Capítulo 16, Camino a la iluminación

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La mañana llegó sin que nadie atentara contra la propiedad, lo extraño fue cuando abrió los ojos, somnolienta, encontrándose de frente con el italiano y, a pesar de que quería retroceder no lo hizo. Más que nada porque Luciano no la soltaba, ¿estaba aún dormido? Ya era de día, la luz se filtraba entre los pequeños agujeros de las persianas exteriores.

—Luciano... —susurró esperando que despertara y la soltara.

No respondió, se limitó a apretarla y acercarla más hacia él, provocando que la chica comenzara a sonrojarse como un tomate maduro, si estaba despierto sabía fingir muy bien, aquello era mejor que el café al menos, no había estado más despierta en toda su vida, o al menos en toda la parte de su vida que recordaba.

—Luciano... —volvió a decir, esta vez más alto, dirigiendo la mirada a su cercano rostro, en particular a sus labios...

¿En qué estaba pensando en aquel momento? En... que se veían realmente apetecibles... finalmente la soltó, cuando lo miró a los ojos y vio que se había despertado se alejó, seguro que había visto como lo miraba... sus sentimientos estaban comenzando a volverse cada vez más confusos... ¿o quizás se aclaraban? Negó con la cabeza intentando despejar dichos pensamientos, y, quitarse aquello de la cabeza de paso.

—Prepárate, salimos después de desayunar —anunció el italiano levantándose de la cama, ¿no iba a intentar nada? No estaba segura de si aquello era bueno o malo, pero en el fondo se sentía levemente decepcionada.

Se vistió y derivados en su propia habitación, yendo a la cocina en la que se encontraba el italiano preparando el desayuno, pasta... pasta para desayunar, bueno, por probar... se sentó en una de las sillas cercanas, esperando a que acabara, por un segundo su vista se tornó borrosa.

—Aquí tienes ragazza —indicó Luciano poniéndole un plato de pasta, con una salsa roja por encima, delante.

Asintió parpadeando y agarrando el tenedor que le ofrecía para comenzar a comer, sabía bien, aunque tenía un sabor extraño que no sabría muy bien identificar, en cierto modo, metálico, parecía provenir de la salsa, no se atrevió a preguntar, simplemente se acabó el plato rápidamente, cuanto antes salieran antes descubriría de qué iba todo aquello, si le habían engañado o dicho la verdad.

El silencio era un tanto incómodo, y los acompañó de vuelta al coche, al parecer Bernard ya lo había devuelto, el italiano se quedó mirando el volante y los asientos con visible molestia, pasando finalmente un paño por algunas de las zonas interiores del coche.

—¿Vamos a ir solos? —preguntó finalmente una vez que él introdujo las llaves en el volante.

—asintió el italiano sin explicar ni añadir nada más, si que estaba hablador esa mañana, no parecía la misma persona, el mismo que tomaba lo que quería y soltaba ambigüedades por doquier.

Quizás él también estaba nervioso por lo que pudiera pasar, pero, ¿por qué habría de estarlo? Si ambos eran inmortales como decía no pasaría nada aunque los atraparan... arrancó haciendo que perdiera el hilo de sus pensamientos con el ruido del motor, concentrándose en el paisaje cambiante que consistía originalmente en arboles y prados para pasar a edificios y zonas asfaltadas una vez el coche paró.

Ante ellos había un gran número de almacenes, a pocos pasos a su derecha, el mar, un sitio peculiar para llevar a cabo experimentos, pero uno realmente bueno para deshacerse de cadáveres, metiéndolos en los grandes depósitos metálicos completamente preparados para soportar un viaje a través del mar.

—Es... ese —señaló Luciano tras sacarse un papel de uno de sus bolsillos, ahora que se fijaba, llevaba su habitual uniforme, al menos el que llevaba cuando se habían conocido, junto al pequeño sombrero con la pluma, le favorecía, aunque llamaba un tanto la atención, más de lo que debería teniendo en cuenta la situación y el lugar al que iban a entrar.

¿Amor o tortura? (2P!Axis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora