Capítulo 17. •Deserción•

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Flashes de imágenes y sonidos reciclados invadían mi mente, mientras vagaba perdido en lo más profundo del mundo de las memorias. Podía jurar que mi cuerpo se retorcía cada vez que era forzado a recordar, como si una punzante descarga eléctrica lo recorriera, sin embargo, estaba dormido, aunque más lúcido que nunca.
Mis manos permanecían cerradas en un hermético puño, mis dedos engarrotados casi al punto del dolor. Deseaba con tesón que todo acabase pronto, deseaba evitar aquellos recuerdos que pestañaban en mí, quemándome desde el interior. Los edificios, personas, lugares y situaciones ya vividas ahora solo me parecían un presagio de mal augurio.
Sentí miedo mientras el vacío me consumía. Todo parecía terminar.

Quedé deslumbrado por una luz directa al instante en que mis párpados ascendieron. Me encontraba en la camilla de una intimidante habitación. Varios monitores y equipamiento médico remataban la imagen del sitio que me resguardaba entre sus cuatro paredes de cristal, confeccionadas a la medida para las miradas indiscretas. Ni siquiera podía moverme con libertad; un montón de cables colgaban de mi cuerpo, mostrando mis signos vitales en una pequeña pantalla situada a un costado. El insoportable pitido que emanaba el aparato al reflejar mis pulsaciones me confirmaba que ya lo peor había acabado. A pesar de la reciente intervención me encontraba estable.
—Ya estás despierto —dijo un desconocido a mis espaldas pegándome un susto de muerte, escasamente había notado su presencia.

No alcanzaba a ver el rostro del desconocido, una mascarilla sanitaria cubría sus facciones. La bata blanca me indicaba su profesión a gritos. Colocó la tablilla que sostenía en su mano sobre uno de los muebles y acortó nuestras distancias.
—Has tenido suerte hoy. ¿Cómo te sientes? —indagó con curiosidad de médico— Intenta moverte despacio.
—Bien. —Mi voz sonó débil, casi como un hilillo, apenas despertaba de la pesadilla— Me siento bien.
—Los efectos secundarios pararán pronto; eres joven y tu mente mostró resistencia al ataque de los Rastreadores. No pudieron abarcar mucho —mencionó acercando a mi rostro una pequeña linterna que terminó cegándome por un momento. Me analizaba exhaustivamente—. Perfecto. ¿Puedes mover tu cuerpo con libertad, las manos y los pies?
Con dificultad desvié la mirada, observando mis extremidades. Aún acalambrados mis manos y pies respondieron bien a los impulsos, mostrando la misma movilidad que de costumbre.
—Los Rastreadores no se andan con juegos, son una de las armas más eficaces de la Casa Regia. He visto pacientes implorar por su vida en sueños mientras son asediados. Esta noche demostraste poder mantener el control, pero eso no los detendrá, volverán a intentarlo una y otra y otra vez —El doctor continuó con la plática; con sus manos comenzó a retirar algunos de los cables que yacían sobre mi pecho—. Como una alternativa, hemos implantado varios nanobots en tu organismo, para nuestra bendición tu cuerpo no los rechazó como suele ser costumbre. Solo ha sido así con pocos casos —continuó—. Aun así, podrías experimentar efectos adversos, al menos hasta que tu cuerpo los asimile del todo. Básicamente realizarán la función inhibitoria ante cualquier intento de acceso a tu mente, no es un uso común y su eficacia no siempre está garantizada, pero estos son momentos desesperados, momentos de cambios.¡Ahora eres un Modificado, aunque no sea visible!
—Una vez alguien me dijo que, en este mundo, al nacer todos somos Modificados, a la fuerza. —recordé en voz alta.

El doctor me observó con extrañeza.

—Creo que detrás de cada leyenda o historia, por muy descabellada que parezca siempre hay una pizca de realidad, una especie de verdad ancestral —continué, aunque en realidad hablaba conmigo mismo—. A veces debemos prestar más atención, mostrarnos menos incrédulos.

Se encontraba en evidencia más de lo que lograba procesar en aquel momento. Tuve suerte al no recordar la sensación agónica a la que fui sometido en la reciente embestida de los Rastreadores. La Dama de Hierro, la temida y a la vez proclamada gobernadora lo dejaba en claro, necesitaba llenar los vacíos en la historia; con mi captura o sacrificio ella cerraría el ciclo de mentiras y conspiraciones sobre el falso atentado.
Las palabras del doctor se desvanecían en mi mente, a pesar de la seriedad de su discurso. Deseaba salir con prisas de aquella habitación, aunque fuese a rastras. La incomodidad aumentaba.
—Es hora de que retornes a tu sitio de tránsito. La junta de directivos no se esperaba tal exabrupto. Has sido la comidilla de la noche, pero el peligro, al menos por hoy, ha cesado. —Me extendió las manos en un gesto amable, brindándose como apoyo para que me levantara de la camilla— ¿Puedes sostenerte en pie?
—Sí, puedo caminar sin problemas —Asentí con la cabeza. Me sentía agotado—. Necesito que me muestren el camino de regreso. El sol aun no despierta y no conozco los senderos, no sabría llegar sin un guía.

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