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Detrás del primer disparo llegaron muchos más, hasta que una frustrada voz se deja escuchar una vez estos cesan.

Interesada por el portador del arma asomo mi cabeza por sobre el arbusto, detallando al muy atractivo chico, que se encontraba observando detenidamente a la diana frente a él, la cual estaba a una buena distancia.

—Vamos Jungkook, concéntrate —parece decirse a sí mismo porque a su lado no se encontraba absolutamente nadie—, vamos —alcanzo a escuchar su susurro antes de disparar—. ¡Bien! —dice dejando que su rostro se iluminara con una sonrisa de satisfacción.

—Eh, Jungkook, deja eso ya, es hora de comer —dice un chico corriendo hacia él y cruzando su brazo alrededor de su cuello—. Sabes que eres el mejor de nosotros disparando, tómate un descanso ya. —Le sonríe haciéndolo caminar.

—Muy bien —le dice al chico de cabello grisáceo y tez sumamente blanca, que se encontraba a su lado—, solo porque mi hermano Yoongi me lo pide —le dice en tono burlón dejándole un beso juguetón a su hermano en la mejilla, ganándose una mirada de desaprobación por parte del mismo.

Ambos chicos se fueron sin mirar atrás y se adentraron en la casa, dejándome sola, por lo que por fin pude salir de donde estaba escondida.

Camino hasta donde hacía un instante había estado el joven Jungkook disparando con su arma, y me sorprendo al ver que se la dejó sobre una mesita que se encontraba en el lugar.

Tomo el arma en mis manos, nunca había sujetado una antes, realmente me hacía sentir poderosa. Como si el cuerpo me lo pidiera y se controlara solo mi mano se levanta apuntando a la diana frente a mí.

Pongo toda mi concentración en el blanco, y aprieto el gatillo, el brusco movimiento del arma me sorprende un poco, no era tan fácil como el chico había aparentado que era con todos esos tiros prácticamente perfectos.

—Esperen, ahora regreso, se me quedó una cosa —escucho como alguien grita desde el interior de la casa.

Suelto rápidamente el arma y me vuelvo a ocultar, esta vez tras una mata bastante crecida donde no tuve que agacharme para ocultarme.

—Aquí estas bebé —dice tomando en sus manos el arma—, lamento haberte dejado sola en la intemperie.

El chico se disculpó con la pistola en sus manos y volvió a adentrarse en la casa. ¿Quién en su sano juicio hablaba con un arma? Eso no podía ser normal, ¿o sí?

Mientras intento comprender lo que pasa por la mente de ese chico sigo sus pasos y entro en la casa donde no tardo en toparme con Jin.

—Pero ¿Dónde estabas metida? —comienza a decirme tomando de mis hombros—. Tengo que presentarte a los príncipes —me informa tomando de mi mano y haciéndome caminar.

—Lo siento, solo estaba dando una vuelta por los interiores de la casa. —Me suelto de su agarre, el cual no me resultaba molesto, solo no creí apropiado, y me detuve levantando la mirada para encontrarme con la suya—. Podrías, cuando estés conmigo, cuando me hables, podrías no llamarlos príncipes —le dije y este se queda en silencio, solo observándome—. No los conozco bien, que digo bien, no los conozco en absoluto, si acaso los he visto de lejos, pero aun así, no los creo capaces de aguantar el peso de una corona.

Era verdad, no podía juzgar a las personas sin conocerlas, pero dada la situación, no creo que esos chicos sean ángeles, además de que no tenían ni un pelo que los relacionara con la realeza, por lo que me parecía un poco bastante ridículo que se les llamara de esa forma.

—Entiendo tu punto y comprendo que te resulte un tanto desagradable que se utilice ese término para referirse a ellos —me dice sin quitar su vista de mí, con una postura muy recta—, pero creo que al igual que no los conoce a ellos, no conoce en la situación en que se encuentran. Y está bien, quizás sus coronas no sean del más brillante oro, ni estén adornadas por hermosas piedras, pero eso, no los vuelve inferiores —me dice sin siquiera pestañear y no consigo comprender sus palabras—. Esos chicos que hoy juzgas, desde el momento en que nacieron llevan en sus cabezas una corona formada por las más filosas espinas, que se les entierran sin compasión; y el peso de la misma no es comparable con ninguna otra. —Baja ligeramente su cabeza tomando aire para volver a observarme—. Lo siento, pero los seguiré llamando "Príncipes" porque así los considero.

Con los ojos vendadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora