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Arribamos a un sitio relativamente normal, tanto como un hospital lo sería, o tal vez algo más pequeño, sin duda lo que sea que me hayan inyectado me mantenía en una nube de insertidumbre que no lograba disipar.

Las manos que antes eran delicadas ahora tiraban de mi fuera del vehiculo y me dirigían a una habitación aún más pequeña que la que tenía en casa, la única decoración era una pequeña cama que no lucia realmente muy cómoda, mi espalda se resintió de sólo pensar en descansar allí.

Era eso o creí sentir cómo un objeto punzante volvía a penetrar mi piel.

Una vez sentada la cama por precaución a mis mareos, una bandeja fue colocada junto a una pequeña mesa oculta en una esquina, la cual no vi en ningún momento.

Unos bonitos vasos de plastico estaban sobre ella, uno contenía agua y el otro unas pastillas graciosamente adorables y de muchos colores, las tomó con gusto mientras tarareaba balanceando sus pies.

Las enfermeras suspiraron aliviadas acostandola y arropandola en la cama, no tardo en dejarse llevar a sus sueños.

Era una rutina constante, me despertaba, comia lo que traían, una mujer arreglada hablaba conmigo, me hacía enfadar, yo le pedia que parara, un enfermero entraba, me inyectaba y dormía hasta entrada la noche, despertaba, tomaba las pastillas que dejaban junto a mi cama y volvía a dormir.

El tiempo en que pensaba en él era entre las siestas, cuando la droga me daba un respiro y podía recordar con más claridad lo que había pasado.

La manera en qur luché y grite cuando quisieron bajarme de la ambulancia, cómo me arrastraron por un pasillo hasta lanzarme dentro de una habitación que más bien parecía una celda.

Recordaba los llamados desesperados que emiti gritando su nombre hasta que un enfermero me inyecto, aún con ello continúe peleando cuando abrieron mi boca a la fuerza y me obligaron a tragar esas pastillas gigantes que lastimaron mi garganta, se podría decir que arroje patadas a diestra y siniestra hasta que una fuerza dentro de mi me obligo a calmarme, me dormí cuando las mujeres que me trajeron colocaron una especia de cinto que apretaba mis manos junto a mi torso y que mantenía mis piernas firmemente  quietas en la cama.

Recorde todas las veces que había intentado golpear a la mujer que llegaba a hablar conmigo, las veces que lloré tan fuerte que acababa con mi propio cabello entre mis manos, recorde la manera en que me sujetaban cuando curaban las heridas que mis uñas me habían echo.

Lloré mirando las pastillas que había escupido cuando la mujer abandonó el cuarto, mi mente me jugaba trucos a veces...

Despierta o dormida podía verlo, en ocasiones él era quien tomaba los cintos para amarrarme, otras veces me decía que me sacaría de allí y me llevaría con él.

Yo sólo quería verlo, no importaba que me hiciera daño, necesitaba verlo antes de enloquecer aún más hasta el punto de ya no recordarlo.

Estaban ahogando mi corazón en drogas, atando con cintas amarillas a mi pobre y cansado cuerpo, encerrando en una caja blindada a mi descompuesto cerebro.

Solitaria, el Fenix que había muerto para ya no revivir nunca más.

CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora