**XVI. Gatos y mujeres, buenas uñas tienen.

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—No, señor policía, no les conocíamos de nada. Sí, señor policía, irrumpieron en casa portando un arma blanca y varas de metal. No pudimos verla, la llevaban tapada con un pañuelo negro. Puff... pues ojos castaños los tres, de altura considerable. No podría decir ningún detalle más con seguridad, lo siento mucho. Quizás fueran a por Jerry o quizás vinieran a robar, no lo sabemos. No, señor policía, no tenemos ningún enemigo capaz de hacer algo así. ¿Problemas con las drogas? ¿Se refiere a un ajuste de cuentas? Lo dudo. Nada fuerte, señor policía. Consumo propio. No, el local en el que trabajamos no ha tenido nada que ver. ¿Yo? Camarero. Cherry camarero también. Digo Jerry. ¿Rumores de prostitución? No sé de qué me habla. No digo que no existan relaciones sexuales entre sus paredes, pero no tengo constancia de que haya habido dinero de por medio. Sí, hay algún stripper, solo eso. Mayores de edad todos, ¡por supuesto! Mire, señor policía. Estoy muy cansado, acaban de matar a nuestro amigo y me duele mucho la mano. Agradecería continuar la conversación en otro momento. Sí, eso es, ¿verdad que debo reposar, enfermera? Escuche a la enfermera, señor policía. Sí, muchas gracias por su trabajo.

El hombre me dedicó una mirada agria y giró sobre sus talones para darse la vuelta. La enfermera me acomodó la almohada en la espalda y acompañó al policía hacia la salida, dejándonos a solas.

—Podías haberle dado largas con más sutileza, Hayden. No queremos que investiguen las nóminas de Leona —susurró Eileen desde la camilla de al lado. Tenía la cara pálida y ojerosa por las horas sin dormir. La venda de la cabeza le daba aspecto de colibrí con las alas rotas.

—Lo que no queremos es que investiguen la existencia de Napoleón. Que se centren en buscar camellos y proxenetas en vez de ir a interrogar a los vecinos de Hackney. ¿Crees que alguno nos vio?

—No tengo ni idea, pero ya van dos veces que sacamos el cuadro por las escaleras. Si nadie se ha enterado aún, es que tenemos algún santo colgado del retrovisor. —Me hizo un gesto con la cabeza—. ¿Qué tal va tu mano?

La levanté en el aire. La ausencia de los dos últimos dedos era disfrazada por las vendas limpias y blancas; parecía una pulcra escultura de mal gusto.

—El dolor no es nada comparado con lo aterrador que es mirársela de vez en cuando. Parezco un puto extraterrestre; ni siquiera puedo sujetar bien la cuchara.

—Yo he tenido suerte, ya estoy perfectamente. Solo estoy aquí para acompañarte y pintar la mona, pero tenemos que volver cuanto antes. Leona no va a ser la única que pida explicaciones después de lo de Cherry. —La mirada de Eileen se ensombreció del horror—. Oh, dios. Nuestro pequeño Cherry. Yo no puedo volver a pisar un tanatorio. No puedo, de verdad.

—Y seguirá aumentando el contador si no hacemos algo —repliqué en voz baja y con dureza—. ¿Eres consciente de que si Sascha y esos tres tipos no proceden de la misma organización significa que nos hemos convertido en la miel a por la que van todos los osos? Esa gente sigue ahí fuera, Eileen. Y tiene pinta de que ya saben hasta la marca de champú que usamos. Seguro que hay un cabecilla dirigiéndolo. Seguro que nos está persiguiendo un tío que en sus ratos libres se folla a bebés muertos.

—Ay, Hayden. No me asustes, por favor. Todo esto es culpa de la Deep Web, ¡debimos tomar más precauciones! —La joven se revolvió en la camilla con nerviosismo—. ¿Cómo salimos del bucle ahora? ¿Cambio de identidad? ¿Cambio de hogar? ¿Cambio de champú? Ni siquiera vamos a poder disfrutar del dinero del cuadro con tranquilidad.

—No lo sé, Eileen, pero baja la voz —me removí con inquietud—. Esto es peor que cualquier cuento oscuro de Lovecraft, pero mucho más corriente. Quizás deberíamos desaparecer. Disgregarnos. Ya sabes. Blow y fuera. Abandonar el intento de venta antes de que sea demasiado tarde. Yo hice todo esto para ayudar a los underdogs y resulta que les estamos perdiendo. Lo de Cherry... —Respiré hondo y me di cuenta de que la maquinaria se estaba trabando: se trataba del sentimiento de culpa, aferrado y casposo como una costra de cal—. Lo de Cherry ha sido culpa mía. El barco se está hundiendo.

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora