Capítulo 02. •Viaje•

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La amaneciente ciudad me volvía presa fácil, rodeado de edificios grisáceos que rozaban las nubes contrastando con los evidentes indicios de la polución. Las estructuras, apiladas unas junto a otras integraban entre sí inmensos y colosales pilares que se unían en las alturas, formando una especie de cúpula que limitaba la visión de la luz solar a los residentes de los barrios inferiores. Viviendas estructuradas a lo largo de todo el cielo raso de la urbe se adueñaban del espacio aéreo, construidas como una solución ante la sobrepoblación, evadiendo todo concepto estético.
La Ciudad Alta, como le llamaban a esas zonas de nueva construcción, erigida a severos kilómetros sobre nuestras cabezas, lugar de la Casa Regia, hogar y residencia de todo miembro del gobierno, representaba un contraste evidente con los otros barrios y sectores; estaba habitada en su totalidad por las altas figuras públicas, practicantes de la política y miembros del senado.
Un canal artificial de aguas acaudaladas cortaba al medio la ciudad baja hasta perderse en la lejanía. A ambos lados de su cauce se situaban los barrios ligeramente aventajados, donde residían los personajes y negocios más pintorescos de la sociedad, dividendo así los territorios por sectores.
Las calles de la urbe, atestadas de propagandas políticas donde reinaba el rostro falsamente agraciado y confiable de la Gobernadora, incitaba a los ciudadanos a cumplir con las normas de convivencias impuestas. Las agencias siempre observaban desde las sombras con la mirada indiscreta, esperando el mínimo desliz que acarreara en contra de sus políticas.

Me encontraba expuesto una vez más, justo en el centro de las conversaciones entrometidas que comenzaban a adueñarse de las calles. Varios drones centinelas sobrevolaban los diferentes niveles de la ciudad en su recorrido mañanero.
Alicia lo había dejado claro, el Sector Norte era mi próximo destino. Solo había un problema, conocía muy poco sobre el Barrio de los Marginados, al menos nada bueno.
Sostuve en mi mano el viejo GPS, herramienta que contaba con mi predilección debido a que siempre me mantenía en la dirección correcta y me servía de guía en cada paso; funcionaba con la antigua tecnología satelital, que por su poca compatibilidad había dejado de ser usada en la era moderna y por lo tanto no registraba mi ubicación en ningún servidor. Viajaba con utensilios bastante obsoletos, aun así, era lo más seguro.
Había tenido suerte al lograr escapar de mis persecutores, «casi por los pelos», pero aún no me encontraba a salvo, mucho menos seguro. Debía alejarme de los alrededores. Optaba por mantener la mayor distancia posible del Trío Maravilla, lo cual se me transformaba de a poco en una tarea titánica. Ya comenzaba a hartarme del juego del cazador y la presa y para entonces, seguro, habían descubierto el truco de la ilusión holográfica. El trío no era tonto y pronto estarían de vuelta en las calles en mi búsqueda.

Cubrí la mitad de mi rostro con una bufanda y coloqué la capucha de la chaqueta sobre mi cabeza, era la forma más segura de ocultar mi identidad. Eché a andar. Todo a mi alrededor me sofocaba. Me repudiaba aquello a lo que una vez llamé hogar. No podía dejar de sentir vergüenza o desviar la mirada cada vez que veía mi rostro enmarcado con la palabra Criminal, en las pantallas publicas policiales que abundaban en las avenidas. Las autoridades comenzaban a jugar sus cartas. Apresuré el paso.
Extrañaba a mi familia, a mi padre, a mi madre, incluso a la bulliciosa de mi hermana pequeña. A veces me preguntaba qué rumbo habían tomado después de mi partida o si se encontraban seguros, pues también se vieron obligados a escapar. Moría por volver a ver sus rostros, por revivir todos los cálidos recuerdos a su lado, mas no podía, solo los terminaría exponiendo al riesgo de un destino fatal.
Marqué mi rumbo hacia la Terminal, debía hallar la Plataforma Norte, donde abordaría la Línea 14. Un viaje directo y sin paradas intermedias hacia mi destino.
La Plataforma Norte constituía una de las cuatro estaciones secundarias de la urbe, destinada a los viajes locales, esas líneas que nunca llegaban más allá de las ruinas en las afueras de la nueva ciudad. Todos sabían lo que pasaba afuera de los límites, —nada bueno—, y según el GPS el Barrio de los Marginados se encontraba muy cerca de ellos.

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