Mafia Alemana | Herederos 1 ©

Prólogo

MANSIÓN KLOSSER.

14 de Diciembre, 2000

01:30H.

El viento azotaba con violencia las ramas de los árboles, chocando a su vez entre ellas, provocando un siniestro sonido. Las nubes descargaban con toda su fuerza el agua almacenada en ellas, empapando todo a su paso.

La ciudad estaba sumida en una impenetrable oscuridad, excepto la mansión Klosser. Una construcción antigua, rodeada de una muralla, protegida a su vez con un frondoso bosque de pinos.

Las luces de la casa se encontraban todas encendidas, y varias personas deambulaban a su alrededor. Un suceso estaba a punto de ocurrir y nadie de aquella casa se atrevía a cerrar un solo ojo.

La tormenta pasó a un segundo nivel. Rayos serpenteaban el cielo oscuro, y con la caída del primer rayo a la ciudad, dos furgones negros atravesaron el magestuoso portón de hierro de la mansión.

Circularon por la asfaltada carretera hasta llegar a las puertas del edificio. El primer furgón abrió sus puertas. Dos personas uniformadas salieron, encogieron su cuerpo y colocaron su brazo encima de la cabeza, en un vago intento de protegerse de la lluvia. Abrieron las puertas traseras, dejando vía libre a que los demás pasajeros salieran.

Un niño de cinco años abandonó el vehículo seguido de dos personas más, sus padres. El pequeño miró el lugar, ojeo a sus padres y por último el furgon negro que había entrado con ellos. Las hebras oscuras de su cabello se empaparon por completo pegándose al rostro, frotó sus ojos eliminando el agua acumulada en sus pestañas y avanzó siguiendo las indicaciones de los dos hombre uniformados, con sus padres detrás.

El segundo furgón abrió sus puertas una vez que la familia Heidrich entró en la mansión. De nuevo, otros dos hombres uniformados sacaban a los demás pasajeros del vehículo.

Una niña de la misma edad que el anterior salía desconfiada, tampoco buscaba apoyo de sus padres que la seguían detrás y se limitaba a observar la gran mansión que se contemplaba ante sus ojos. El agua no tardó en calar su ropa, el pelo comenzó a pesarle y poco a poco visualizar lo que ocurría a su alrededor se convirtió en toda una odisea.

Con pasos seguros llegó hasta la puerta que rápidamente fue abierta por una empleada del hogar. Los tres la atravesaron entrando a una enorme entrada, adornada con muebles antiguos, una larga alfombra con restos de pisadas húmedas y varias personas.

La familia Heidrich estaba parada en medio de la entrada. Los dos adultos detrás y el joven delante, en medio de sus padres. Cada uno colocó la mano más cercana al hombro del chico y fijaban su atención en un hombre situado a pocos metros de ellos.

La familia Karsten imitaron la postura, colocándose paralelamente a ellos. Ambos niños se miraron. Miles de emociones le atravesaron, pero en su mirada solo dejaron ver lo que mejor se les daba, superioridad. La niña, Raina Karsten, alzó su ceja dedicándole la mirada más fría que una chica de su edad pueda poner. El niño, Cassian Heidrich, sonrío prometiendo el mayor de los males que un joven de su edad pueda hacer.

— Vuestro tiempo ha acabado. — El hombre parado delante de ellos, habló. Su edad era cercana a los cuarenta, poseía una mirada maquiavélica y la sonrisa maliciosa que dedicó a ambas familias, provocó un escalofrío en los adultos. — Poseéis una deuda bastante jugosa a mi favor, el dinero a estas alturas como véis no me hace falta e incluso aunque al final decidiese daros un plazo mayor al que recibisteis, los intereses subirían. — Mantiene una postura recta, ocultando todas sus malas intenciones. Da un par de pasos acortando la distancia. — Recibisteis la carta y en ella no se relata lo que a continuación va a suceder. — Frotó sus manos antes de extenderlas hacia ambos niños. — Venid conmigo.