**XXII. Y ahora... ¿quién le pone el cascabel al gato?

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Uno de febrero.

La sala del interrogatorio tenía un ambiente tétrico e inhumano. Solo el vaso de agua que había en la mesa indicaba que aquella parafernalia estaba hecha para una respiración, y no para aquel montón de placas de metal y de vidrio. Las esposas estaban frías.

Cuando Sascha entró por la puerta se crisparon mis manos. Iba acompañado de un agente y de un señor alto y rubio, vestido de forma impecable. La raya de su cabeza no tenía ni un solo pelo cruzado. Ambos me miraban como si su casposa y aria existencia fuera mejor que la mía.

—Tienen media hora —informó el agente antes de salir. El sonido de la puerta al cerrarse fue tan tenue como la caída de una bailarina.

—Hayden.

—Sascha.

El saludo sonó muy tenso. La sirena de una calle antes de ser bombardeada. Se sentaron.

—Te presento a Rodek, mi abogado —comenzó el rubio—. Y ahora también el tuyo: le he pedido que revise tu caso.

—¿Y por qué un abogado de oficio llevaría dos casos a la vez?

—No es de oficio. Tengo suficiente dinero de la empresa para pagar uno privado.

«Empresa. Me parto. Empresa suena más pragmático que mafia, asaltadores de reliquias o ratas del mercado negro, ¿eh? A ver cómo la han llamado los comisarios en el expediente».

Estreché la mano del hombrecillo de mirada afilada. Sus dedos volaron enseguida por las hojas de su carpeta.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté a Sascha.

—¿A ti que te parece? Estoy detenido por daño a patrimonio de la humanidad, intimidación y apropiación de bienes del Estado. Es lo que tiene trabajar donde yo trabajo. Rodek hablará con el fiscal para que me rebaje la sanción por colaborar con la policía en capturarte.

—¿Te atraparon? Pensaba que habías ido a denunciarme voluntariamente después de que fracasaras en tu misión —me burlé.

—¿Y entregarme? Eso sería una estupidez. Actuar por despecho no es lo más inteligente, así que, si no me hubieran detenido, habría vuelto a atacarte en algún momento.

Bufé con cierto desdén. Entonces empecé a ver al rubio como una vía de información que podía acercarme un poco al mundo exterior, del que llevaba privado desde hacía tres días.

—¿Qué ha pasado con Leona y el resto?

—Leona sigue en el hospital y no sé si saldrá de allí en algún momento. Le falta medio cuerpo, o el cuerpo entero. ¿Qué más da? —Sascha bufó—. En el poco tiempo que estuve trabajando con ella me di cuenta de que es el peor bicho que me he encontrado en años.

—Digo lo mismo.

—Lo único que espero es que tus compañeros se queden con el Leviathan. Eran buenos chicos. Me cayeron bien.

—Supongo que se quedarán con el dinero de Oveja Negra. Jeff sabe dónde está —repliqué con cierto consuelo—. Aunque son demasiados underdogs, así que no tocarán a mucho y tendrán que seguir con sus trabajos. Y eso suponiendo que As de Picas no se alce por encima de todos y lo divida solo entre Eileen, Jeff, Dean y él.

El rubio se encogió de hombros con desinterés. Yo me apresuré a preguntar:

—Por cierto, ¿hay noticias de Kaiser? Los bomberos estaban ya subiendo cuando salí del edificio. A lo mejor consiguieron salvarle.

—¿Tú crees que a mí se me ha ocurrido preguntar por un chucho?

—Pues que te den por culo. Se te habría ocurrido si me conocieras una milésima parte de lo que crees que me conoces.

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora