▬ O3. MAL HUMOR

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   Kaus emitió un sonoro gruñido mientras tiraba con fuerza la tela de la capucha de su campera, cubriendo cada vez más su frente hasta casi tapar sus ojos.

Definitivamente hoy no era un buen día, empezando con la falta de alimento y terminando con que tendrían que ir a la escuela. Nada bueno iba a salir de ese día.

Y a quien más se le notaba es a su hermana.

―¡Altair, por amor a Lucifer, cierra la boca para masticar! ―explotó el chico y se giró sobre el asiento, quitándose la capucha, para mirar furiosamente a la mencionada, que se encontraba en el asiento de atrás.

―¡No desayune, y si no desayuno estoy de mal humor! ―respondió molesta y, apropósito, masticó los nachos haciendo más ruidos.

Altair irritada era igual o hasta peor que Kaus irritado, Antares era testigo de ello.

―¡¿Y a mí que demonios me importa?! ¡Te di mis nachos y aun así molestas, niña! —resopló para dejar salir su contenida furia.

―¡Tú no estás de mejor humor que yo! ―lo acusó, igual de escandalosa que él.

―¿Quién de los dos está actuando como una perra neurótica? ―cuestionó muy burlón.

Era un poco irónico porque ambos estaban actuando neuróticos, pero usualmente era Altair quien peor y más veces actuaba de esa manera. Sobre todo si el hambre estaba de por medio.

La rubia le dio una mirada asesina al pelinegro y su boca se abrió para reclamar. El fuerte carraspeo que emitió la castaña oscura hizo que ambos jóvenes la miraran con atención, olvidando momentáneamente que estaban discutiendo.

―Altair ―empezó Antares con su típica voz suave pero carente de emociones. ―Trata de masticar con la boca cerrada ―la chica bufó y dejó caer la espalda en el asiento trasero. ―Kaus, no llames a tu hermana perra neurótica.

―Ella lo es, madre ―le murmuró por más que la aludida los pudiera escuchar. Talitha miró con ira la tatuada nuca y, removiéndose un poco, pateó con fuerza el respaldo del asiento de Sirrah. ―¡Hasta aquí! ―en un fácil movimiento, su delgado cuerpo pasó por el espacio de los asientos delanteros y cayó sobre su hermana, tomando con sus manos el pálido cuello. La rubia soltó la bolsa de nachos y trató de separar las manos del cuello, sin éxito. Pasando a otro plan, dobló la pierna derecha y golpeó con la rodilla las costillas izquierdas del pelinegro. El chico la soltó con un alarido y se llevó las manos a la zona golpeada. ―¡Perra, me golpeaste fuerte!

―¡Me estabas asfixiando, imbécil! ―se defendió mientras se removía para quitarse al asiático de encima.

―¡Te estaba abrazando con mucho amor!

KONTROL, a. cullen & j. haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora