—Bien. ¿Sabéis por qué estáis aquí?
Cinco silencios; cinco miradas atentas. Yo balanceé el trasero en un lado a otro, sentado sobre el skate con las piernas flexionadas.
—Para hacernos millonarios —declaró Dean finalmente, el mayor de todos. Respondí con un sonido rasposo y metálico.
—Error. Estáis aquí para mostrar al mundo lo que son capaces de hacer aquellas personas a las que han dado la espalda. Estáis aquí para vengar el desprecio que hemos recibido. Esto será un acto reivindicativo que moverá políticos y periodistas por todo el continente.
—¿Y no se supone que eso es malo, si pretendemos que nadie se entere de...?
—Y nos vengaremos haciéndonos millonarios —insistió Jeff, que se recostó en el sofá con un resoplido de gracia.
La frase del ayudante de Leona había sonado a verdad universal: una oración cargada de superficialidad y que, sin embargo, era la que más montañas había movido a lo largo de la historia. No podía dejar que esto pasara. Tenía mucho más mérito mover una montaña gracias a la palmadita en la espalda que proporcionaba el socialismo.
—Repartiremos el dinero —corregí—. Nos quedaremos con una parte que nos solucione la vida, sí, pero el resto lo usaremos para sacar a los demás underdogs del Leviathan y ayudar a los que viven en la calle. No me miréis así, vosotros también sabéis lo que es quedarse sin nada.
—Hayden I de Inglaterra, el Vengador —exclamó Cherry, con un tono de voz ideal para ser acompañado por trompetas.
—Estoy hablando en serio.
—¿Y a ti quién te ha nombrao' líder de la operación, hermano? —preguntó As de Picas, con un deje de inocencia en la voz y otro de frivolidad en los ojos. Se había pasado toda la tarde haciendo la estrella de mar en el sofá, repantigado a su gusto mientras nos vaciaba la nevera—. Yo tengo derecho a elegir qué hacer con mi parte equitativa del dinero.
—Este plan lleva el nombre de Cebra de Colores, así que está literalmente firmado por mí. Yo llevaré las riendas de esto, y si no te gusta eres bienvenido a salir de mi piso y buscarte otro cuadro que robar. —Le dediqué una mirada áspera—. No será difícil buscarte un sustituto entre más de treinta underdogs.
Mentira cochina. Aquel rubio con cresta era un auténtico amateur dentro de la ilegalidad, tramposo jugador de cartas y mejor embustero. Se había largado de casa cuando aún no tenía pelos en los huevos, se había independizado timando en pequeños juegos ladinos y había sobrevivido robando en la calle. Perder a As de Picas sería como perder a un Chuck Norris, pero yo no tenía ni la más remota intención de decírselo. Si no le dejaba clara su posición prescindible desde el primer momento podría usar su influencia para manipularme, como decenas de veces habíamos hecho con Leona. Yo me conocía bien ese juego, así que no serviría de nada dar lecciones de navegación a un capitán.
Con una sonrisa recelosa que exhibía la sumisión forzada, As de Picas alzó las palmas receptivamente y me tendió una tregua, pero decidido a retomar el tema más tarde. Entonces ojeé al equipo de underdogs que ocupaba el sofá y continué.
—¿Y sabéis por qué Bengala y Dragón se han marchado en cuanto habéis venido? Hay que recordar que esta también es su casa...
—Porque se han cagado —resolvió Jeff, agitando su media melena con gracia—. El negro y el chino siempre han tenido el escroto pequeño.
—Error. Porque han valorado las consecuencias de esta operación y han decidido mantenerse al margen, lo cual es demasiado razonable como para ser criticado. Es decir, que a partir de ahora nadie que esté fuera de este círculo va a querer oír hablar del tema, ni siquiera olerlo, y a nosotros tampoco nos interesa que se enteren. Debéis ser cuidadosos con vuestras palabras y con los oídos que haya cerca, así que queda completamente prohibido hablar de esto con nadie más aparte de nosotros. ¿Habéis entendido?
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Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)
Mystery / ThrillerPUBLICADO CON NOVA CASA EDITORIAL, DISPONIBLE EN PAPEL Y EBOOK Hayden se sentía confuso una vez más, acorralado y bailando con la muerte como la absurda rata que era. Las oportunidades le rechazaban y se escurrían como el agua entre sus manos, c...