**XVII. Quien más tira, se lleva el gato al agua.

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Estaba dejando de ser humano.

Me pasaba las noches mirando al techo con los ojos como platos y los días luchando por no quedarme dormido. La oscuridad me aterraba porque imaginaba miles de navajas moviéndose en su seno y a Cherry boqueando entre ellas, escupiendo sangre. La salsa de tomate me daba náuseas y habíamos empezado a comprar la carne ya cortada para no tener que usar el cuchillo. Comíamos con las manos igual que animales acomplejados. Buscábamos alimentos precocinados casi sin darnos cuenta, como un familiar que no te cae bien y evitas saludar, aunque siempre esté ahí.

Había sido un acuerdo tácito, sin necesidad de palabras. Jeffrey se había convertido en el único predispuesto a prepararnos algo de comer que no fueran ensaladas, aunque siempre tenía mucho cuidado en la pinta que tenían los platos. A veces lo apartábamos con una mueca de asco y nos quedábamos todos callados, mirando el mantel.

Los dos millones de libras que BlackArt12 nos había dado seguían en el maletín con semblante apagado. La euforia del premio había sonado insuficientemente escandalosa, porque nos faltaban dos underdogs del equipo con los que compartirla. Sin Cherry, el grupo ha perdido el punto cómico y desenfadado que hacía falta para no angustiarse; los chistes de Dean no estaban a su altura. La felicidad se había quedado varada en una especie de espera perpetua.

La casa de Jeffrey era enorme en comparación con nuestro piso de Hackney y el espacio se nos hacía abismal. Por primera vez teníamos una habitación individual para cada uno, y por primera vez nos habíamos instalado todos en la misma para que la soledad no nos arañara tanto.

Jeffrey tenía una gata gris y rechoncha que se llamaba Perla y que caminaba por ahí como si tuviera el mundo a sus pies. Cuando Kaiser intentó matarla por séptima vez tuve que encerrarle en el baño con todo el dolor de mi alma, así que se pasaba las horas aullando lastimosamente y arañando la rejilla inferior para que fuéramos a visitarle. Sus únicos momentos de felicidad duraban lo que tardábamos nosotros en cagar.

Así que aquella mansión llena de pasillos azulados, televisiones y moquetas (alquilada con el dinero que Leona pagaba a Jeff por su subordinación) se había convertido en un infierno muy peculiar. Un infierno que se resumía en nuevas incursiones a la Deep Web con los consejos de Liz y el ordenador de Jeff, mientras oíamos a mi perro ladrar en la habitación contigua y el rumor de Camden Town a través de sus finas paredes.

Camden Town envolviendo nuestro frágil sentido común era una de las pocas cosas que habían resultado positivas para nosotros. Ya podías estar muriéndote de cáncer o desangrándote en un garaje o escondiendo un cuadro de veinte millones de libras que el barrio de Camden siempre estaba en su sitio. Exactamente igual. Exactamente diferente. Los estudios de piercings y las tiendas de pantalones con cadenas seguían allí. Los recintos okupados, los centros sociales y los pubs para moteros; los mercados de fritanga y los de negros vendiendo camisetas a tres libras. Las estatuas de caballos y los canales romanticones serpenteando; los punkis estrafalarios y los locales para mayores de veintiuno. A Camden Town no le importabas una mierda, y en estos momentos agradecíamos mucho no importarle una mierda a alguien.

◊ ◊

La noche iba demasiado acelerada para el ritmo de mi corazón. El Leviathan rugía música electrónica desde lo más profundo de sus entrañas y el bullicio apestaba a sudor.

Eran las dos de la mañana y los underdogs seguían cazando como mejor sabían. Camaleón se había disfrazado de zorro para atraer a los clientes, pero seguía trabajando gratis con el fin de contentar a Leona y ser contratado de nuevo. Gallo de Pelea había salido de su estudio de tatuajes para tomarse unas copas con Pato, Lady buscaba entre el gentío algún valiente al que le molaran los travestis y Abril le hacía ojitos a As de Picas desde el sillón. Desde que As se la había tirado para conseguir la heroína de Lizbeth ya se creía que habían firmado los papeles del matrimonio. Pobre ingenua.

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora