**V. ...no vuelve jamás al plato. (Parte II)

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—¡Hayden! Oh, Dios... ¡Dios! —gritó Eileen arrodillándose a mi lado.

Me encontraron en el suelo, hecho un ovillo por el susto y con la cara tiznada de gris por la explosión del tubo de escape en mi cara. Salvo eso, estaba entero.

—¡Lo has conseguido, chico! Has colocado todos los cilindros, ¿verdad? —insistió Dean desde la ventanilla del coche, taponando el carril y levantando un coro de cláxones a sus espaldas. Me limité a sonreír eufóricamente y a responder:

—Dean dong. ¡Premio!

El de la barba pelirroja soltó una carcajada y chocó mi mano, antes de arrancar en dirección a la furgoneta. Ambos underdogs me arrastraron hasta la acera entre exclamaciones de espanto.

—Dios mío, Hayden. ¿Eres imbécil o qué te pasa? No vuelvas a arriesgarte de esa manera... ¡y hasta el último segundo! Vaya ataque a la patata que me has dado... —reprochó Eileen—. Hubiéramos preferido perder la oportunidad de robar el cuadro antes que perder tu vida.

—Bueno, Colibrí, sin exagerar —replicó As de Picas con sorna, mientras me recogía el skate—. Lo has hecho estupendo, hermano. Eso ha sido jodidamente genial.

Eileen le dirigió una mirada asesina y ambos se quedaron quietos, pendientes de mi reacción.

—¿Qué? Estoy bien, ¿vale? No le deis más vueltas, tenemos trabajo que hacer.

—Bueno, bueno... Ahora viene lo del bache, ¿verdad? ¿Cuál vamos a usar? —preguntó Eileen.

—El de Kilburn High Road es el más cercano, lógicamente, así que ahora os adelantaréis con los conos y cortaréis el paso de la furgoneta cuando sea necesario. Entre vosotros y Dean tenéis que redirigir el vehículo para que pase por allí.

—Pero nos hemos quedao' atrás, esos dos se han ido detrás de la furgoneta. Necesitamos un coche que nos lleve, ¿no? —gruñó As.

—Como no os hayan crecido alas esta mañana, me temo que sí. Pero no hay problema con eso: llamad a River al móvil para que vuelva a recogeros.

—¿Y Dean se queda solo siguiendo a la furgoneta?

—Lo peor ya ha pasado, porque ahora estamos prácticamente en línea recta hacia Londres-centro y no creo que la furgoneta necesite desviarse demasiado. Así que sí, Dean puede apañárselas solo.

Me acerqué a la cabina telefónica más próxima, pulcramente representativa por fuera; llena de publicidad porno por dentro, donde habíamos escondido los conos.

—Vale. ¿Y tú? ¿Vienes con nosotros?

—No. Yo me adelantaré a todos vosotros para supervisar.

—No podrás seguirnos el paso.

Alcé el skate y sonreí.

—Subestimas mis alas. —No me detuve a examinar sus semblantes; cada segundo perdido era una cifra más en el porcentaje en contra nuestro.

El skate fue impulsado en frente de mi carrera y habría rebotado en el suelo de no ser porque enseguida se encontró aprisionado por mis zapatillas. La ley del rozamiento quiso multarme por exceso de velocidad, pero rápidamente se vio enfrentándose cara a cara con el impulso de mi pie derecho.

Evitaba los adoquines y buscaba los rellanos de las casas, los carriles-bici, las sendas de las alcantarillas. Marginaba con cuidado las superficies rugosas, pero sin pararme más de dos segundos a elegirlas. Me sabía cada centímetro de mi amada y odiada Londres; Londres nos pertenecía a mí y a mis ruedas desde hacía años.

Los gatos negros de Londres © (también EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora