**XIV. Patrón, mujer y gato: tres animales ingratos.

3.6K 411 320
                                    

Napoleón.

Lo cerca que había estado de perderle era el peor monstruo que podía encontrarme debajo de la cama, la peor película de miedo que ha podido estrenar un cine, el peor examen que podía tener a la mañana siguiente. Perder a Napoleón era el peor motivo que podía quitarme el sueño; ni la traición de Sascha ni la posible persecución de algún pirado al otro lado del mundo se comparaban.

De hecho, la pérdida del ruso solo había sido un refuerzo para sacar a relucir el lado más amargo de Gato Negro. O eso era lo máximo que podía admitir públicamente: que fue una bella relación de tres días. Supongo que mis historias de amor jamás podrán ser novelas, solo relatos cortos.

Era delirante estar sentado en el sofá, a un par de metros del cuadro, y observar el suelo que fue pisado por ese tal Viktor, el mantel que fue retirado por ese tal Viktor. Me pregunté qué sintió al ver las nobles pinceladas del cuadro, me pregunté si creyó en los ángeles. Pero sabía que no. Me exasperaba la certeza de que había gente que traducía el grosor del cuadro en fajos de billetes. Me volvía loco, me enviaba al borde. ¿Cómo eran capaces? ¿Tendrían algún problema de vista?

Lo miré. Dorado, sentenciador, explosivo. Su mera presencia olvidaba las paredes del cuarto, el techo, el cielo. Para qué. Si ya estaba él con su tierra y su horizonte pintados.

«Napoleón. Tú y yo, a solas. Por fin. No me había dado cuenta de lo endiabladamente bello que estás hoy, de lo terriblemente bien que te ha pintado David.

¿De qué te quejas, eh? ¿De qué puede quejarse alguien que tiene una anatomía perfecta, sino de que esa perfección no ha sido producida por uno mismo? Esa falta de mérito. Esa sensación de ser una ridícula pieza más de la serie cuya existencia se apoya únicamente en lo que alguien hizo por ti. Llamémoslo David. Llamémoslo azar. Llamémoslo Dios.

No. No lo llames Dios, joder. Pero sabes lo que se siente, ¿verdad? Que tú te estas ganando tus cuidados gracias al esfuerzo de David y no al tuyo propio, igual que yo me estoy ganando el pan gracias a este morboso atractivo que me dio la naturaleza... o los genitales de mis padres, o qué sé yo, pero no por mis pensamientos. Mantenernos al pie del cañón por algo que nos viene de fábrica, por algo de lo que ni siquiera somos autores. Qué cruel, ¿eh? Qué duro. Y a mí me salva la pintura callejera, o esta historia que estoy escribiendo a vuelapluma. Pero ¿qué te salva a ti?

A veces me pregunto si no pienso demasiado, si no debería dejar de despreciar a aquellos que se conforman con una vida sencilla y aborregada. Pero yo no les desprecio, Napoleón, lo que pasa es que les envidio por su capacidad para dejar pasar las cosas».

Caminé unos pasos hacia el cuadro en penumbra. Necesitaba sentir algo de épica.

«¿Escuchas eso? ¿Sientes lo que yo siento al verte? Probablemente ni siquiera sea gracias a ti, probablemente sea por culpa de ese condenado morbo que me provoca saltarme el cordel de terciopelo sin que nadie me lo impida. El corazón se me acelera solo con la idea de poder tocarte, de poder sentir los años y la historia a través de tu piel. ¿Me lo permitirías, Napoleón? ¿Solo por esta vez?»

El aire retenido en mis pulmones salió al exterior de golpe, cuando apoyé las yemas sobre la superficie del cuadro con todo el cuidado del mundo. En ese momento no me importaría quedarme ciego, cualquier sentido menos el tacto había dejado de tener importancia.

«Ah... Tu rugosidad ha resultado ser más impactante de lo que esperaba. Normal, es que estas cosas no se esperan. Ya te había tocado antes, es cierto, pero nunca me había tomado el tiempo que merecías. ¿Puedes creer que me daba algo de miedo enfrentarme a ti? ¿Mirarte a los ojos de una vez? Eres una puta serpiente cascabel enroscada en medio del camino. Y debo confesar que imprimir todo tu relieve en mis manos está resultando tan inverosímil como una aguja de tatuar entrando y saliendo de la piel. Esto también duele, en cierto modo. Me siento privilegiado de poder abarcar tu figura porque es algo muy íntimo que no dejas disfrutar al resto de la gente. Lo sé. Has reservado para mí tu caligrafía personal».

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora