Capitulum IV

186 34 20
                                    

No sabía en que momento ni cuando pero el cielo parecía que se partiría en dos y de el caerían rayos abrasadores a su paso.

El diluvio impactaba con fuerza sobre el asfalto y mojaba todo a su paso abrumador. Los charcos en las aceras podrían considerarse lagunas y si no hubiese visto con mis propios ojos aquella esfera luminosa apenas hacia una semana, no creería nunca la existencia de aquella.

Tan oscuro, tan gris, tan deprimente.

Todo a mi alrededor podría describirse con esas palabras con un significado nada agradable  y, para mi infortunio, tuve que atravesar aquella tempestad mientras se encontraba en su mayor esplendor.

Hacia apenas unas horas, había huido de la casa del rubio cuando sentí que mi cuerpo reaccionaba de nuevo a las señales que mi cerebro mandaba y me había largado de aquel lugar que ahora, con solo recordarlo, mi cuerpo era recorrido por escalofríos desagradables.

La angustia que sentía al ser conocedor por la propia boca del mayor que sus preferencias eran los hombres y, aquella demostración por parte del desconocido quién interrumpió nuestra conversación, eran sensaciones que sabía de sobra que a nadie le gustaría sentirlas nunca.

De todo este incidente, le agradecí internamente al moreno quien intentó besar al chico de bajos complejos, por hacerme ver con el tipo de persona con la que yo me estaba abriendo y en la que, supuestamente, se convertiría en mi apoyo para superar mi desgraciada condición.

Aún podía sentir el roce de pieles en aquel supermercado semanas atrás, y cada vez que lo pensaba, debía ir a al lavabo para enjabonar el lugar que estuvo en contacto con aquel, sintiendo las náuseas instalarse en mi garganta y reteniéndolas a duras penas.

A pesar de la tempestad en el exterior, salí de la casa del rubio y cerré la puerta como él había pedido. El diluvio no tardó en empaparme completamente como si fuese un perro abandonado, y no me quedó de otra opción que correr bajo el manto de nubes grises, esperando por regresar a mi residencia y darme una cálida ducha para calmar el frío que había calado hasta mis huesos.

El baño de agua tibia fue lo único que consiguió tranquilizarme mínimamente, y mi organismo se sintió limpio de nuevo. Pero hilos de pensamientos se enredaban en mi mente, volviendo a pensar en el psicólogo de baja estatura.

Tenía claro que no quería volver a verlo. Más bien, no podía, por la sencilla razón de que mi razón y cuerpo no lo toleraban y no estaría bien ante su presencia ahora que conocía de su paradero.

La hora del almuerzo había llegado poco después de que mi baño concluyese, entrando a la sala de estar con una toalla alrededor de mi cuello, vistiendo ropa cómoda de andar por casa.

Chisté la lengua molesto al haber perdido cualquier indicio de hambre por lo sucedido y decidí dormir por un rato más para calmarme del todo.

Mi pelea con el castaño me había dejado dolido y, el descubrimiento de la sexualidad del rubio, no ayudó a mi pobre alma que sufría en silencio en lo absoluto.

Una siesta arreglará todo, fue lo que pensé.

[…]

Ese día, el sol brillaba resplandeciente. Los pájaros podían ser escuchados junto con la risa de algunos estudiantes y la sonrisa en mi rostro mostraba a la perfección como me sentía. En paz y calma, sumido en la felicidad típica de un niño de mi edad.

Estaba contento porque mi nota en un examen de matemáticas había sido excelente y, orgulloso de mi resultado, salí corriendo en busca de mis padres quienes vendrían a recogerme.

Uno de mis compañeros se despidió de mi cuando su progenitor pasó a recogerlo en la entrada del colegio y el adulto me preguntó por mis padres.

"Ellos vendrán pronto", recuerdo contestar.

Misophobie • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora