Capitulum XVI

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Para serles sinceros, no sabía como había sobrevivido todos estos años sin poner el pie en un restaurante o un local de comida rápida. Todo alimento que salía de aquellos lugares no eran ni más ni menos que manjares hechos para los dioses, tan ricos y deliciosos. Dios, juraría que morí al degustar una de las increíbles hamburguesas del local que se encontraba en el centro de la ciudad.

¡Oh! Discúlpenme, desde que descubrí que puedo comer en lugares ajenos a comida preparada en mi cocina o la del mayor, mi vida había dado un giro de 180º. Antes, la mención de un restaurante llegaba a provocarme náuseas y mi mente se encargaba de recordarme que no debía ir a esos locales, creando imágenes ficticias de comida contaminada o una cocina llena de insectos verdaderamente asquerosos. Pero ahora no era así y creo que tienen una mínima idea de gracias a quien era. Exacto, Park Jimin abrió la puerta de mi mente que mantenía con uno de los cerrojos más reforzados, dañando la cerradura desde dentro porque, de alguna forma, encontró la manera de llegar a mi interior y desbloquear candados como si yo me tratase de un videojuego de niveles por resolver.

En el fondo no me importaba, agradecía que alguien hubiese sido capaz de romper las barreras que ni yo mismo conseguí superar aún siendo yo el que impusiera esos contratiempos para ser feliz.

Pero como decía, desde el momento en el que el castaño me arrastró hasta las puertas de aquel restaurante donde ambos terminamos con nuestros estómagos a rebosar de deliciosa comida, mi vida no había vuelto a ser la misma, con la diferencia de que podía probar de las delicias de los puestos callejeros que estuvieron ocultos a mí conocer por más de una década.

Claramente, pueden imaginarme al día siguiente de saber que tenía el consentimiento de mi cuerpo de tolerar ese tipo de alimento lleno de energía y listo para visitar todos los puestos de comida rápida de la calle principal de Busan y, oh, dios, ¡Todo sabía increíble! Helados de varios sabores, fríos y dulces; perritos calientes, cargados de complementos y salsas; puestos de tteokbokki… Todo era extremadamente perfecto y desbordante de diferentes sabores y texturas, algo que llegué a admirar con el pasar de las semanas.

Mi cuerpo, con algunos huesos marcados y de un tono pálido, fue cobrando vida al rellenar mis músculos con grasas y proteínas. Mi tez cambió a una más morena y mi rostro lucía más apuesto con mis mejillas esponjosas y ligeramente sonrojadas todo el tiempo.

Me veía bien, observarme en el espejo antes era una actividad tediosa a la que solía evitar. Pero ahora era completamente diferente. Me esforcé en verme con un buen aspecto, no solo para el mayor sino también por mí. Quería demostrarme a mí mismo que yo estaba mejorando y, una clara prueba de esto, era mi vivo estado y el brillo alegre que tornaron mis pupilas oscuras. Estaba en calma, sin problemas, sin la soledad azotándome como si fuese un látigo en mi espalda, o ataques de pánico por rozar un material que no sabía si contenía algún tipo de bacteria, mi estado era completo y me prometí dar todo para poder sanar cuanto antes.

Si bien había superado la mayor parte de la misofobia, el miedo a algunas cosas como tocar un baño público sin guantes, o entregar mi cuerpo a alguien que lo mereciese aún eran acciones que no podía realizar libremente y quería cambiarlas. 

Ya en mi rutina no entraba tanto el uso de guantes en mis manos. Antes, los usaba para no mantener contacto directo con cualquier objeto y protegerme de lo que me rodeaba, pero también estaba el uso exclusivo que les daba a las blancas prendas de ocultar las heridas y cicatrices de mis dedos.

Esta última acción ya no era tan necesaria. Si que era cierto que lavaba mis manos demasiadas veces al día pero no de la forma tan brusca y desesperada por liberarse de cualquier vil sustancia como antes solía hasta el punto de hacerlas sangrar. Ya no más, y eso se debía a la ayuda del psicólogo.

Misophobie • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora