20. El Principio del Fin

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—Mátalo. —La chispa en sus verdes ojos se encendió.

     Fue una orden directa. Su corazón, que ya temblaba ante la certeza de que lo dejaría allí con Lily, se heló. Y él, ante esa orden vaciló.

     ¿Cómo iba él a hacer algo semejante? ¿Cómo podría matar a un anciano desvalido y demente? Su pulso se aceleraba haciendo que le temblaran las extremidades. No se acostumbraba a la sangre vertida a su alrededor. Agarró con fuerza la camisa de Rei a la altura de su pecho, tirando de ella y arrugándola. Posó su frente en él y el brujo le abrazó. Sólo podía pensar una cosa: "No me dejes... No me dejes, por favor..."

     —Ben... —su voz parecía quebrarse—, te estás convirtiendo en un hombre. No hay cabida para los débiles a mi lado. Y tú no lo eres. Eres fuerte, lo sé. No podría confiarle esto a nadie más.

     Rei podía oler los cabellos del chico, que ya le llegaba a la barbilla. Su crecimiento era abrumador. Casi paranormal. Le acarició el pelo con ambas manos, pasando sus dedos entre ellos con calma, deleitándose en su suavidad, acercando su mentón para acariciarlo también con sus labios.

     Mina no tenía razón. Esa alma era diferente al resto. Su evolución lo era. Algo que esa estúpida no hubiese podido advertir jamás, como tantas otras cosas en el antiguo aquelarre ya extinto. Ciegos por completo ante las maravillas que el universo creaba. Los brujos ciegos no sirven nada más que para abonar los terrenos que habitaron, lastimosamente para sus predecesores, a los que a Rei les importaba un pimiento.

     Aquella orden no era ninguna prueba. Era la certeza de que el chico se convertiría en alguien interesante, fiel a su apellido por encima de conjuros o maldiciones. Lo más parecido a un alma gemela. "¿Entonces, qué pasa? ¿No lo vas a devorar o qué? ¿Te volviste majara?", resonaba en su cabeza la voz de aquella bruja de filos y cota de malla."¿A qué coño esperas? Si no lo haces tú, ¡me lo quedo yo!". Aquello le provocó unas ganas tremendas de hacerla tragar todos sus cuchillos. ¡Ah!, no hizo falta. Ya lo hizo Breta por él. La masa sanguinolenta que encontró entre la crecida hierba de la casa le pareció hermosa. Miró su cadáver destrozado por la magia agresiva de Lemuria. ¡Esa zorra desesperante! Quizá aquella locura fue la que atrajo a Lily, pues iba siempre con Sabrina. Ahora andaba con él... y ni siquiera recordaba cómo acabó haciendo equipo con la cría.

     Ben movía su cabeza contra su pecho, restregando su rostro, haciéndole desvanecer estos pensamientos. Todo eso ya no importaba. Formaba parte de un pasado muerto.

     —A ese hombre le gustan los niños. —Centrándose en el presente y en los cabellos de Ben, abandonó unos pensamientos marchitos—. Seguro que tú puedes acercarte lo suficiente para hacerlo.

     ¡Claro que podía! Antes de encontrarse con el mago no hacía otra cosa que acercarse a hombres arrugados como aquel. Regresar a esos momentos le produjo un escalofrío interior. Le instaban a hacerlo cada día; dejarse acariciar por manos ásperas, por bocas de alientos podridos. Él anulaba todos sus sentidos para soportarlo, convirtiéndose en un guijarro gris en el que los clientes se restregaban.

     Hubiese sido fácil clavar en sus cuellos los utensilios de las cenas previas a sus encuentros pagados. Hubiese sido sencillo morder y desgarrar sus miembros erectos y beber sangre en lugar de tragar semen amarillento y caduco; rancio y pegajoso. ¿Qué hubiese pasado si estas ideas hubiesen estado en su mente en aquellos entonces? «De ningún modo. Era sólo un niño», pensó.

     El pecho de Rei subía y bajaba marcando el ritmo de su respiración. Notaba sus músculos a través de la camisa. Dejó de apretarla para posar sus palmas sobre ellos. Su Amo tenía razón. Ya no era un mocoso. Todo había cambiado. Debía amoldarse con valor a los acontecimientos. Debía ser un hombre.

El Esclavo de la Bruja(Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora