Piel pálida y tersa, excepcionalmente cuidada; cabellos suaves, cálidos como los rayos del sol. Mirada penetrante, cristalina, figura esbelta de movimientos ágiles cual ligero baile de salón. Voz aterciopelada que acaricia corazones y sexos a través de labios carnosos; rosados como el espumoso que se bebe en las fiestas en las que se deja ver.
Un joven deseado por mujeres y hombres de igual manera; por jóvenes y adultos, empresarios de prestigio o asalariados. La belleza del hermanastro de Gin era inversamente proporcional a su simpatía, acentuándose cuando trataba con él.
Desde el primer instante en el que se conocieron fue desagradable con Gin. Prepotente y egoísta. Un niño malcriado. Y es que a sus padres, eso de dar crianza... La educación de sus hijos la dejaban de continuo en manos ajenas. Ellos siempre tenían cosas mucho mejores que hacer, pudo él saberlo al muy poco de llegar a la residencia Bonbor. El desinterés que tuvieron por él en el orfanato era muy parecido al que también experimentó en aquella enorme mansión lujosa por parte de su "nueva familia".
Mucha gente allí se encargaba de las tareas de la casa y de los infantes; no le faltó de nada, y aunque sus peticiones estaban a la carta en aquel sitio, Gin nunca fue un muchacho que se aprovechara de ello. Mientras Antón hacía peticiones absurdas a sus criados, Gin recibía lo que ellos le daban con agradecimiento y educación. Aunque aquellas gentes le tuvieran aprecio por ser humilde o sencillo, el chico parecía estar siempre ensimismado. Inmerso en un mundo que su imaginación creaba, sin ser muy consciente de que su llegada había alegrado al personal de la casa.
Gin observaba por el rabillo del ojo a su hermanastro mientras conducía su espléndido porche plateado. Él también lo hacía de vez en cuando con el ceño fruncido, acentuado por sus delineadas cejas y largas pestañas, pero sin mediar palabra.
Como siempre.
Las palabras no eran lo suyo. Se comunicaban con la mirada. Antón estaba muy molesto por tener que ocuparse de Gin por orden de sus progenitores. Lo hacía de mala gana, como con todo lo relacionado con el adoptado. Gin sabía que su aspecto, opuesto al de Antón, le desagradaba. Miró su reflejo en el espejo retrovisor. Tenía el cabello oscuro y grueso; la tez morena y tosca, los ojos grandes y profundos. Todo lo contrario, sí. Pocas cosas recordaba del momento de su llegada a la casa Bonbor, pero lo que sí recordaba fue la expresión de asco que aquel estirado muchacho le devolvió. Estaba seguro de que si hubiese podido, éste le hubiera escupido.
Al poco llegó el momento de asistir al colegio. El viento de la carretera penetraba en el interior del vehículo, acariciando el rostro de Gin. Miró de soslayo de nuevo a su hermanastro, creyendo que subiría la ventanilla para fastidiarle la sensación, pero no lo hizo. El ruido ensordecedor que les envolvía producida por la alta velocidad del lujoso coche, le debiera parecer óptimo para evitar cualquier conversación que pudiese surgir. Por suerte, Antón era dos años mayor que él, y no coincidirían en clase de ningún modo. Podría haber sido un auténtico infierno, el imaginar que aquel déspota hubiese podido avivar aún más el desprecio que sus compañeros de clase le demostraron a lo largo de su formación básica. Porque todos allí eran semejantes a él. Hijos de gente adinerada, asistiendo a un buen colegio de pago, donde no sólo se formaban para un prometedor futuro. También convivían todos allí, en un gran edificio equipado con salones, comedor, gimnasio, sala de música, dormitorios... Una residencia estudiantil para los más brillantes muchachos. Y el brillo no se debía a sus aptitudes, más bien al oro de sus cunas.
La actitud silenciosa del pequeño Marcel les hacía mucho más fácil la tarea de molestarle sin razón aparente. No le pegaban al finalizar las clases, no. Ese tipo de gente disfrutaba más dando puñaladas por la espalda, tirando la piedra y escondiendo la mano. Los profesores no eran muy distintos a los alumnos. Hacían la vista gorda, cuando las evidencias eran claras, e incluso el niño se daba cuenta de sus miradas de desprecio. Nunca tuvo claro si se debía por ser adoptado, más concretamente por la familia Bonbor o tenía algo que ver con su color de piel.
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El Esclavo de la Bruja(Borrador)
Ficção GeralUn hombre cae bajo los efectos del hechizo de una bruja. Es obligado a realizar las más sucias acciones... pero soportando un gran placer a cambio. ¿Logrará el muchacho liberarse? ¿Querrá liberarse? Clasificación +21 Con toques de erótica y gore. Un...