Epílogo. •Prodigio•

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-Eva-

Los magistrales murales del techo abovedado se alzaban sobre mí, haciéndome sentir diminuta en mi apresurada marcha. Avancé con tedio por el frío corredor de mármol, podía escuchar a través de las paredes todo el sufrimiento y pesar de la resistencia, sin embargo, la lucha había sido justa. Parecía como si el eco de mis pasos se burlase de mí en medio de la inmensidad de la Casa Regia. Habitaba otra piel, la más aborrecida de todas, parasitando sus pensamientos. La Dama de Hierro.
El repiquetear bajo mi andar me hería los oídos. Aborrecía enormemente al ser que me acogía en su interior y que mantenía una pelea incesante por no perder el control de su mente.
—¡Señora! —mencionó una mujer de rostro nada familiar, dando con prisas pequeños pasos en mi dirección en cuanto traspasé el enorme portón— ¡Se encuentra a salvo! ¡Gracias a Dios!
—¿Cuáles son los reportes? —mencioné mimetizando las posibles palabras de la gobernadora.
—La situación es desfavorable, señora —respondió, observando en la pequeña pantalla de mano los acontecimientos—, Todo apunta a peor.
—¿Los Cenadores? —cuestioné sin perder la compostura— ¿Los miembros del Consejo? ¿La junta directiva?
—Todos se han marchado al primer estallido.
—¡Cobardes! —protesté a través de sus labios— ¿Nuestro ejército? ¡La Casa Regia no puede caer ante esos parásitos del Bajo Mundo! ¡He dedicado mi vida a convertir esta ciudad en la mejor del continente! ¡No voy a ceder ante un par de improvisados!
—Hemos perdido comunicación con el ejército, nuestros comandantes no responden. No tenemos más opción que huir.
—Jamás huiría. Apartarme de la Casa Regia solo sería opción si me sacaran con los pies por delante.
—El Bajo Mundo se acerca señora, están ascendiendo a la Casa Regia. ¡Las alarmas no dejan de sonar!
—Entonces los esperaré con un trago en la mano. No pueden derrotarme en mi propio territorio, no los dejaré. —fruncí los labios— ¿Qué ha sido de los Rastreadores?
—No lo sé, señora.

Nos detuvimos por un instante a mitad del corredor, nuestras palabras vibraban entre las enormes columnatas de mármol grisáceo. Le dediqué a la mujer una mirada irritada.

—¡Incompetentes! Tanto nadar para hundirse a la mínima ola. Tendré que hacer esto por mi cuenta.

La ciudad perecía, un nuevo orden tomaba las calles y todo lo creado por la Casa Regia se desmoronaba en la distancia. El Lirio Blanco se hacía con el poder a la fuerza. La Dama de Hierro lo había perdido todo y yo permanecía como testigo en primera plana. Despertar en esa realidad sería su castigo merecido.
Quedé ensordecida tras el impacto de una segunda explosión que terminó sacudiendo la estructura. Lo acontecido afuera no era muy diferente del genocidio provocado por ella años atrás. El humo, las muertes, las explosiones, la batalla por el poder y la victoria carente de sentido del Bajo Mundo sobre la urbe. Todo pasó de una celebración a un velorio.

Un curioso vibrar en el bolsillo del sobretodo blanco me tomó por sorpresa. Palpé sorprendida en busca del dispositivo. «¿Un video?» Una transmisión en vivo, a lo largo de toda la urbe estaba siendo llevada a cabo, al unísono de la campal batalla. En la pantalla, relució el rostro de Cloud, dejando en mi mente anclada cada una de sus palabras. ¡Lo había logrado!
—¡Gobernadora! —la desconocida mujer parecía asustada ante el nuevo acontecimiento, abriendo los ojos tras una mirada de extrañeza.
—No me ha sido fácil llegar hasta aquí —pronunció Cloud en su transmisión—, varios de mis amigos resultaron heridos en el camino, gracias a su ayuda hoy puedo exponerles la verdad. —Hizo una pausa, perecía aturdido, con la mirada cargada de desesperación. Su piel magullada indicaba los recientes rastros de algún brutal enfrentamiento— Mi nombre es Cloud, desde hace un tiempo me convertí en prófugo de la justicia, en un fantasma. Fui cruelmente inculpado por la Dama de Hierro, haciéndoles creer a todos que yo que era el responsable del atentado a la ciudad. —Por instantes su voz se fundía con el bullicio de las explosiones, aun así, le escuchaba— La gobernadora, no ha hecho más que mentirles todo este tiempo enfrente de sus narices, ella es la verdadera genocida. He irrumpido en la Instalación Central de Procesamiento del Sueño, en este instante procedo a conectarme al servidor para exponerles mis recuerdos, la realidad de lo sucedido. Esta es la verdadera historia.
Cloud caminó con paso lento, adolorido, hasta el sillón de procesamiento más cercano. Tendió su cuerpo con suavidad en la comodidad del asiento, Natasha le auxiliaba en su cometido. Su cuerpo quedó conectado al cableado. Los recuerdos manaron en la pantalla, y no pasaron desapercibidos ante una mirada global y severamente juzgante.

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