niños a lo largo de mis años de escuela y lo seguí realizando cuando entré a la universidad, por dos años más, pero a carrera terminó ocupándome todo el tiempo y las asignaturas requerían de más dedicación en mi tiempo libre. Decirle adiós a los niños, ser rodeado por unos pequeñitos brazos y sentirme cómodo con la cercanía de un humano, fue duro, más, no tuve otra opción. No volví a ejercer de cuidador en los últimos años, por suerte, mis dotes para tratar chiquillos de la edad del muchacho aferrado a mi pantalón, no habían desaparecido y aquello no supondría un problema.

Misophobie • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora