**XIII. Gato enfadado, araña hasta con el rabo.

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—¡Sascha!

—¡Oh! ¿Me ha parecido ver un lindo gatito? —me saludó el chico, mirándome con aquellos alegres ojos de río—. ¿Estás bien? Vaya cara que me traes.

—Dios mío... —mascullé con la garganta encogida por las náuseas—. Dios mío. Yo, eh... Joder.

Asustado como un conejillo, había vuelto al Leviathan tan rápido como me habían permitido las piernas. Mi rostro había perdido todo el color y había adquirido una insistente manía de buscar con la mirada a As de Picas, a Dean, a Eileen o a Jeff. Incluso a Cherry.

—Eh, Hayden, en serio, ¿qué te pasa? —preguntó Sascha, recrudeciendo su expresión al contagiarse de mis emociones. Posó su mano en mi hombro para tranquilizarme. No sirvió de mucho.

Joder. Ese hombre lo había entendido. Fuera quien fuera. El tipo de negro, Captcha666, una perturbada que observaba a los críos en el patio del recreo, un lunático que rellenaba su almohada con pelo de señora... Quien fuera. A cada cual peor. Esa gente había entendido mi dibujo y se había atrevido a hacer lo que yo no pude hacer con la paloma, pero multiplicado por cuatro. Habían entendido que los renos éramos nosotros: toda la gente que en Navidad se ve obligada a trabajar duro y que muchas veces no pueden permitirse regalos. Por eso a los renos les dibujé corbatas y delantales. E igual que habían entendido quiénes eran los renos, también habían averiguado lo que nosotros habíamos planeado para remediarlo: Napoleón. Gracias a su venta conseguiríamos todos los regalos que quisiéramos de ahora en adelante. No podía ser una coincidencia.

—¿Dónde están Dean y As de Picas? ¿Y Eileen? ¿Y Cherry? —logré preguntar, asfixiando la voz hasta que las palabras me salieron goteando.

—Pues... te lo has perdido. Leona ha salido de su despacho hace media hora y ha interrumpido todos los turnos para felicitarnos el año nuevo. Tus amigos parecían bastante nerviosos y te estaban buscando; creo que les ha pasado algo. Me parece que han ido a pedirle a Leona si hoy podían tomarse vacaciones y ella ha aceptado —explicó el chico—. No sé por qué, la verdad. En Nochevieja todos los pubs están que echan chispas y ellos no tienen ninguna familia con la que estar. Supongo que se han ido a casa hace un rato.

—¿A casa? —repliqué con congoja. Pensar en enfrentarme yo solo a las siniestras calles de Londres me estrujaba el corazón—. ¿Me... acompañarías, Sascha?

—¿A dónde? ¿A Hackney? —Ante mi afirmación el chico fue a asentir de inmediato, pero la duda sembró su rostro repentinamente y levantó una ceja—. ¿Por qué me pides que te acompañe? Creía que no querías que... bueno, que fuera a tu piso. Y más sin preguntar a tus amigos.

—Pues he cambiado de opinión. Quiero tenerte cerquita esta noche cuando celebremos las campanadas, y no pienso quedarme en este antro casposo. A la mierda lo que digan mis amigos. —Intenté que mi voz sonara lo más pícara posible para camuflar el pánico.

—Pero yo no le he pedido permiso a Leona para irme. Me cortará los huevos si me largo yo también.

—No te harán falta más después de esta noche —susurré con una cálida y felina mirada.

Creo que si Sascha no me hubiera acompañado, no me habría movido del Leviathan. Se pasó todo el camino callado y acariciándome el brazo para calmarme; habría podido intuir que me pasaba algo a kilómetros de distancia. Supongo que cuando estás con alguien que te importa, disminuyen tus dotes de actor.

Al cabo de una hora, me planté con mi rusito frente a la vieja puerta del piso y recibí la impaciente cara de As de Picas, que luego se transformó en una de asombro.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó con un tono agrio aliñando su voz. Dean se asomó por encima de su hombro sin mucho esfuerzo, ya que era el más alto del grupo, y dibujó una expresión de recelo al ver a Sascha.

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora