Capítulo 11. •Chatarreros II•

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Por dos largos días observé a los chatarreros dormir, comer, realizar sus labores; cosechar sus propios alimentos en alguna de las salas de aquel bunquer que escapaba de mi vista. El lugar era más amplio de lo que imaginaba, incluso en algún momento de mi estadía obligatoria, escuché de las funcionalidades de los niveles inferiores.
De vez en cuando me asignaban un nuevo vigilante, asegurándose de cubrir por completo el chequeo de mi cautiverio.

Alguno más alto, otro más pequeño, delgado, robusto, joven o no tan joven, no existía esquema y justo cuando comenzaba a acostumbrarme a la presencia de uno de ellos, venía el cambio de guardia. Sorpresivamente llegué a contar a seis de los chatarreros, aunque la intuición me decía que eran más.
Durante dos días me alimentaron con sus sobras y algún que otro agrego al menú, supongo que por lástima. Nunca llegué a conocerlos del todo para poder juzgar el porqué de su comportamiento, a veces errático y otras veces acertado para las condiciones en que sobrevivían. ¡Alimañas, eso eran después de todo!
Los contemplé día y noche, esa faceta de grupo despiadado solo era una máscara que solían llevar afuera del refugio; las ruinas los repudiaban, los rechazaban e intimidaban con desprecio, considerándolos, la mayoría del tiempo, como lo más bajo de la jerarquía implantada internamente. Ladronzuelos de poca monta.
En ocasiones los escuchaba cantar y reír tras volver con algún suculento botín entre manos, la última noche de mi estadía celebraron hasta el cansancio haciendo chistes malos y divirtiéndose con un raro juego de mesa. Al menos se tenían los unos a los otros.

Lo cierto es que los chatarreros mimetizaban de cierta forma la existencia de un insecto chupa sangre, siempre esperando inmóviles hasta la llegada de una víctima de la cual poder extraer su alimento. Pronto les llegaría el llamado o la noticia de un nuevo atraco y acudirían a desmantelar todo a su paso, sin remordimientos, justo como una garrapata viviría. Así era su rutina y motivo de su triste existencia, mientras tanto celebrarían sus victorias y lamentarían sus pérdidas pues el mundo nunca dejaría de ser un lugar complicado, menos para los que son asediados y perseguidos por el gobierno.

Los sueños recurrentes hicieron mella de mi conciencia. Despertaba en medio de la noche cubierto por una abominable capa de sudor. Muchas veces no lograba recordar, era como un borrón, mas la presencia de la gemela no se desdibujaba de mis pensamientos. Tenía arraigada la noción de que ella indagaba en mis vivencias en cada conexión neuronal.

Así pasaron dos días, dentro de las mohosas paredes y sin ver rastro de la luz del sol, hasta que llegó el momento de mi entrega a las autoridades.

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