▬ O5. NIÑO

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   Kaus sonrió perezosamente mientras les sacudía la mano a los chicos, los cuales se disponían a partir hacia La Push. En otras circunstancias se habría olvidado del nombre, pero Eric se encargó de repetirlo tantas veces que nunca lo olvidaría. Honestamente estuvo a punto de aceptar ir solo para que su amigo surcoreano dejara de decir el nombre de la playa.

Pero detestaba demasiado el mar, la arena, el sol. Bueno, la playa en sí.

Aunque lo que más detestaba eran las finas cortinas color lila de la puerta del balcón por donde entraba una infernal luz solar todas las mañanas. Ya no podía soportarlo, iría a comprar nuevas cortinas y haría una fogata con las viejas porque las odiaba demasiado.

Miró por última vez a su hermana, viendo la cabellera rubia brillante alejarse, y con más tranquilidad, se metió las manos en los bolsillos de su pantalón negro de vestir y comenzó a alejarse con aire despreocupado, sus zapatillas negras casi no hacían sonido contra la acera. Se supone que debía volver a casa a pie, al igual que ayer, Antares no los iba a recoger.

Pero eso no estaba en los planes del vampiro.

Analizó con cautela sus alrededores una vez estuvo a una significativa distancia de la escuela y que ya no había nadie cerca. Sonrió para sí mismo y dio un saltó para convertirse en su animal, un murciélago.

Siempre había estado orgulloso de su animal, pero volar era genuinamente agotador. No era algo que cambiaría aunque sus amigos decían que ser un animales terrestres era más fácil.

Revoloteó un poco antes de emprender vuelo, procurando estar lo más alto que pudiera para no ser visto. Sería un poco extraño ver un murciélago de la nada en pleno día.

Voló casi a ciegas, sin estar muy seguro de donde se encontraba el hospital. Cada vez que veía un edificio, descendía para averiguar de qué se trataba, de paso descansaba. Sus alas se cansaban fácilmente y se tardó más de lo habitual en encontrar el lugar donde su madre trabaja.

Había unos balcones en los laterales del hospital, Kaus aprovechó ese lugar para acercarse y transformarse. Sus rodillas se flexionaron a la corta caída, sin hacerse ni un mínimo de daño, mientras sus cadenas tintinearon por el movimiento. Acomodó el cuello de la camisa blanca que se asomaba del suéter negro que traía puesto antes de abrir la puerta del balcón y entrar al lugar.

KONTROL, a. cullen & j. haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora