Capítulo 11

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"La máscara del verdugo"

Raina Karsten.

Golpeo el saco con una fuerte patada, tambaleando la gran montaña de arena prensada en la tela sintética que lo envuelve colgando del techo. Mantengo mis manos en posición, encorvo mi cuerpo adoptando una posición más aerodinámica que me permite un mejor movimiento de mi ligero cuerpo a la hora de simular una lucha contra el elemento de entrenamiento que tengo delante.

Imagino el cuerpo de Enrico, recordándolo yacer en la cama. Vulnerable e indefenso. Dormido por la droga que indirectamente ingirió. Podría haber acabado con su vida, haber de alguna forma culminado con la tan ansiada venganza que tengo hacia toda su estirpe, pero no. A mi me gusta jugar. Me gusta ponerme retos y complicarme. Me gusta joderme la vida, como si por sí sola ya no lo hiciera.

Lanzo un puñetazo impactando mis nudillos cubiertos por una fina venda para evitar lastimarlos. Para evitar dejar marcas que evidencian mi trabajo ante ojos no deseados, como es Erinco Schiller. No siento el escozor al golpear de nuevo el saco, al rozar mi piel sensible contra la áspera tela y eso solo provoca una cosa. Me enfada, me desespera no sentir dolor o infringirlo. Infringirme a mi misma dolor con el que sentir que no soy un cuerpo inerte que acata órdenes de superiores.

Después de drogar al líder, hacer una copia de toda la información de su móvil y hackearlo para seguir recibiendo nuevos datos que pueda aportar, y la insinuante conversación con Cassian, fingí normalidad ante Erinco. Abrió sus ojos dos horas y media más tarde, pensando que solo había dado un parpadeo y de nuevo retomamos todo tal cual lo dejamos. El pelinegro tatuado desapareció e intenté apaciguar mi tensión con el águila, pero igual de desastrosa que la última vez, mi cuerpo no alcanzó el éxtasis de placer ni aún imaginando al que verdaderamente desataba todas mis fantasías.

Todo ello me lleva aquí. Dos días después, cabreada y con un problema por tener el libido por las nubes y ser incapaz de bajarlo. Sigo golpeando intentando desfogar parte de mi ira a través de los golpes o si no, el consejo de los águilas acabará muerto incluso antes de dar un parpadeo.

— Pero bueno amor. — Una voz cantarina y molesta para mis oídos me detiene de seguir zurrando al saco. — ¿Qué te tiene así? El pobre saco no tiene la culpa.

— ¿De nuevo con lo de amor? — Suelto mordaz avisando con mi tono que hoy no estoy para sus tonterías.

— Es que eres todo amor y bondad. — Comenta con ironía colocándose a mi lado pero manteniendo las distancia. Intercala su mirada entre mis manos en forma de puños y mis ojos. — Tú eres peligrosa e intimidante, pero con las manos en esa posición das auténtico miedo.

— No daré lo suficiente cuando sigues con tu actitud infantil y divertida en mi presencia. — Bajo mis brazos, doy media vuelta para tomar la toalla con la que secarme el sudor y lo miro de nuevo. — ¿No querías ser mi amigo? Pues esa actitud te quita todo lo que habías conseguido.

— ¡No! — Golpea sus palmas juntandolas delante de su cuerpo. — Perdón, perdón, devuelveme mis puntos que trabajo me han costado.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué, qué?

— ¿Por qué insistes tanto? Una persona con un poco de lucidez se hubiese ido corriendo y habría dejado de insistir en algo que es imposible conseguir.

— Tú lo mereces.

Alzo mis ojos hacia él, mirándolo por primera vez con determinación. Yo lo merezco. Sus palabras rebotan en mi cabeza hasta desgastarla mientras él teme por mi reacción, aunque no se retracta ni rectifica lo que dijo solo aguarda por una respuesta, talvez borde y molesta, hacia él.

Mafia Alemana | Herederos 1 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora