Capítulo 24, Opciones limitadas

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Aquello debía de ser similar al jet lag, venía de un lugar en el que era casi de noche, y ahora se encontraba bajo un sol brillante y caluroso, con el ruido de decenas de grillos y cigarras cantando, acompañadas por algún que otro pajarillo, aunque con el calor que hacía, las aves eran más bien pocas, escondidas entre la vegetación alta y lejana que rodeaba el prado.

No pudo evitar dormirse con la brisa que hacía, abriendo los ojos cuando sintió que alguien le tocaba las mejillas, una mano pequeña, curiosa, y encontrándose con unos grandes ojos violetas, rojos de tanto llorar.

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó el dueño de los ojos violetas, con desconfianza y retrocediendo unos pasos—, ¿te manda el idiota de Sacro Imperio Romano?

—¿Luciano? —preguntó sin apartar los ojos del infante, parecía la misma persona en cuanto a voz y aspecto, pero su comportamiento era completamente distinto.

—¿Cómo sabes mi nombre? Todos suelen llamarme Italia y no lo uso, ¡¿cómo lo sabes?! —dijo el chico levantando un poco más la voz y retrocediendo aún más, buscando entre su ropa mientras su desconfianza crecía.

—No voy a hacerte daño —se apresuró a responder al ver el nerviosismo del chico—, no me manda Sacro Imperio Romano, puedes llamarme Lyn, no tengas miedo, ¿vale?

—¡Yo no le tengo miedo a nada! —exclamó el chico indignado, encontrando finalmente lo que estaba buscando y sacándolo, un cuchillo pequeño y bien afilado, algo que un niño de su edad no debería llevar, y menos entre sus ropas, podría cortarse accidentalmente.

—Tranquilo, no sabía que eras tan valiente —dijo intentando tranquilizarlo, sin perder el contacto visual, con las manos en el frente, dando a entender que no poseía ningún arma, y que bajara la suya.

Había metido la pata al decir su nombre, pero al menos tenía claro que ese era realmente Luciano, de una forma u otra había viajado al pasado, ¿quién había sido capaz de hacerle llorar? Quizás había sido la persona culpable de que fuera como lo conocía en la actualidad, quien lo había vuelto frío y había hecho que no confiara en nadie.

—¿Quién te ha hecho llorar? —preguntó con voz amable, esperando romper la atmosfera tensa que había en el lugar.

—¡L-los hombres no lloran! —replicó nervioso llevándose una mano a la cara, levemente sonrojado.

—¿Ha sido la persona que mencionaste antes cierto? —preguntó intentando parecer tranquila, tenía que hacer que se calmara o no llegaría a ninguna parte, traumarlo más de lo necesario no era muy buena idea.

—Ya sé que le he hecho mucho daño... pero me mintió —dijo susurrando el chico, mirando por un instante al suelo, los ojos comenzaron a llenársele de lágrimas.

—¿Por qué no dejas ese cuchillo y me lo cuentas todo? Puedo ayudarte a saber qué hiciste mal —sugirió preocupada, sin duda era un niño, a pesar de que la persona que conocía fuera caprichosa se comportaba como un adulto la mayor parte del tiempo, nunca había imaginado verlo así.

—¡Seguro que solo quieres reírte de mí como los demás! —gritó mientras comenzaba a llorar amargamente, sin soltar el cuchillo.

—¿Ves que me ría acaso? —inquirió seria, dejando confuso al niño, que finalmente negó lentamente con la cabeza, más calmado—, entonces dime qué te ha pasado, desde el principio.

El chico asintió, dejando caer el cuchillo al suelo, clavándose este en la hierba, y sentándose de nuevo bajo el árbol.

—Hace un tiempo conocí a alguien que quería saber cosas sobre mi abuelo, al haber pasado un tiempo con él yo sabía más que nadie —comenzó, con un deje de orgullo en la voz—, no me gustaba que alguien preguntara sobre él, así que comencé a meterme con ese preguntón, pero... llegó un momento en el que... —continuó, parando nervioso.

¿Amor o tortura? (2P!Axis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora