Capítulo 3.

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Aquella mañana resultó ser agotadora  para Dionisio, atender más de una empresa resultaba un dolor de cabeza, aunque las ganancias eran exquisitas y para él era un motivo mayor para seguir insistiendo en trabajar. Denotando ser un ambicioso.

A mediodía llegaba a su empresa de modas, su favorita por mucho. El sentimiento que ese edificio guardaba era de gran vitalidad para su vacía vida.

- Martina, espero me tengas buenas noticias. - advirtió llegando con seriedad.

- Señor, justamente acabo de terminar de entrevistar a una muchacha, lamentablemente no llena los requisitos que necesitamos. - se disculpó.

- Está bien, pero asegúrate de contratar a la indicada lo antes posible. Tenemos que crear una nueva colección lo antes posible. - señaló con autoridad antes de irse, pero luego un nuevo pensamiento lo hizo detenerse. - Sabes qué, a la próxima persona que se presente la entrevisto yo, ¿quedó claro?

- Sí, señor.

Para todos sus empleados era difícil descifrar el estado de ánimo de su jefe. Siempre mantenía el ceño fruncido y los labios en una fina línea, su imponente mirada inexpresiva llegaba a intimidar, sumando que nunca se le veía sonreír. Para Dionisio en cambio era normal estar de mal humor.

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- Buenos días, comisario. - saludó Victoria al entrar a la oficina del superior.

- Buenos días, Victoria. Antes de empezar, vuelvo a pedirte que me tutees. - pidió en una sonrisa.

- Sí, claro. Es la costumbre. - sonrió con amabilidad.

- ¿Tomaste una decisión? - preguntó, antes de  permitir perderse en el abismo de la sonrisa de ella.

- Creo que sí, pero antes quiero que resuelvas algunas dudas que tengo al respecto. - se reacomodó en el asiento.

- Te escucho.

- ¿A qué puesto ascenderé al terminar el caso? - fue directo a lo que le interesaba.

- Serás comisaria general. Puesto por el que has luchado.

A Victoria esa respuesta le hizo ilusión.

- Otra cosa... ¿Tendré que acostarme con Dionisio Ferrer? - preguntó con un pequeño temblor en la voz.

El gesto de Osvaldo se volvió indescriptible.

- Espero que no.

- ¿Esperas? ¿O sea que existe la posibilidad?

- Es un trabajo de doble filo, Victoria, y todo puede pasar. Todo depende de cómo manejes las cosas.

Ella respiró con pesadez.

- ¿Qué pasa si él quiere hacerme daño? Por lo que leí es un hombre de cuidado.

- No te preocupes por eso, desde el día en que te presentes frente a él tendrás vigilancia.

A Victoria no le quedó de otra que asentir, confiando en lo que su jefe le decía.

- Entonces, qué dice oficial Gutiérrez, ¿acepta el caso? - sonrió con galantería.

- Acepto... - suspiró. - ¿Cuándo empezamos?

- Mañana mismo.

Después de hacer el papeleo necesario Victoria se despidió y salió de la oficina. Osvaldo no dejó de verla hasta que ella cerró la puerta tras sí.

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