**XX. Gato con guantes no caza ratones.

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Alguien me levantó del suelo y me puso la capucha. Luego me empujó hacia el Leviathan murmurando algo en un tono que pretendía ser dulce, consolador, aunque luego se girara y se pusiera a gritar con impaciencia:

—¡Ayudad a Leona, está herida!

Se le oía soltar terribles alaridos de dolor, como una ballena colosal varada en la arena.

—¡No pienso ayudar a esa bruja! —contestó alguien.

—¡Que la ayudes, he dicho! No vamos a ser como ella. No nosotros.

—Que sepas que tienes el corazón tan grande que te vuelve idiota, Eileen. Igual por eso la sangre no te llega al cerebro y...

—Si la dejas ahí es Omisión de Socorro y se te puede caer el pelo, así que hazlo por lo que tú quieras, pero hazlo —insistió la chica mordaz. Luego se volvió hacia mí y murmuró algo cariñoso en mi oído mientras me obligaba a seguir caminando.

Yo no sentía su tacto. Ni frío ni calor. Ni mi respiración. ¿Estaba muerto?

El ambiente se oscureció repentinamente y supuse que habíamos entrado en el pub. En el infierno. Ahí era donde tenía que estar.

Me dejé manejar como una marioneta. De repente estaba situado en el medio de un montón de personas. De vez en cuando alguna me cogía la mano o me daba un pequeño pellizco en la mejilla, pero no tenía ganas de reconocer a nadie. A mi alrededor la gente parloteaba de forma ajena, como en una telenovela.

—¿Alguien ha comprobado el Land Rover? —preguntó la chica sobre la que me apoyaba.

—Sí —contestó alguien. Y no añadió nada más. Su silencio lo decía todo.

Noté que mis rodillas flaqueaban.

—Eh, eh, eh. Hayden —chasqueó los dedos frente a mí—. Aquí. Conmigo. ¿Sí?

Una voz potente se hizo escuchar en el barullo.

—Tenemos que irnos de aquí, muchachos. ¡Pero no nos queda adónde ir! No tenemos el piso de Hackney, ni la casa de Jeff —se exasperó; sonaba como Dean—. Yo siempre he vivido con Colibrí y con Hayden. ¿Y tú, As?

—Yo no puedo llevaros a casa de mis padres. Os recuerdo que tengo seis putos hermanos preguntones.

—Liu y yo os ayudaríamos... —Bengala hizo una mueca en su rostro negro—. Pero nos mudamos al Leviathan después de que os metierais en vuestros líos.

Dean miró al grupo de underdogs con desesperación.

—Lo siento. Yo no me llevo bien con mis padres —contestó Camaleón.

—Yo tampoco. De hecho, probablemente os acogieran a vosotros mejor que a mí —comentó Roja.

—Mi madre es una loca del orden. Me ha dicho mil veces que no lleve a casa a los amigos pulgosos con los que salgo —se lamentó Abril.

—Yo vivo en el Leviathan —contestó Gallo de Pelea, a modo de disculpa.

—Yo ahora también. La policía desalojó hace dos meses el piso okupado de Chelsea —murmuró Pato.

—¿¡Y qué hacemos entonces!? La policía estará viniendo detrás de la ambulancia, y algunos tenemos antecedentes. Dios. ¡Hasta el maldito Leviathan tiene antecedentes! Por drogas, prostitución, peleas, abuso de menores... ¡Y River! ¡Y Cherry, que fue asesinado hace dos semanas! —Dean se llevó las manos a la cabeza—. Joder, ¡la policía habló con Hayden! No creo que hayan archivado los casos muy lejos unos de los otros, así que solo les falta conectar. No pueden encontrarnos ahora. No pueden hacernos preguntas o tirarán del hilo, si es que no lo saben todo ya —Se volvió hacia mí y me zarandeó del brazo—. Hayden. Hayden, ¿qué hacemos?

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora