Capítulo 21. •Agentes•

76 24 0
                                    

Pateé con desgano una de las pequeñas rocas que encontré en el camino. El sol, mostrándose imponente en lo más alto del cielo, arremetía sin piedad; permanecimos al resguardo de un ancestral viaducto. El desierto se extendía más allá del horizonte, el área de la represa arenosa se perdía en la distancia.
La corroída armazón de una señal de tráfico, que en su momento valió como guía a los viajeros desorientados, moría solitaria a un costado del polvoriento sendero. A mi impresión nos encontrábamos varados en los confines del mundo, un recóndito y olvidado lugar.
Aguardamos con paciencia. El área se mantenía al asecho de los celadores, que sobrevolaban vigilantes en busca de fugitivos, atraídos por el reciente impacto contra la caravana que nos transportaba como prisioneros. 
Nos protegimos del calor, se reflejaba en los rostros la terrible sensación de agobio causada por el vapor proveniente de la zona. Aunque lucía magullado, el escozor de mis lesiones comenzaba a mejorar; me reponía de los impactos recibidos con anterioridad.

La guardiana de cabellos rojos fulminó con una mirada recelosa al agente. Sus brazos tensados alrededor de su pecho eran un claro indicio de su incomodidad. Por un instante desvió la mirada, meditativa, a las alturas.
—¿Cuánto más debemos esperar en este lugar? —protestó Victoria dirigiéndose a Damián con impaciencia. La chica comenzaba a exasperar—. No nos has dicho ni una jodida palabra en todo este tiempo ¿Puedes ser más específico sobre el plan?
—Yo tampoco quiero estar aquí. No tenemos más opción que esperar —respondió el agente en tono borde, recostándose sobre el chasis de su vehículo—. Hace falta que Mc. Allistar no tarde mucho más —masculló para él. Victoria le dio la espalda, alejándose unos pasos.
—¿Cómo sabías dónde encontrarnos? —indagué pensativo, revolviendo en mi mente todo lo acontecido en la jornada. Me puse en pie, sacudiendo levemente las partículas de polvo que se pegaban a mi vestimenta.

El agente me observó por una fracción de segundo, cavilando su respuesta.

—Solo seguí las coordenadas señaladas por el GPS e hice mis cálculos. Conocíamos que te encontrabas en el refugio y no podíamos correr el riesgo de perderte, no ahora que todo está en movimiento.
—He mantenido mi posición nula de todos los radares —dije dudoso—. Me he asegurado de ello constantemente.
—La radio que Mc. Allistar te obsequió en el último encuentro, triangula tu posición en tiempo real, permitiéndonos saber tu recorrido. Ya has sido un fantasma por mucho tiempo.
Con un gesto casi automático palpé en mi bolsillo. En efecto, no me había desprendido del artefacto desde que el agente me hizo entrega de él.
—¿La trampa en la arena? —indagué, mirando a la distancia como si desde mi posición pudiese ver el lugar de los hechos.
—La instalé minutos antes de que se aproximara la caravana, luego aguardé paciente desde una distancia razonable.
—Me resulta imposible pensar que la Casa Regia desplegara tanto armamento sin causar revuelo o sospechas en la ciudad —comentó Londres sin apartar la mirada del agente. Dejó caer una pequeña dosis del Compuesto A dentro de su boca, eso le mantendría insomne por mayor tiempo.

—Igual que a todos, nos tomó por sorpresa el repentino ataque de la Casa Regia, nunca pensé que se atrevieran a tanto —tragó saliva—. El gobierno sabe guardar muy bien sus secretos, aunque tal vez pasamos por alto las señales. Los directivos andan revueltos por estos días.

Esperamos porque Mc. Allistar hiciera su aparición. En este punto, nuestra seguridad era lo primero, estábamos obligados a accionar de forma inteligente o terminaríamos sin reparo de vuelta en las garras de la Casa Regia. Proseguía, realizar un cambio de vehículo.
Nada escapaba al escrutinio del gobierno, absolutamente nada, exigiéndonos ser cuidadosos hasta en el mínimo detalle. Las disímiles agencias policiales llevaban un control exhaustivo de cada vehículo, rastreando su locación y datos (del conductor y pasajeros), todo ejecutado en tiempo real y procesado por una certera Inteligencia Artificial diseñada para estos fines.
Comenzaban a surgir las sospechas y las dudas sobre los agentes en su propio círculo social. El Trío Maravilla era consiente de cada riesgo y tomaba las precauciones necesarias para mantenernos ocultos y sobre todo a salvo.
Había quedado pactado con anterioridad, Mc. Allistar acudiría en nuestra búsqueda, en ese punto escogido del camino, un lugar alejado en medio de la nada, donde solo habita el polvo y la arena.

InsomneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora