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- Leyla -

Es inevitable querer que exista una solución rápida para los males, una lampara magica con un genio dentro, un sueño profundo donde puedas hablar con Alá, una moneda en una fuente, un mago sabio, una estrella fugas.

Pero no había una manera correcta o tranquila para proceder, una persona para que calme su pesar, y aunque esa persona si existía, era imposible de contactar.

A pesar se no comprender toda la historia detrás de la pareja, todo el dolor y la furia que ambos desprendían dejaron huella al pasar, no era de extrañar que todos se sintieran un poco culpables por todo.

Tal vez no hablaron lo suficiente con ellos, tal vez no se pusieron en su lugar, tal vez actuaron demás e hicieron mal en inmiscuirse en sus vidas, nadie lo sabía con exactitud.

Sin embargo todos estaban de acuerdo para intentae ayudar, aún  cuando la mejor amiga de su hermana se había ido, aún cuando uno de sus amigos fue traicionado y abandonado por su madre, aún cuando otro de ellos fue abandonado por su amor tras una promesa vacía de volver.

Aún cuando todos se habían derrumbado o partido de alguna manera, querían lo mejor y rezaban por ella, por su salud mental.

Pedían por que Alá sane su corazón y despeje su mente enferma, consumida y desprotegida ante el mundo cruel de personas despiadadas que no dejaban pasar la oportunidad de aprovecharse del dolor ajeno y de la debilidad.

Si, todos saben muy bien de quien habla.

Aquellos que fueron en centro de la tormenta, que lanzaron ramas a sus ruedas, que sonrieron ante sus lágrimas, que no les importó si ellos no querían jugar e igualmente ganaron con trampas y mentiras.

Pero ya nada se podía hacer, despues de todo lo hecho y dicho, el tiempo no volvería atras y la pequeña casa de naipes que esas dos aves habían construido se cayó con un soplo del viento arremolinado y frío de la envidia, los celos y el desprecio sin razón de aquellas personas egoístas que no veían nada más fuera de su caparazón.

Asco, realmente.

Podría haber escupido en su cara cada verdad que se sabía, podría haber dicho la verdad y sin embargo no pudo hacerlo.

No por falta de valor si no por el amor que le tenía a su esposo, aquel que tanto quiere y que tanto a ayudado para hacerla reaccionar, aquel que cambió por ella y que se jugo todo por ella.

Realmente odiaba conpartir una mesa con ella y odiaba conversar con él, verlos actuar como si realmente estuvieran preocupados.

Sentir la emoción en la voz de esos dos mientras actuaban su pesar para con su hermana.

El terror subía por su cuerpo cada vez que se imaginaba la cantidad de personas que eran como ellos, no les importaba nada pisotear a los demás para cumplir sus caprichos.

El día que finalmente les dejaron ver a Sanem, ese fue el día en que comprendió que quizá no todo fue una buena idea.

Apenas entrar el olor a humedad se infiltro en su nariz y le obligó a retroceder un paso, el paisaje gris de esa habitación le erizo la piel, el vacío en esos ojos castaños le quebró el corazón.

La niña escurridiza y sonriente que una vez fue su hermana menor ya no estaba ahí, en su lugar un muñeca de porcelana le devolvió la mirada como si no hubiera notado que alguien más se encontrara allí pero que aún así no le emocionaba ni un poco.

El rostro casi sin vida de su hermana estaba pálido, marcado por sus pómulos pronunciados y sus oscuras ojeras que marcaban los ojos hinchados y cansados.

Intentó hablar con ella al igual que sus padres, quienes se mantenían cerca a ella, sosteniendo sus manos sin recibir algún apretón, las lágrimas surcaban en rostro de su madre, la preocupación deformaba la expresión de su padre.

Siguieron sin conseguir una reacción de parte de la más joven de la familia, ni una mueca, ni una segunda mirada, apenas y se movía en la hora que estaban allí.

A puertas cerradas, en casa no se escuchaba ni un sólo sonido, sintonizandose con el silencio abismal que habitaba en el cerebro adormecido de su hermana.

La voz constantemente quebrada de su madre representaba el dolor que causaban las puntas filosas del corazón roto de Sanem, aquellas que no le dejaban respirar por las noches, cuando la muñequita castaña comprendía quienes habian ido a verla y cómo no había podido perdir ayuda otra vez.

CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora