13. La Guajona y El Buscador

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Se abría paso, ya a duras penas, entre la espesura del hayedo que poblaba la zona. No había parado de correr, saltar, esquivar, caer y levantar. Todos sus músculos gritaban al mismo tiempo haciendo temblar incluso la consciencia de Gin. En uno de aquellos tropiezos contra robustas raíces, el barro lo engulló en su humedad, despejándolo abruptamente.

A lo lejos a sus espaldas, quedaba el resplandor de las llamas de la Casa Rams. En su camino se percató de que no era el único que huía. Los animales del bosque lo acompañaban, los veía avanzar raudos a ambos lados, siendo para sus ojos cansados, estelas que le sobrepasaban. El agua caló sus ropas y sintió una sed horrorosa. Suspiró mientras trataba de incorporarse de forma temblorosa y torpe frente a la mirada de un curioso corzo dorado.

Cuando Gin le vio, este tiró de algo enganchado a unos arbustos y masticándolo, miró al muchacho. El sonido del rugir de las tripas del chico llegó hasta ellos. Otro corzo de un tono más oscuro que el primero, se había parado al lado de ambos como sorprendido por ello y los miraba de forma intermitente. Gin, medio incorporado, observaba los frutos que le mostraba el corzo dorado. Su estómago no dejaba de quejarse, hasta le producía dolor. Estaba completamente vacío. No recordaba qué fue lo último que tomó. La adrenalina le había llevado hasta allí y ahora que se había detenido, su cuerpo comenzaba a sufrir el esfuerzo, el agotamiento y el hambre. Ni siquiera conseguía permanecer erguido, un paso parecía ahora una tarea de gran esfuerzo.

Sintió un leve empujón en sus caderas, provocando que diera ese paso tan pesado. El corzo de pelaje oscuro le propinó más golpes y empujes dirigiéndole hasta su dorado compañero. Este continuaba masticando despreocupado. Se apartó para que el muchacho pudiera llegar al arbusto, mientras el oscuro corzo continuó con sus golpecitos, aunque esta vez a su compañero.

Gin tiró de aquellos frutos hasta arrancarlos torpemente, pero antes de llevar uno a sus labios dudó. Miró a los animales que comenzaban a alejarse de él, uno empujando al otro mientras sin dejar de masticar, miraba hacia atrás esquivando algunos de los embistes que le presionaban por avanzar más rápido. Gin masticó aquel fruto.

El corzo sonrió. Sí, sonrió. Miró hacia delante y hacia Gin varias veces, agitando la cabeza.

"Vamos chico, muy bien, ahora, continúa...".

Gin parpadeó. Ingirió más frutos y comenzó a caminar tras de aquellos corzos que su vista ya no alcanzaba. Le costaba caminar, no sólo por el cansancio, su calzado estaba destrozado. Era fácil tropezar y caer..., de nuevo.

Tumbado sobre la rojiza hojarasca y tras el golpe, su visión se volvió borrosa. A cambio, pudo escuchar claramente el sonido del fluir de agua.

"Agua...", susurró.

Hizo un esfuerzo por incorporarse, pero perdía el equilibrio y volvía a clavar sus rodillas en el manto de hojas. Permaneció así unos minutos, tratando de recuperar algo de fuerza, tomando aire de forma controlada. En su estómago, miles de gruesas agujas parecían taladrarlo. No estaba seguro si aquel ejercicio pulmonar influyó, pero por unos momentos el dolor remitió y consiguió sentir algo de paz. En ella, el sonido del viento barría sutilmente la superficie que le rodeaba, sosegando su interior azorado.

El crujir de las ligeras pisadas quedaba amortiguado por el viento; cuando Gin alzó la mirada encontró delante de él un lobo gris observándole fijamente. El iris amarillento de los ojos del animal hizo contacto con los congelados de Gin.

"¿Había lobos por aquellas tierras?".

Era enorme; el pelaje brillante, algo más oscuro en su cabeza, garras negras, grandes orejas puntiagudas... y tan quieto que Gin contuvo el aliento ante la mirada del majestuoso cánido. Poco había podido disfrutar de un momento de calma. Una gota de sudor asomó en su frente mientras se observaban fijamente. El animal rompió el hilo tenso que sostenían sus miradas para girarse y mirar un segundo a sus espaldas. Repitió el movimiento varias veces, clavando sus pupilas en el muchacho cada vez que desviaba descaradamente casi todo su cuerpo, marcando un camino que tomó tranquilamente desapareciendo en la dirección que le había indicado repetidas veces.

El Esclavo de la Bruja(Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora