▬ O9. PEQUEÑA AYUDA

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   Kaus puso sus ojos en blanco y le dio una última calada a su cigarrillo antes de lanzarlo por la ventana abierta. Estaba sentado sobre la mesada, con la ventana de la cocina a su lado, y ya llevaba un buen rato fumando.

―¡Angela, obliga a Eric que se vaya! ―gritó a través de la puerta abierta de la cocina, inclinándose levemente para ver.

―¡Vamos, Eric! ¡Aun debo cambiarme! ―le gritó la chica al asiático.

―¡Estoy ayudando a Altair! ―respondió un poco molesto.

―Sí, ¡porque tengo un hermano inútil! ―el aludido rodó los ojos.

―Vete a la mierda ―murmuró entre dientes.

―¡Te escuche! ―chilló furiosa la rubia. Aunque sus dos amigos no entendieron a qué se refería.

Sirrah resopló y se bajó de un salto de la mesada, caminando por la cocina hasta llegar a la entrada de la casa. Allí pudo ver a una irritada Angela, era obvio por los brazos cruzados y la mueca, mientras que Eric y su hermana estaban sobre dos bancos altos para poner las luces de color en las paredes.

―Oye, mi reina, te vas a caer de ahí ―le dijo el asiático acercándose un poco a donde Eric estaba.

―No me voy a caer ―le respondió terco, ignorando la burla.

Por supuesto que el extranjero tenía razón, en ese momento el chico se tambaleó sobre el inestable banco y estaba a punto de caer al suelo, haciéndose un considerable daño. Los reflejos del vampiro actuaron antes de que se los ordenaran y ya se había movido para tomar entre sus brazos a su amigo.

―Te dije que te ibas a caer ―le alzó una ceja, aun con el chico casi acurrucado en su pecho. ―Ahora mírate, pasaste de reina a princesa.

Yorkie puso los ojos en blanco y se zafó de su agarre, quedando de pie en el suelo. Talitha soltó una risa y, con un elegante salto, se bajó del taburete, sin siquiera despeinarse, mientras que Weber se acercó llena de preocupación a su amigo, abandonando por un momento la molestia.

―¿Estás bien? ―le preguntó consternada al pelinegro.

―Estoy bien ―contestó y se sacó el imaginario polvo de la ropa.

―Gracias a mí ―dijo Kaus narcisista y se apuntó a sí mismo. ―Es aquí donde tú dices "gracias por salvar mi vida, caballero de brillante armadura" y nos besamos para vivir felices para siempre. Saltemos a la parte del beso ―estiró sus labios al chico y se le acercó más, pero éste le dio un manotazo en la cara.

―Ya quisieras tener el placer de probar mis labios, Sirrah ―también estiró los labios y el británico lo imitó, alegando que se parecía a un pato. Ambos comenzaron a hacer ruidos de patos mientras caminaban por toda la estancia.

KONTROL, a. cullen & j. haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora