▬ O4. CULLEN

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   Kaus tenía una gran estatura, siempre había sido más alto que el promedio de su edad, mucha veces eso era una ventaja, como ahora que estaba tratando de encontrar a Altair entre la multitud de adolescentes, y otras veces era una desventaja porque indudablemente llamaba la atención, siendo fácil verlo hasta a la distancia.

Las clases habían pasado tortuosamente lentas, y eso que el día aun no finalizaba, apenas era la hora del almuerzo, por eso estaba buscando a la rubia. El chico emitió un chiflido al visualizar la cabellera de su hermana, varios lo vieron con confusión menos ella. Puso sus ojos en blanco y se apresuró en alcanzarla antes de que la perdiera.

―¡Niña, te he estado buscando! ―dijo cuando llegó a su lado, dándole un golpe con el costado de su cuerpo. ―Yorkie nos invitó a su mesa.

Ahora es ella quien pone los ojos en blanco, seguía sin lucir muy feliz a pesar del paso de las horas del día.

―Y yo me estaba escondiendo. Que coincidencia, ¿no? ―era obvio que ahora estaba de mejor humor, pero no demasiado, el sarcasmo lo demostraba.

―Después de lo que he hecho por ti, ¿me tratas así de mal? ―se llevó una mano al pecho, fingiendo estar indignado.

―No finjas que me estás haciendo un favor, eso fue un trato ―se cruza de brazos.

―Bueno, si vamos a eso, tú no estás cumpliendo tu parte del trato ―la señaló acusadoramente, ella en repuesta abrió la boca y se llevó una mano al pecho, muy similar a como él había hecho hace segundos.

―¿Te estoy irritando? ¿Cómo puedes creer eso? Esta soy yo siendo amable ―sonrió, dejando a la vista los perfectos dientes que parecían perlas.

Sirrah entrecerró sus ojos, dándole una mala mirada por la mordacidad de las palabras. Buscó por un momento que podía hacer en respuesta hasta que tuvo una idea al ver a Talitha saludar con un sacudida de la mano a un grupo de chicas, suponía que de las clases que no estaban juntos.

Sonrió con demasiada malicia, una que disfrazó muy bien como coquetería.

―Hola, ¿qué tal? Kaus, el hermano mayor de Altair ―les guiño un ojo al grupo de femeninas, que en respuesta soltaron risas tímidas, al mismo tiempo que se acercaba, pero la mencionada lo detuvo y se lo llevó a arrastras por el pasillo.

―Me estás avergonzado, imbécil ―se quejó la rubia y él sonrió con satisfacción.

―Ese es mi trabajo ―le respondía feliz de haber logrado su cometido, y le rodeó los hombros con su largo brazo. ―Ahora estamos a manos.

La chica bufó y le dio un golpe con el codo en sus costillas, procurando esta vez ser suave. Los jóvenes llegaron a la ajetreada cafetería, sin dudas llamando la atención a cada paso que daban al interior. Estaban bastantes acostumbrados a la poca discreción de la gente, no les molestaba, aunque tampoco era algo cómodo.

KONTROL, a. cullen & j. haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora