Los días pasaron como agua entre mis dedos, las lágrimas que derramaba, el agua de la ducha que se deslizaba por mi piel en un vago intento de quitarme la agonía, el agua de la lluvia que golpeaba mi ventana con fuerza casi tanto como el palpitar de mi corazón, casi tan fuerte como el sentimiento insoportable de añoranza.
Con el tiempo no pude hacer más que pensar en él, en sus ojos que me miraban como si no importara nada más que eso, mirarnos.
Las manos que acariciaban las mias para recordarme que me sostendria incluso cuando caer sea lo que necesito para despertar de la ignorancia.
La boca que con tantas ganas muchas veces quise tapar, para evitar que me lastime, y que tantas veces quise besar cuando curaba mis heridas.
Era posesivo, pero me gustaba pensar que él era mío.
Era muy celoso, pero odiaba que alguien más se atreviera a voltearlo a ver con deseo.
Era increíblemente apuesto, pero me gustaba alardear de mi misma frente al espejo.
Era sencilla y perfectamente imperfecto, como yo.
Mi complemento, el ying de mi yang, mi alma gemela, mi otra mitad, el otro lado de mi hilo rojo, como quiera llamarlo se escuchaba correcto.
Correcto como mi cuerpo entre sus brazos, como mi mano en la suya, como mis labios contra los de él, correcto.
El sentimiento de vacío me hacia preguntar ¿cómo habia echo para vivir sin él? ¿cómo era mi vida antes de encontrar a mi compañero de vida.
Realmente no recordaba como vivir, como reír.
Y lo único que puedo hacer es reprenderme porque fue mi culpa, yo no creí en él, no lo acompañé, no lo apoyé y no dejé que hablara, no le di un beneficio a la duda...y lo perdí todo.
Mi amado Rey se fue, y que iba a ser de mí.