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Retumbaban los timbres de voces desconocidas a mi alrededor, retumbaban los pasos de las personas amadas, de las risas fingidas, de los suspiros de pena, retumbaba el viendo en mis oídos, aquel sonido que casi no conocía ni sabía de su existencia, percibía colores vivos y texturas nuevas, redescubrió sentimientos, redescubrió sensaciones.

Ella me salvó, ella me sacudió, ella encontró la manera de sacarme de mi cabeza, aún oía la voz de mi conciencia reprochándome cosas, recordándome cosas.

Esas personas lejanas y borrosas me saludaban con confianza, me sentía feliz de verlos, pero no podía tirar de los músculos de mi boca hacia arriba.

Era la etapa en mi vida en que mi alma estaba dolida, resentida conmigo misma y con todos, había un peso extra en mis hombros que me hundía, mis pulmones apenas querían funcionar, aletargada.

Desesperada por sentir, desesperada por dejar de estar atrapada en mi propio cuerpo, yo solo le pedía a Allah y a todas las divinidades que por favor me liberen de este martirio, que dejen descansar mi corazón ahogado, abarrotado de drogas para olvidar, para dejar de sentir, de pensar, de llorar o de reír.

La manera en que el coche se movía hacía que mi cabeza girara, que pesara, las voces que jamás callaban hacía que doliera, que mis ojos se humedecieran, que mi cuerpo palpite en una calurosa sensación de hastío, de rabia.

Quiero, necesito que se callen, porque no paran, porque continúan golpeando mi cabeza porque!?

Derrepente un estridente sonido de música llenó el vehículo aún más, recordaba esa canción, recordaba cantarla y bailarla, pero no podía frenar el vértigo que todo esto suponía para mi cabeza averiada.

La joven de cabellos rojizo anaranjado habló entre toda la bruma y el auto frenó a un lado de la autopista y entonces abrí la puerta con velocidad, inclinándome hacia el suelo y dejando que la acidez de mi estómago se vaya.

Era obvio mi estado anémico después de haber estado en ese centro de tortura psicológica al cual mis padres me habían sometido inocentemente.

Tenía mucho camino que recorrer para volver a ser yo misma, acabar de conocerme en esta nueva etapa de mi vida, esta nueva oportunidad.

El camino a casa fue desesperantemente largo pero al menos fue más silencioso después de que ella explicara que toda la situación le abrumaba debido a que las drogas y demás traumas psicológicos aun no salían de su sistema por completo.

En casa nada cambio, las personas no pertenecientes a su familia cercana volvieron a sus casas, y yo opte por encerrarme en mi antiguo cuarto, apretar mi almohada con fuerza y aspirar el típico aroma a mi felicidad, tan cercana, tan pura, tan perdida en el tiempo.

Si bien, se sentía mejor allí, en su cuarto, con sus cosas, con el pensamiento que en casa nadie le haría daño. Aun así no pudo conciliar el sueño, le daba miedo despertar otra vez en aquel lugar.

La lámpara encendida en su escritorio le proporcionó el  ángulo justo de halo para poder apreciar su fotografía del albatros en la pared, se permitió pensar en la razón de toda aquella situación, en el abandono, en la estupidez de sus decisiones y en las de los demás, lo que hizo mal, lo que pensó que hizo bien, todo lo que él hizo por ella.

Le traía tristeza por supuesto, pero no lloro, porque él se fue tan fácil y ella ya no tenía más lagrimas para dedicarle, quería volver a vivir, volver a sonreír, volver a ser feliz.

Pero aún era muy pronto para hacerlo todo de una sola vez, tal vez no lloro viendo a su albatros porque dentro de sí misma, sabía que tarde o temprano él iba a volar lejos de ella.

Después de todo ella era un pajarito de casa, y el un ave aventurera deseosa de explorar nuevos sitios, nuevos aires y la buena vida de no rendirles cuenta a nadie.

Solía pensar que era igual a él, que podían volar juntos a los más recónditos exóticos e inexplorados sitios que el mundo podía ofrecer.

Besarse y amarse en cada rincón del mundo que lograsen conocer, abrazarse mirando la luna en cada playa descubierta.

Sin embargo no fue así, y por algo debió pasar de esa manera, quizá no era para ella, quizá el encuentre su ave exótica y exuberante que tanto quería, quizá ella cantara en el atardecer por su amor perdido, sin duda alguna, no creía volver a amar de esta manera.

Amaba la manera en que esa simple fotografía le hacía relajarse y permitirse sonreír sin querer, el siempre será su sueño más bonito pero así quedará, como un sueño, uno que pudo rozar con la punta de sus dedos para luego caer lejos de él.

Can seguía apareciendo continuamente, comprendió que no era realmente él, su mente era macabra en algún punto porque no paraba de mostrarle a su amor.

Cortaba su respiración, ahogaba su corazón, trababa su lengua en el habla.

Apenas lograba cerrar sus ojos y jurar a su cerebro que no era real, que lo que estaba viendo realmente no estaba allí.

Quería pensar que esa noche no iba a ser eterna sin embargo la fotografía se volvió algo menos relajante, se volvió burlona, se reía de sus sentimientos, de su cabeza atrofiada, de su amargo corazón.

El colgante que descansaba en su espejo, aquel que una vez le regaló, fue una nueva punzada en su pecho, su cabeza comenzaba a palpitar a apretarse contra su cerebro.

Aquel frasco de perfume, su perfume...le terminó de quitar la respiración y entonces no le quedo más remedio que bajar de la cama y sentarse en una esquina, tomando su cabeza entre ambas manos, apretando un poco de su largo cabello, no quería ver, ni olfatear absolutamente nada de ese cuarto, su cuerpo se consolaba a sí mismo en un suave balanceo.

Se meció a si misma hasta que la luz del sol atravesó la ventana, un pequeño pajarito cantó allí, mirándola ladeando la cabeza mostrándole su pecho rojizo con orgullo.

Le sonrió a la pequeña ave, si...ella no era un pequeño pajarito.

Ella estaba muerta, ella se quemo en su apasionado amor, pero iba a revivir de sus cenizas, porque si él era un libre y aventurero albatros, ella era un poderoso e inalcanzable fénix. 

CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora