Capítulo 01. •Fantasma•

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Recogí con un gesto torpe la mochila del suelo y me apresuré en llegar a la puerta, abriéndome paso entre la penumbra. Necesitaba salir cuanto antes del hotel de mala muerte en el que había terminado siguiendo otra pista falsa de su paradero. Desde entonces no había vuelto a saber de ella. Solo me quedaba su recuerdo, una vez más, y unas coordenadas manuscritas en un trozo de papel.
«Maldición». Me había dormido.
Rebusqué en mi chaqueta, ya un tanto descolorida, por el trozo de la barra de cereal que guardaba desde la noche anterior, no era mucho, pero al menos me serviría para recuperar algo de energía. Sobre la mesilla de noche un viejo reloj holográfico marcaba las 5 a. m. Era tarde, al menos para alguien como yo. 
La luz de varios carteles se colaba a través de la ventana, tiñendo la habitación de un tono rojizo en medio de la oscuridad. La Nueva Urbe o Neo Ciudad, como también se le conocía, se mantenía avivada día y noche por el resplandor de miles de pancartas, enormes pantallas y propagandas que alumbraban incluso a la más sepulcral noche. Afuera, en la desolada avenida, el sonido del aparcar de un auto anunció involuntariamente la presencia de mis persecutores. Ya estaban aquí.
«Maldición», no podía dejar de mascullar la misma palabra una y otra vez.
Retrocedí sobre mis pasos con prisas, acercándome a la ventana en el otro extremo de la habitación. Necesitaba tener una visión clara de lo que me esperaba en el exterior. Afuera, el vehículo se fundía con las sombras, sin embargo, lo reconocí. Eran ellos.
Ya estaba familiarizado con el «Trio Maravilla», así les llamada para mis adentros a esos tres agentes que me pisaban los talones, acorralándome por meses como el gato al ratón. Estaba claro que yo era la presa en este juego de depredadores; incluso llegaron a intervenir mis comunicaciones, que perecieron en intentos fallidos en más de una ocasión, aislándome de mis amigos y familiares. Con el tiempo me obligaron a desaparecer del mapa, a convertirme en un fantasma y un fantasma solo llega a ver la parte cruel del mundo. Debía apurarme o estaría jodido.

De un tirón cerré la puerta detrás de mí y descendí con prisas por las escaleras interiores del hotel, agarrándome con afán de la barandilla casi oxidada. La ansiedad me carcomía reflejándose en mis manos sudorosas. Tres pisos hasta llegar al recibidor, para finalmente encontrarme con un lugar desolado. Todos cumplían con la hora obligatoria del sueño.
Necesité de un segundo para recuperar el aliento, mas no era momento de flaquear, menos de debilidades. Mi mayor ventaja era moverme mientras la ciudad permanecía dormida.
Podía escuchar a los agentes acercarse, irrumpiendo en el silencio del hotel, con sus pasos cansados y sus aires de superioridad.
Siempre vestían de traje y corbata, con certeza hasta su ropa interior era igual de aburrida. Seguro Mc. Allistar, jefe del trío y superior en edad, roía como de costumbre algún bocadillo nocturno, mientras Angelé y Damián actuaban indiferentes al mundo. El viejo Mc. no era más que un cuarentón amargado, de buenos sentimientos, debo reconocer a su favor, de cabellera abundante y algo entrecana y digno de una buena condición física, lo típico para alguien de su profesión, pero que solo llenaba los vacíos de su vida con trabajo. Mientras, Angelé y Damián no eran más que los novatos, de esos a los que les encargas cualquier papeleo en la oficina, en este caso, mi captura.
Pues sí, ya los conocía bien, casi de memoria y sabía que mi persecución no les causaba emoción alguna. Obligados a realizar una misión que nadie quería eran incapaces de poner su máximo empeño a la hora de hacer el trabajo. A su entender era solo una orden más de las tantas del gobierno, aunque yo no era un criminal.

Revolví con torpeza en el interior de mi mochila en busca de algún utensilio que me ayudara a ganar tiempo. Casi a ciegas y guiándome por el sentido del tacto pude escudriñar entre mis pertenencias, aunque era todo de poca utilidad sabía que contaba con la pieza ganadora en algún lugar. En efecto, ahí estaban, ocultos en el fondo, un par de pequeños minibots de camuflaje holográfico recién comprados en el mercado negro a un precio elevado. Me dolía desperdiciar uno en esta situación tan absurda, mas no tenía otra salida. No me servirían de mucho, pero ocultarían mi presencia, dándome unos minutos para escapar. Los reservaba para necesidades extremas.
Agarré uno con cuidado. No era más que una pequeña esfera de color negro intenso con algunas ranuras que emanaban una sutil luz verdosa. Le di un beso de la suerte, una tonta costumbre que llevaba arraigada, y lo coloqué sobre las baldosas oscuras y degastadas del suelo. De forma autónoma el minibot rodó hasta el centro del recibidor, deteniéndose debajo la enorme lámpara central que simulaba la forma de un antiguo candelabro. Esperó inmóvil por un instante para terminar inundando el lugar de tenues matices giratorios. Solo le tomó un segundo escanear y reproducir una imagen perfecta del panorama, incorporando a la misma una docena de réplicas artificiales de mi persona, tan cercanas a la realidad que era imposible diferenciarnos. Sin dudas eso confundiría a los agentes, con los que llegué a cruzar la mirada por una centésima de minuto.

Corrí. Me apresuré en busca de la salida de servicio, esa que daba a un costado del hotel y a la que solo se llegaba atravesando el área de la cocina y las habitaciones interiores del personal. Saqué aliento de mis entrañas. El cansancio acumulado intentaba con éxito tomar control sobre mí. Debía conseguir varias dosis del compuesto químico “A” o no aguantaría despierto por mucho tiempo. La última dosis la había consumido el día anterior y ni siquiera de la mejor calidad, pues la había fabricado con los pocos recursos que disponía a mano.
El compuesto A inhibe la necesidad fisiológica de dormir, permitiéndome pasar largas horas despierto. Una sustancia poco dañina en comparación con otros compuestos químicos. En el peor de los casos puede llegar a producir taquicardias y breves alucinaciones. Por supuesto, cualquier distribución de la misma está prohibida excepto en el mercado negro».

El frescor de la madrugada me golpeó en el rostro al atravesar el umbral de la salida, avivando mis sentidos. Una fuerte brisa cargada de humedad anunciaba la cercanía del periodo lluvioso. El callejón lateral me daba la bienvenida. Estaba a salvo, pero no por mucho tiempo. Mi objetivo actual era ganar distancia y mis depredadores nunca me darían la ventaja necesaria. Debía perderme entre una ciudad que pronto despertaría con las primeras luces del alba, volverme invisible ante la mirada de mis persecutores, desaparecer una vez más y solo podía lograrlo llegando al Consejo Sur, donde radica el Mercadillo Clandestino y no alcanza la curiosidad de las cámaras.
Golpeé con un gesto suave el intercomunicador en mi oreja, solo existía una persona a la que podía acudir en esta clase de situación.
—Alicia —mencioné nervioso al escuchar su respiración al otro lado de la línea. Temía que no contestara a mi llamada.

Alicia se había convertido en mi mayor soporte en esos últimos días, de esas personas que la vida te presenta por casualidad, o eso pensaba, pues fue ella quien me encontró. El Lirio Blanco, así la llamaban algunos. La chica aparentaba ser un par de años mayor que yo, de imagen frágil que combinaba en perfecto contraste con su personalidad imponente y nada dócil. De piel y cabellos pálidos que daban la impresión de estar en presencia de un lirio, de pétalos letales si alguien le amenazaba. Nunca me contó mucho de su historia, se limitaba a responder que era complicado hablar sobre su pasado, pero sabía que su nombre ponía a temblar incluso a las altas autoridades de la Casa Regia. 
—Esta línea no es segura Cloud, sabes que rastrearán la llamada. ¿Por qué no usas la vieja radio que te di? —Su voz sonó tranquila, sin embargo, conocía del riesgo de mi imprudencia— ¿Estás cerca?
—No, no estoy cerca. Estoy en el Sector Bajo Central. No tengo tiempo de usar la radio, están tras de mí. Intentaré llegar en el próximo tren-bus al Consejo Sur, al anochecer. Espero verte.
—Recuerda Cloud, debes ser un fantasma y no confiar en nadie. Jamás cuentes lo que viste aquel día. Mantenlo en secreto. El Gobierno tiene ojos en todas partes y muchas personas no son lo que parecen.
—Alicia —mencioné, aunque fui interrumpido por la chica sin la oportunidad de terminar la frase.
—Escucha, tengo noticias sobre… —Dudó unos minutos— sobre el paradero de Eva. Desvía tu rumbo hacia el Barrio de los Marginados, en el Sector Norte de la ciudad, tengo amistades que te ayudarán a ocultarte, ellos te encontrarán. Cuando estés allí contacta conmigo. Y recuerda, no le cuentes a nadie. Pronto nos encontraremos.

Tras pronunciar la última palabra Alicia puso fin a la conversación.

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