Iba a tardar en cambiar de parecer por lo que aprovecharía su momento de inconsciencia aferrándose a él como si su vida dependiera de ello, se sentía a salvo pero también más fuerte sabiendo que él ya no estaba bajo su piel, si se iba nada iba a cambiar, se quedaría en los brazos de la soledad como era costumbre, con ella acurrucandose en el frío ropaje de la oscura verdad. De cualquier forma lo veía en sus sueños, a veces, cuando el afuera la ahogaba y necesitaba una superficie cálida y latente que le resguardara del mal que, sentía, le rodeaba.Ajustandose su ropa se levantó de su lugar para tirar del hombre que a penas abrió los ojos se sostuvo con firmeza del suelo tras un entumecimiento que lo hizo tambalearse, él la siguió y a paso lento caminaron por la graba hacia afuera de los terrenos verdosos, una brisa saludable y perfumada besó las mejillas de ambos robando sonrisas que ellos habían prometido no esbozar, al menos no cerca del otro, al menos no mientras no se sintieran otra vez en aquella burbuja de amor.
La extraña sensación de la palma del otro contra la propia, ella persibió el estremecimiento del otro mientras que él fue testigo de la ligera y casi insonora risa que dejaba escapar cada cierta cantidad de pasos, estaban juntos otra vez.
No se necesito palabras una vez comenzó a caer una llovizna veraniega sobre ellos y la búsqueda de un refugio no fue muy necesaria cuando él vio la cabaña a lo lejos, cabaña que Sanem conocía muy bien y era su idea, inconsciente, de llevarlos ahí.
La puerta crujió quejumbrosa de su tosquedad al palanquear la cerradura y obligarla a dejarlos entrar. dentro se veía sucio más una de las esquinas mantenía un ligero perfume a pintura que el hombre pudo presumir de saber que había sido ella quien habría dejado su creatividad salir en aquella no tan alejada cabaña abandonada. La esquina contaba con una cantidad impar de mantas y lienzos, tazas con pinceles dentro, abandonados y casi secos, él trazó sus propios ojos profundos y manchados con acuarela de uno de los cuadros mal acomodados sobre las mantas esparcidas en el suelo, ella lo observó sin más emoción en sus ojos, no tenía nada que ocultar, no más.
Can se sentó en el suelo viendo a todos los ojos alrededor como si fueran un montón de espejos que le devolvían la mirada intranquila, rabiosa y oscura del propio rasgo descuidado, a veces parecido, otras veces escalofriantemente igual.
Ella suspiro robando la atención otra vez, apoyó una rodilla junto a la pierna de él, inclinándose para enredar sus dedos en la cabellera del hombre hacia atrás, despejando su rostro, juntó sus narices tomando del perfume contrario ella acabó por acomodarse en su regazo y mover ambas manos hacia abajo apenas rozando su cuello dejando un camino de estremecimiento hacia sus hombros, él mantenía sus ojos a medio cerrar dejándose llevar hacia donde ella lo guiaba.
Suspiró su nombre casi temiendo que su alma escape con ello, repasó con delicadeza cada porción de la piel bronceada en sus brazos gruesos, hacia abajo, tomando su manos y dejándolas a los lados, bajo la ropa, acunando la curva de su cintura y la baja espalda que comenzaba a arquearse mientras él más se acercaba a su boca, ladeando la cabeza, jugando a tomarla sin llegar a hacerlo.
Ella se atrevió finalmente a cerrar los ojos e inclinarse hacia el corte camino que faltaba recorrer hacia sus labios. Era casi como lo recordaba, un poco más suave, más lento, casi añorando que no acabe, rogando al tiempo que se detenga y los deje vivir y morir allí, tan juntos. Fue sofocante la manera en que sus manos se abrieron y recorrieron todo el camino hacia arriba sobre la fina espalda femenina, ella jaló el cabello castaño hacia atrás dejando ir su boca con una mordida para arrastrar la humedad de su propia cavidad hasta capturar la piel de su cuello obteniendo por fin un sonido ronco, entre dientes, casi aliviado de estar viviendo aquello que Sanem le ofrecía.
La piel estaba húmeda aún, después de caminar bajo la llovizna que acabó volviéndose una estruendosa tormenta, la frágil puerta de la cabaña continuaba crujiendo siendo completamente ignorada y superada por el sonido de sus propios alientos saliendo calientes contra la piel contraria, ella se mantenía moviéndose incluso cuando estaba casi acabado, sintiendo ambas manos firmes en su cadera, la lengua de Can dejando rastros sin sentido en la superficie de su dermis.